La muerte del otro

Gene Hackman y su esposa Betsy Arakawa. Foto cortesía.

› Por El Lector Americano

(Burke, 17 de marzo de 2025)

La muerte es un hecho irrefutable: “al final morimos solos”, reflexionaba el artista Roberto Matta cuando le preguntaron qué había aprendido en su larga vida.

De esta frase me acordé cuando me enteré del fallecimiento de Gene Hackman, su esposa, y su perro.

El 17 de febrero para muchas personas fue un día más de vida. Para Gene Hackman, fue otro día de vida, y el último. Sin saber qué pasaba —tenía Alzhéimer— percibía erráticamente que estaba vivo. Era un hombre muy adulto, que vivía con su esposa más joven. Sin embargo todo era como era, o cómo fueron sus últimos veinte años de vida  en su casa. Y un día y otro hicieron vida ocupándose de sus asuntos. Hasta que apareció la muerte. Ella, después da un último suspiro, y cae muerta en el cuarto que comparte con Gene. Él ni siquiera tiene consuelo. Él tiene Alzhéimer, y no le queda otra cosa que dar vueltas por la casa, sin conciencia de que está sólo, y no se le ocurre salir a la calle. No tiene idea ni de la mortalidad o la inmortalidad. No come, no bebe, y tampoco alimenta al perro. Es un hecho: en esa esquina de la vida solo podemos pensar que lo habitó la muerte tras una larga agonía. Una frontera invisible para darnos cuenta de qué lado estamos nosotros. Porque lo inconcebible de esta muerte, no es el fin de la vida, sino la soledad y la crónica de su indolencia.

Rebobino. Me enteré de la noticia un domingo por la mañana mientras preparaba el desayuno. Mi esposa todavía dormía, disfrutando unas horas más de sueño. En Burke, en invierno, es un mundo silencioso con calefacción central, y algo de nieve afuera. Yo estaba abstraído evitando quemar el pan en mi tostador chileno, y no podía dejar de pensar en las líneas que había escrito la noche anterior. Entonces agarré mi celular, y me enteré que había muerto Gene Hackman.

Es fuerte enterarse de la muerte un domingo, a las ocho de la mañana, un fin de semana. Son noticias que no pueden esperar, porque siempre son una mala noticia.

Foto cortesía.

Después de informarme, no se me ocurrió un sólo pensamiento altruista. Sí pensé en esa escena de «Mississipi en Llamas» (Mississippi burning), donde Hackman hace de agente del FBI y le aprieta los testículos a un asesino del Ku Klux Klan. Me gustó ese personaje, y recordé que tuve la intención de escribir algo sobre esa película. A veces los films ayudan a imaginar cómo debes actuar frente a los racistas hijos de puta que habitan este mundo. Pero nunca escribí esa nota. Pero recordar esta peli me ayudó a dimensionar el gran actor que había muerto. De su muerte en soledad (yo esperaba enterarme de algún crimen o accidente), y en este contexto, de cómo se están dando las cosas en el mundo de hoy, su muerte es un signo de estos tiempos de relaciones personales vaporosas. En este Estados Unidos donde están pasando cosas extrañas: incendios en California, durísimas nevadas en el Oeste, y despidos feroces de empleados públicos… todo esto te pone algo patidifuso.

Cuando me enteré que Hackman tenía tres hijos adultos, dije:  —¡bueno… esto es el colmo de la indiferencia!—. ¿No vieron sus hijos el naufragio de su padre?

Lo cierto es que después de días fallecidos, no pasó nada, y su ausencia no alcanzó ni para alarmarse, como si Hackman y su esposa nunca hubieran estado disponible. […]

Los Hackman, eran un matrimonio disponible y ausente, algo inherente a su personalidad. Hoy una muerte sin duelo. Como esos retirados que solo ríen y comen por necesidad. Y la muerte de Gene Hackman, que era famoso, no suma a cualquier idea que tengamos de una persona así, y eso es una paradoja. Un tipo que no quiso mostrarse a sí mismo bajo ninguna circunstancia… un hombre como el colmo de la paradoja.

