Por Teresa Gurza
Matías mi esposo fue ingeniero agrónomo muy adelantado para su tiempo; y pionero en muchas actividades y técnicas agrícolas.
Entre otras cosas, muy joven fue elegido en la universidad gringa donde hacía un doctorado en bosques, para buscar en Centroamérica caoba para las alas de los aviones aliados; y vivió en una casita de madera en la copa de un árbol de la Mosquitia hondureña, hasta que le instalaron un campamento en forma.
Luego, como representante en México del nitrato natural chileno, fomentó su uso como fertilizante. Y cuando en 1970 regresó a Chile y se compró un rancho, sembró radicchio; vegetal entonces allá desconocido, para exportarlo a Italia y Nueva York.
Cuando vivió en México, 1960 a 1970, estaba interesadísimo en las cualidades nutritivas del alga espirulina y quiso hacer negocio con ella; y lo acompañé a la empresa Sosa Texcoco, que la cultivaba en estanques bajos con agua y luego la secaba.
Como todo lo hacía con entusiasmo, Matías compró varios kilos; algunos los mezcló con masa para tortillas, pero no se incorporaba bien; a otros, les agregó cocoa para mejorar el sabor y los envasó en bolsitas de celofán de pocos gramos, que repartíamos en estanquillos para que la gente la probara y diera su opinión.
Pero el tono entre azul verdoso del alga, por la clorofila y la ficocianina, como que no combinaba muy bien con el color obscuro de la cocoa, y el negocio en ciernes no funcionó; lo que unido a otras cuestiones y planes, lo llevaron a decidir el regreso a su patria.
Años después, cuando en mayo de 1975 los vietnamitas establecieron relaciones diplomáticas con México, al enterarme de la pobreza en que había quedado el país tras la injusta guerra con Estados Unidos y que en las escuelas se ponía a los niños a dormir la siesta para que supliera el alimento que no podían darles, recordé la espirulina de Matías y presenté a gente de la embajada con el presidente de Sosa Texcoco, quien con gran generosidad les ofreció ayuda y tecnología.
Matías murió poco antes de que la espirulina, que es el alga unicelular más antigua en el planeta, fuera llamada el “Oro Azul”.
Si viviera, estaría encantado de comprobar que hoy la ONU la recomienda para disminuir el hambre en las zonas más castigadas del planeta, “porque es la fuente de alimentación más completa del mundo»; y que la ficocianina que contiene, es el más eficaz desinflamatorio encontrado en la naturaleza y fortalece el sistema inmunológico.
Todo eso se debe, a que su clorofila activa el metabolismo celular desintoxicando nuestra sangre y ayudando al organismo a generar glóbulos rojos y facilitar el flujo sanguíneo; y a que contiene 20 veces más proteínas que la soja y 400 veces más que la carne vacuna.
Un kilo de espirulina seca en polvo, equivale a cuatro y medio kilos de pescado y a ocho litros de leche; y cien gramos contiene entre otras vitaminas naturales: 200 mg. de vitamina B12, 19 mg. de vitamina E, 40mg. de vitamina H, cuatro mg. de vitamina B2 y 300 mcg. de vitamina B6; además de Omega 6 y betacarotenos y minerales como calcio, hierro, magnesio, manganeso, potasio y zinc.
Y también protege contra las enfermedades cardiovasculares y el cáncer; mejora la capacidad de concentración y purifica la piel.
Como si esto fuera poco, tiene propiedades analgésicas; y estudios médicos han revelado que disminuye el colesterol y que ayuda a curar enfermedades de inflamación crónica como osteoporosis, Alzheimer, diabetes y artritis.
Y como se cultiva en soluciones fuertemente alcalinas, no se contamina con organismos patógenos o productos de desecho de otros organismos vivos o de productos químicos tóxicos como los pesticidas y herbicidas, por lo que resulta ser un alimento natural muy puro y que actualmente se puede conseguir en pastillas, cápsulas, caramelos y galletas.
Se vende sobre todo a granel en polvo, ese mismo polvito que hace 50 años Matías quería vender y nadie quería comprar porque no estaba entonces de moda “lo natural”, y se puede echar sobre ensaladas, tostadas, sopas y purés.
Y de acuerdo a datos que saqué de Internet, los mayas y los aztecas ya la sacaban de los lagos alcalinos; y la consumían haciendo una especie de tortitas, que daban para incrementar su vitalidad a los mensajeros aztecas que corrían durante días.