La oferta de la semana… nada por dos pesos…

Oferta-rockPor Carlos Alberto Parodíz Márquez

Postales de la realidad. El Gandulfo batalla y extiende su lucha por sobrevivir, en momentos en que los hospitales “encogen” y los pacientes “crecen”.

Un domingo “negro”, casi homenaje a Frankenheimer, quien cerró los ojos para olvidar. El Gandulfo fue, por un rato, rehén de dos bandas que disputaban territorios y se facturaban, con vidas soberbiamente regaladas, una media tarde de esas que las callecitas de Lomas, no frecuentan a menudo, aunque la oferta crece y la demanda resigna. La ignorancia es supina, ignoraban que invadían “los pagos” de Mario Paolucci. Que se le va a hacer, no hay respeto para el arte ni en la marginalidad.

Resulta que las dos bandas, n precisamente de rock and roll, debatían, a tiros por las calles y los techos de Piedras, Sarandí, Balcarce y adyacencias, digo esto a riesgo de celos artísticos de los vecinos excluidos, con el ardor propio de intereses encontrados.

Las zonas, cuando no están claras, provocan litigios fronterizos. Naturalmente, estos son tutelados –no concedidos- por “los buenos muchachos” de uniforme.

Todo sea por la convivencia pacífica, aunque algunas veces la diferencias, como en ese caso, se resuelvan sin recurso de amparo, para los vecinos, claro, porque estos protagonistas de civil y de uniforme, sólo los tienen en cuenta como piezas propias de caza, afincadas en un coto cerrado que se disputan con mayor o menor ferocidad , pero se disputan.

Lo cierto es que el rusito uno de “los ejecutores” del bando uno, tanto como para identificarlos, pasó a “cobrarle” una cuenta pendiente a Marcelito, lo hizo bien, Dos tiros que necesitan cierta certeza. El rusito es muy cuidadoso y no se quería ir sin asegurarse. Diría algo obsesivo, pero son cosas de “la profesión”. La demora suele ser mala consejera, sus socios se impacientaron, los “compañeros” de Marcelito, se alarmaron y la “taquería” también.

Lo cierto es que los vecinos del apacible y bucólico barrio, cambiaron sobremesas y siestas presumibles, algún avance erótico a favor de la tarde desapacible de domingo, por el disonante desfile que tenía lugar sobre sus techos y sus calles. Un nuevo concierto –no coral sin atisbos de Bach-, donde las explosiones no las producía AC DC y las corridas tampoco eran de Mick Jaegger. Azorados, los valientes que se asomaron contó Jorge vecino del lugar, pudieron ver la retirada militar ordenada hacia el hospital, objetivo donde la gente de Marcelito lo quería dejar para atender, por si “las moscas”, mientras que los de la banda uno, sitiaban el Gandulfo.

Hubo evacuaciones, cordones oficiales y de los otros, lo cierto es que los pacientes, familiares y vecinos, se sintieron inquietos protagonistas de “un thriller” negro del tercer milenio, que nada tiene que ver con la era de Acuario de un tercer milenio, donde el ser humano crecería espiritualmente. Salvo que, siempre es posible, ese diagnóstico sea para los que sobrevivan.

-¿Te enteraste de algo, sobre esto? -, nos interrogó Jorge, incrédulo, con su melena leonina al viento.

-No-, confesé avergonzado, resistiendo la mirada socarrona de Yon.

-Bueno, tampoco es para calentarse, lo que no aparece en “la tele”, no ocurre-, cerró filosófico Jorge, consultando su reloj, porque los servicios de terapia sobreviven con horario.

El arbolado de Piedras saludó majestuosamente la retirada de “la turba”, como repite Mactas. El empedrado de Sarandí permite al Alfa gris y lustroso deslizarse haciendo surf sobre adoquines silenciosos, son testigos pacientes del paso de quienes, ni siquiera, serán recuerdo.

Yon tuvo un ataque de reflexiones en forma de bombas de racimo, que me arrojó sin aviso, ojalá puedan tolerarse.

“Nuestras quejas nunca son, del todo, de buena fe, por eso resignamos.

Son el precio que pagamos. Sin pensarlo, por ser del mundo.

Mi libertad y mi universalidad no podrían admitir eclipse alguno.

Por eso, luego de haber enunciado a un proyecto, experimento con frecuencia una liberación, -después de todo lno me apasionaba tanto”, me digo.

Sólo había debate para salvar las formas, la deliberación era una parodia, yo había decidido en contra. Es como discutir con argumento, contra la libertad, la impotencia de la voluntad.

Estoy a merced del desempleo y la prosperidad.

Es poco probable que en un instante destruya el complejo de inferioridad en el que me he complacido durante años. Eso quiere decir que me he empeñado en la inferioridad, que me he domiciliado en ella.

Un argumento contra la libertad es la impotencia de la voluntad.

La acción libre está en todas y en ninguna parte.