Realidad/ficción. Este muerte podría perfectamente ser un nuevo drama de Netflix. Con una trama que gire en torno a una pareja: un anciano de 95 años, y su mujer 30 años más joven, que viven juntos en una gran casa en la suburbia rico de Nuevo México. Un día ella se enferma de hantavirus muy mal, y después muere. Pero ellos viven solos, y es ella quien cuida al anciano con Alzhéimer. En dos semanas, muere ella, el perro y el anciano.

Después vemos a un grupo de bomberos que abren la puerta de la casa, y una vez adentro, ingresan a la sala principal, oscura y lúgubre como una cripta, y abren las ventanas para que entre el aire y la luz. Con gestos de desagrado, se cubren la nariz por el olor nauseabundo del encierro. Al recorrer los distintos ambientes, de pronto, aparece un cadáver, en estado avanzado de putrefacción, recostado sobre el piso de la habitación principal. Se insinúa un misterio.

Corte a:

Avanzamos desde la habitación principal a la cocina, donde está el cuerpo del anciano, y más allá un perro, muerto en una jaula.

Corte a:

Flashback veinte años antes. Nos encontramos en un elegante teatro con un concierto de piano: la esposa del anciano toca Mozart. Él, más joven, sonríe a todos.

Corte a:

El presente: dos muertos en bolsas para cadáveres son llevados a la morgue. También un perro.

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Gene Hackman tuvo una vida de virtudes públicas, pero de vicios privados. De ese tipo de personas que cuando están vivas, los demás no hacen otra cosa que buscarlos para ser sus amigos, pero este tipo de personas siempre tienen agenda. Son muy ocupados. Y cuando mueren, los que tanto le buscaron para hacerse amigos, se dan cuenta que no quieren parecerse nada a ellos.

Aquí la muerte no es igualadora, sino más bien un pretexto para que les sobrevivan hagan una diferencia para vivir más y mejor, a no acumular la soledad del tiempo.

Los Hackman, fueron una pareja intensa y fotogénica de estos tiempos. De esas que no ocupan sólo un espacio, sino más bien un bloque impenetrable. De esos que se levantan temprano, y luego desayuno opíparo. Más tarde leen, tocan el piano, y leen de vuelta. Comen fideos con tuco al mediodía, hacen una breve siesta antes de la cena, y después ven tele. Son esos perfectos habitantes suburbanos entre hábitos y rutinas, sin muchas cosas que decir. No hablan mucho.

Foto cortesía.

Ya lo dijo Samuel Becket: “El hábito es el mayor insensibilizador del hombre burgués”.

Y el caso Gene Hackman, su familia, y su Alzhéimer, parece fueron cartón lleno.

Por eso cuando la prensa público sus fotografías, se hizo irresistible no verlas. Allí está el panorama completo: las mismas una cuota de verdad detrás de cada imagen. Como las fotografías de su boda: lo dos relucientes en una playa, 1992; ella sentada sobre una piedra volcánica, posando para hacer una fotografía cómicas que parece no resultó. Estás fotografías reafirman la presencia física de los muertos en este mundo. Imágenes latentes donde los muertos están en suspenso, donde la muerte nunca se los podrá llevar.

La muerte de Gene Hackman y su esposa, es una imagen latente porque nos da cuenta que la vida sólo resulta tolerable si permanece en la superficie, porque así recibes esa superficie de la vida de los otros. Cero demandas, cero compromisos.

Un espacio de vida donde no se está obligado a mostrarse y, por consiguiente, tampoco a esperar poco y nada desde afuera.

Cuando vives puertas abiertas, estas obligado a pensar bien de los que te rodean. Y si no es así, siempre podrías huir de ti, o de los demás. O simplemente desafectarte de este mundo.

La muerte no te da tregua. Ya no hay tiempo para hacer un examen entre el bien y el mal. Por eso que es noticia mala que cruza el mar, en tiempos en que el mundo gira al revés.

Gene Hackman, este mundo -o espectador de cine- te extrañará por siempre… como en la película que vi una vez, con esa cara adusta , en el afiche de Misisipi en Llamas que tuve en mi pared. Y una valija sobre mi diván.

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