La escuela y la vida

Por Isabel María Fagúndez Gedler
A Sergio no le importaba que se burlaran porque era muy grande para estar en cuarto grado. También era muy pequeño para vivir como vivía. Tenía catorce años y una madre a quien mantener .En la mañana, a eso de las cinco, se iba para Sabana Grande, a pulir con el cajoncito que su abuelo había hecho para el y que cariñosamente llamaba “mi amigo”.
¡Pulido, Limpiado! Gritaba, y sus clientes, Don Paco y Sebastian los más tempraneros sonreían cuando le veían llegar, siempre tan responsable.
Cuando comenzó a los siete años, cobraba la limpiada en cincuenta bolívares, ahora pedía más. Trescientos costaba el servicio. Para sus amigos Paco y Sebastián era ciento cincuenta solamente.
Cada vez que alguien colocaba su píe sobre “mi amigo” disfrutaba un chiste, que con picardía Sergio ofrecía. No era extraño escuchar las risotadas de los hombres que con frecuencia lo buscaban para que les limpiara los zapatos .Cuando alguien extraño preguntaba ¿de qué reían Sergio? , él contestaba serio, cosas de hombre, cosas de hombre.
Don Paco, el dueño de la cafetería, lo quería mucho, le daba el desayuno gratis y no aceptaba que Sergio no le cobrara su trabajo, siempre le repetía; estudia Sergio, no te quedes para burro. Sebastian; el vendedor de ropa, era el hermano que la vida le regaló, bien vestido y rodeado de mujeres, que Sergio ayudaba a distraer.A las once y media Sergio debía tomar el Metro para estar en Catia a las doce, si se iba en autobús como siempre, tardaba una hora.
Apresuradamente tomó el Metro, llegaría tarde otra vez a la escuela y la maestra gorda lo regañaría como siempre. La semana pasada le había gritado pues Sergio se había quedado dormido. Las clases empezaban a la una y terminaban a las cinco. Entre las siete y las diez, Sergio hacia el trabajo de la casa y las tareas escolares, para luego, ¡despertar a las cuatro y gritar! Pulido, Limpiado! Los sábados eran agradables, salía con su mamá y jugaba…al fin jugaba.
Devoró las lentejas al llegar a casa y corrió a la escuela. Al llegar recordó que tenía que entregar unos dibujos que no había hecho así que se dispuso a escuchar los gritos y las amenazas de su maestra ¡TAN GRANDE QUE ESTÁS Y AÚN NO SABES QUE DEBES TRAER TU TAREA! ¿CUÁNDO VAS A APRENDER A LEER BIEN? ¿NO TE DA VERGÜENZA?
A veces quería dejarlo todo, pero las palabras de Don Paco, el dolor de su mamá le hacían pensar que si se esforzaba…,tal vez la maestra gorda se equivocaba y no leía tan mal…,sus compañeros no se burlarían y le prestarían las hojas blancas para hacer el dibujo ,tal vez lograría salvar el año.
Se dispuso a entrar al salón y abrió la puerta .La maestra al verlo llegar le dijo en tono grave ¡SERGIO, A LA DIRECCIÓN!
Isabel María Fagúndez Gedler escribe desde Venezuela.
Fuente: ARGENPRESS CULTURAL)

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