Nada hay que pueda limitar la libertad sino lo que ha determinado ella misma.

Esta libertad resbala sobre si misma y es el equivalente de un destino”.

Inspiré profundamente y pude digerir la puteada que parecía indetenible.

Decidí pensar, algo conmovedor y casi ajeno en estos tiempos.

“No te olvides que el sueño excluye a la libertad

En aquel lado del rio, el sol parecía golpear más feroz e indiscriminadamente.

El color era despojado, contraído en gama de grises y amarillos desteñidos.

La mujer llevaba una flor escarlata en la trenza y a falta de un verde complementario que la moderase, se diluía en un marrón insípido, aunque a lo lejos la toca blanca y almidonada, la convertía en un pájaro milagroso que se alzaba para flotar, balanceándose desde lejos.

Más allá del templo, la calle se bifurca en dos más estrechas. En el vértice, un árbol cobija el altar puede ser de Rodrigo, Gilda o Jesús, total a alguien le puede servir a la hora de implorar clemencia. Hay vacas que rumian, ancianos y mujeres que despejan las ventanillas de la nariz. Periferia del horror. Pero estamos en la vida y eso es caro.

-El cementerio de Lomas ha pasado a ser un sitio mucho más visitado-, empezó anunciando Yon una nueva calamidad. Lo hizo detrás de un escocés helado y para peor, legítimo.

-No se trata del crecimiento del índice de mortalidad, que desde ya sube por demanda de violencia-, agregó mordisqueando una galleta salada untada con salsa tártara.

-Ahora y desde hace un tiempo, estas nuevas atracciones tienen que ver con los metales-, precisó mientras cazaba una aceituna escurridiza.

-Resulta que los vándalos saquean con impunidad, toda la broncería para empezar y seguir con vajillas y aquello que los familiares guardan como homenaje-, se lamentó, concentrando su atención en las piernas bien torneadas de la azafata de servicio en ese bar… “sucho”, buena copia de un símil del siglo XIX, situado en el centro de un country casi exclusivo.

-La gente aquí también resulta profanada-, anotó por el segundo sorbo del escocés mágicamente helado.

-La seguridad del cementerio, bien gracias-, abundó el vasco hablando por la comisura de los labios.

-Los depósitos de parabienes y los fundidores más-, a esta altura parecía enojado.

-Los patoteros están a la orden del día y nadie los enfrenta-, enumeró mientras contaba las anchoas alineadas en formación sobre un plato de porcelana turquesa de los que ya no se ven.

-No pregunten por la autoridad. La autoridad está ausente, no sólo del cementerio. Tal vez allí esté sepultada en una tumba sin nombre, por las dudas que alguien la encuentre. La reactivación está en marcha pese a los agoreros que dicen que todo está mal y sin futuro. El futuro está “en los carritos” que los trasladan. Por eso la gente saquea a gusto y placer, total a nadie le importa-, cerró ácido.

Yo, en tanto, sin cuestionarlo, pensaba en el servicio desolador de los tiempos de crisis, pero no lo refuté, no era necesario, para eso estaba la realidad.

El río marrón se desliza lánguido y susurrante. Desde la terraza del parador la brisa huele casi salobre, una lengua marina, abrió la boca del Plata. El servicio, demente como siempre que Yon invita, llegó ordenado y en formación bávara. Me conmueve esa espartana diligencia. La blanca sombrilla amparaba las confesiones, por lo menos las techaba. El narangello helado que había elegido para acompañar la inconfesable variedad de quesos fuertes que descansaban en la tabla, producía una mezcla agridulce. Bueno, a él le gusta, ya estábamos a la puerta de la noche.

Lo curioso fue la medida, breve, de las cosas. Eso requirió cierta laboriosidad que conspiró contra el número que procuré llevar. El segundo plato, todo verde, según el ataque estético del vasco, era una pradera de espinacas gratinadas y espolvoreadas con pimienta blanca, por todo condimento.

Naturalmente requirió una decisión fuerte, como todas, y eligió un blanco seco, helado y de finca. Lo dejé hacer, otra cosa no podía hacer. El filet de pejerrey, naturalmente de río, flameó sobre la porcelana blanca y el limón doró la superficie. El blanco seco llegó para quedarse hasta las cerezas a la crema, el café servido en jarras y el cognac caliente dulzón y sabor real. Después llegó, para mal, el informe externo. Lo hizo como siempre en un sobre engomado e impermeable, vacilé antes de hacerme de él, pero lo consideré un exceso y un fuerte motivo para otra historia que ojalá prospere.

-No te olvides que el sueño excluye a la libertad-, me dijo antes de marcharse.

PD con afecto a los que sobrevivieron desde septiembre del 2002.

Carlos Alberto Parodíz Márquez escribe desde Alejandro Korn, Buenos Aires, Argentina.

Fuente: ARGENPRESS CULTURAL

 

 

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