La felicidad es un sueño eterno

Por El Lector Americano

Túnez, 24 de mayo de 2023.- ¿Cómo es que hoy se valora a una persona? Esta pregunta me la hizo un amigo hace treinta y cinco años cuando discutíamos sobre el porvenir de nuestras vidas, de nuestra valía de jóvenes. Y sí, pasó mucha agua bajo el puente, y ya para esa época, a fines de los ‘80, hasta principio de los ‘90, discutíamos que si el valor de una persona se medía según lo que produce, para sí y la comunidad, o cada vez más de lo que tiene y gasta. También en esos tiempos hablábamos de la supuesta identidad del hombre productivo (lo que justifica a fecha de hoy por qué las “asociaciones de consumidores”, son más importantes que los sindicatos para expresar insatisfacción ante el estado de ciertas cosas). Digo, y con esto vuelvo a los 22 años, y especulo que la gran trampa actual es que la felicidad ya no consiste tanto en hipotecar el bienestar presente por un futuro quimérico. Tampoco se trata de darse pequeños placeres segmentados, y poco medibles, del día a día por un goce categórico e ideal, de felicidad a cambio de la sonrisa eterna. Digo otra vez —pero a fecha de hoy— que a lo mejor la felicidad consiste en reducir La Quimera del Oro de Charles Chaplin, la película, y reemplazarla como una historia donde el porvenir es merecedor. Donde no existió nunca la necesidad extrema y los problemas de “Carlitos, buscador de oro” fueron secuencias erradas con divertidas volteretas del tipo “la felicidad ja ja ja”.

Eso sí, siempre y cuando después no caigas en la insensatez del desvarío, y andes diciendo: “lo que pude ser”; “lo que quise para el mañana”… o “hice todo lo posible”… En fin, salirte de la amnesia, del carácter etéreo, o quimérico de la felicidad, y construirla desde abajo y no degradándola para terminar siendo un destacado campeón en un reino fatuo.

Y ni qué decir con creerte la tontería de los selfies eternos, o el sopor impalpable de la marihuana (que ahora es legal) que te coloca en una esquina rota, o te dejas llevar por el efecto balsámico de las redes, que siempre te hará más feliz que ayer. O la sustitución y valoración del conocimiento de lo humano que, como lo dice el “Elogio a la Locura” de Erasmo de Rotterdam, hace más de 500 años, no te deje mascando ocupado a la orilla del camino. Un libro visionario que también se tituló como el “Elogio de la idiotez (en griego, “idiota” hace referencia al individuo que se aleja de los asuntos públicos y sólo piensa en su renta). Porque al final la historia del hombre ha sido siempre desplazamiento, y no solo geográfico, sino también del sentido de la realidad. Y así mismo me paso del eje filosófico a la consolación del tema que trato de vertebrar: el individualismo y las cosas. O de la religión como salvaguarda moral en contra del placer; para luego desplazarse a la devoción de la bondad; o del ocio solitario y narcisista a una caverna aterciopelada del tipo Platón (que tenía omóplatos anchos), al ocio solidario y colectivo, ese de los pastos urbanos o marchas políticas en plazas públicas. O del tipo declaraciones exacerbadas de amor: “Te amo lo suficiente como para no necesitar a otra para ser feliz”… Pero de pronto viene un mareo, y es suplantada el ansia de la eternidad; o la estética del gozo que ha ido desbancado a la ética del regocijo; o el consumismo que se ha ido encerrando a la quimera de “esas cosas” que realmente apreciábamos. Que después nos las venden adentro de una bolsa de plástico (reciclable por supuesto) donde nos pondrán las bragas nuevas de Zara. Y recién allí tomamos conciencia, entre idas y venidas, que has sido participe necesario de la contaminación ambiental (en Túnez el desierto es arena, dunas, y botellas de plástico), y ni qué hablar de la tiranía del éxito, la de los emprendedores “cool”, que son primos hermanos del individualismo imperante, y luego serán protagonistas de la avaricia en las listas de nuevos ricos en Forbes.

Foto cortesía.

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Per Saltum…

Vuelvo a los emprendedores. Hoy se habla de ellos como si fuesen Alejandro Magno o Cristóbal Colón, como si fueran los nuevos “homo psicologicus”, los que de alguna manera retrataban a ese auténtico padre fundador del mito actual del porvenir… de la felicidad: el hombre nuevo. Y son ellos mismos los que hoy te aconsejan vacunarte por si te toca enroscarte con una reacción parcial dentro del ciclo más amplio de la ambición. Ídolos admirados en los países centrales, y que han conseguido ocupar el imaginario contemporáneo y colectivo, del llamado movimiento de reflujo del éxito. Los de la pujanza silenciosa de unos “pocos” en detrimento de la creación de las fuerzas contrarias invisibles, que son millones, que no pueden asistir a ningún abordaje, y muchas más veces comer.

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Punto seguido…

Por eso es que hoy hay tanto “coaching”, para que podamos sacar fortalezas del “tuje” si es que aún no te lo han roto. Y estos “entrenadores de actitud”, transmiten todo aquello intangible y que sabemos que no tiene precio. Verdaderos “consejeros espirituales”, pero con una nueva religión, para que tu aspires, antes que cualquier cosa, a aprender a elevar tu autoestima, a vivir en un ambiente cómodo y relajado, y mejorar por supuesto tus “relaciones interpersonales”. A ser de la manada, pero ojo, tampoco tanto. Como una nueva filosofía del deseo y bienestar personal, que se exprese más como una lucha para conseguir una identidad personal, “seductora”, que una adquisición en serie de bienes espirituales. ¡Y está bien caramba..! … De eso se trata la cultura moderna del nuevo milenio, que es por excelencia una cultura de la personalidad, del cómo te ven, cómo te haces ver… y con las aplicaciones tipo Instagram o Facebook, se exacerban aún más, pese a que sigas siendo una decepción, y andes pidiendo disculpas por tus “cagadas” cinco o veces por semana. Pero los demás no tienen porqué saberlo, porque tú eres virtual y seguro, del tipo “mírame, pero no me toques, pero eso sí, mírame más”…

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El otro Yo-Yo

Esta tendencia “Psi o autoYo”, caracterizada por el nunca bien ponderado Gilles Lipovetsky (averigüen por favor cómo se pronuncia este nombre), en su libro: La era del vacío, nos da un paseo, en un primer momento, para protegernos a conciencia de cómo dominar el malestar de vivir, pero también nos condena a resguardarnos para escapar de las agresiones de los nuestros y —sobretodo— de los medios de comunicación que entran en nuestra casa. También habla de buscar calor humano en el mundo del trabajo, o en la satisfacción profesional en pos del crecimiento de la responsabilidad social en contra de indiferencia hacia los tuyos, y ni qué decir de lo social. O la búsqueda de contención en convicciones “nacionales”, cada vez más excluyentes y soberbias, con el fin de encontrar una identidad colectiva que se te niega en el terreno personal, mientras por otro lado el mundo se llena de refugiados del Sur al Norte, del Medio Oriente a Occidente, del Este al Oeste, por mencionar algunos puntos cardinales que ya sabemos. Pues bien, en esta estampida de desplazados, la quimera de la felicidad se presenta desértica, hedionda, excluyente, soberbia, narcisista, hedonista y cruel de la que no podemos entender y prescindir, porque nos negamos el derecho a vislumbrar un nuevo concepto del bienestar. Por eso existe la fantasía, para interpretar lo cultural, y a través de los medios, las formas de lo artístico como una flagrante traición, que se traduce mucho en el gesto fatuo que se desprende de las modas. Formas inclementes de la indiferencia, que como falsa quimera que son, resultan protagonistas de gestos que se proyectan como fantasmas a través de la exclusión, y la tiranía de la belleza blanca y radiante. 

Foto cortesía.

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La Quimera del Oro

Arriba hablé de La Quimera del Oro, de Charles Chaplin, porque es una película sobre el sueño americano, y donde mejor se describe la soledad en un ambiente de riqueza que no da para comer, ni sobrevivir en un tiempo y lugar duro con el hombre. Pero el hombre estuvo, y se reconstituye, de manera mordaz y tragicómica, para alcanzar la felicidad a través de los caminos del amor y la solidaridad, y no en la codicia. Pues bien, imaginarse un argumento así hoy en día a través de las redes, resulta imposible. Al menos que estés dispuesto a escuchar cuando el autobombo es la consigna, leerás: “soy buena persona”; “nunca me he sentido discriminada”; “ellos se lo pierden si no estoy”; “yo soy feliz, siempre soy feliz”; ”Yo disimulo mi bronca, porque mi realidad efectivamente imita al arte”… y otras variaciones.

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Cuéntalo tú mismo

En broma yo siempre digo que mis conversaciones son el resultado de mis “propios guiones” que escribo antes de salir a la calle… Que todo lo que digo y hago en mis acciones son acciones predeterminadas por mi. Por lo mismo me reescribo constantemente, y pongo en acción palabras que van constituyendo un tipo de realidad. Digo, a veces mi realidad trata sobre acotaciones descabelladas, pero es bueno que ustedes que leen esto sepan lo que ayuda para mi resguardo sensible construir algo de vida, o la linda forma de vivirla. A veces son momentos, secuencias, o sesiones que gatillan vidas pequeñas, y también complejas, que está pautado con el reloj biológico que controla mi estancia en la tierra. Pues bien, eso hago. Y, por lo mismo, me convierto en mi propio Coaching para tratar de acotar la distancia espacio/temporal, que me permite ponerme al lado de los demás, juntos a la par, en lugar de dejarme caer encima de ellos. Esto también lo puedes entender como un ejercicio de vida: como si adoptaras una nueva realidad de acuerdo a las personas que vas conociendo. Personas muy diferentes a ti, o viviendo un tiempo prudente en el extranjero para buscar algunas respuestas de tu propia vida, y sin llegar a ser un moralista, preguntarte: ¿Es lícito creer que se puede iluminar una vida con sólo ser empáticos la mayor parte del tiempo? Es difícil pero no imposible, pero eso sí, a fuerza de no reproducir una y otra vez nuestros defectos y venderlos como originales por supuesto.

Hay un relato que leí hace años de un padre que le dice a su hijo que salte de una mesa, que él lo atrapará. El niño salta, el padre se corre y el niño termina en el piso. Moraleja: el padre le está enseñando a su hijo que no confíe en nadie.

No es así, pero me gustaría pensar que ese cuento me lo contaba mi padre todas las noches antes de dormir. Como una forma de entender un poco de ciertas cosas que vas aprendiendo a través de la palabra y la sustancia de un relato. Porque al final, La Felicidad como sueño eterno, en una de esas sólo trata de abordar nuestros propios guiones sobre cómo interactuar con los demás, y vivir semana a semana sin sufrir un colapso nervioso. También ayuda a calmarte. Y después puedas decir que nada te afecta porque tú eres tu propio guionista, luego te abrazas y te dices a ti mismo: Yo se de qué va la historia. Y no es gran cosa. ¿O sí?

Quizás por eso cuando arranco en las mañanas, y me pongo a escribir textos y narraciones, satisfago dos necesidades básicas: la de ser aceptado y la de ser vengado a través de una buena trama, y algún mensaje. 

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