(((((La Oficina Portátil)))))

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Por El Lector Americano


Túnez, 17 de abril de 2023.- En Ciudad de México (CDMX) conocí los espacios de trabajo —Centro de Coworking— que alquilas por horas, días, o meses. Espacios de trabajo, se diría, auspiciado en gran medida por el Covid/Wuhan Internacional Inc. Lugar donde vas, porque seguramente eres un freelancer o coworker, o trabajas a tu manera, en un spot o en una redacción para la red, y te acomodas en un “open space” o en una, toda/tuya/oficina a un “precio rebajado”, y trabajas. Y lo bueno de todo es que siempre tienes derecho al café más o menos gratis, para dedicarte a tus “curros” o profesión. Y, a diferencia de las cafeterías irlandesas de la esquina, tienes ciertos complementos para tu computadora, incluyendo un buen wifi que te conecta al otro lado del mundo. Ahora, si para un viernes ya te hiciste de amigos, puedes exclamar: “Gracias a Dios es Viernes!”, y darle a unas birras de parado en un bar con gente fina y trabajadora. Y vestirte casual, aún cuando pareciera que a nadie le importa. Aquí eres urbano, moderno, anticorporativo, independiente, emprendedor, y libre. Vas a eventos y piensas “out of the box”, porque eres creativo y te gusta repetir la palabra “un nuevo concepto”. Por lo tanto te conviertes en el cliente ideal para estas oficinas, que son usadas por gente que justamente no tienen oficina.

Así me lo explicó la chica de la recepción cuando entré a preguntar sobre este nuevo descubrimiento urbano. Fue hace 3 años en México cuando todavía nadie conocía Wuhan. Entonces, la chica me explicó exactamente el concepto, y usó muchas expresiones en inglés y yo puse cara de entender todo, y movía la cabeza pre anunciando un… pero qué… qué bien, mientras también me contaba que había café, bocadillos y galletas gratis. Ella hablaba, y es verdad que hasta ese día, no terminaba de entender si el local era un centro Apple, un un albergue juvenil o un comité de base del “nuevo liberalismo light”, de la llamada nueva centroderecha mundial, si es que eso fuera cierto y también posible. Desde afuera, la calle Aristóteles 88, a pasos del Parque Lincoln, una gran vitrina exhibía a gente moderna y concentrada frente a sus Macs o tablets, recreando un ambiente luminoso, limpio, con gestos suaves con tonos celestes, y gris suave también.

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Esta chica, una especie de Anne Hathaway, pero con toques levemente mexicanos, onda Frida, de mirada concentrada. Después de un interludio, pasamos a los precios y por 8 dólares diarios, (160 mexicanos), podías formar parte de esta selecta comunidad. Calculé mentalmente —mal como siempre— la ecuación costo/ beneficio, y decidí quedarme. Llené un formulario donde me comprometí a no robarles los audífonos, no abusar de las galletitas y el café, y opté por un cupón de descuento. Simplemente estaba entusiasmado de que que por fin aceptaran a un tipo como yo, en un club algo elitista con gente como ellos… Además, en la puerta del edificio había un estacionamiento para dejar bicicletas. Yo no tenía, porque vivía cerca, pero me re importó el cuidado de la huella ecológica. Me gusta la gente así. Además tenía que terminar una nota, y escribir más disciplinadamente, y ese día me dije: necesito un espacio emprendedor y moderno por el bien de mi labor profesional. Así es.

Después de firmar un contrato volante, me senté en una de las mesas que dan a la ventana. Pero me distraía mucho la gente que pasaba por la calle, y me daba un poco de vergüenza la exposición, como ocurre en los gimnasios con personas que hacen bicicleta fija, y sudan frente a los mirones —como yo— que los mirados desde la calle. Después pasé al espacio living/mesa ratona amplia: apoyé mi computadora, y me acomodé en uno de los silloncitos de terciopelo rojo, de esos que te amortiguan lo más bien las nalgas, y ahí me quedé.
(¿Por qué no tengo en casa un sillón así?, pensé… Son re buenos).

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Como dije, me senté algo lejos de la mesa. Y lejos de mi laptop, hundido en el sillón sin saber qué hacer. Se me empezaron a ir las ideas, y entonces empecé a mirar a los demás. Imaginé historias de acuerdo a las apariencias de los que allí estaban, y desglosé: dos contables; tres asesores financieros; dos activos de Ongs; una amante en línea; y tres periodistas arruinados. En eso estaba, y de repente me empezó a dar cierta vergüenza, y me di cuenta de que ya habían pasado como 20 pesos de mi pago, y todavía no había escrito nada. Me serví un café. Después otro, y dos galletas María que tanto me gustan. Pensé, que si me tomaba un tercer café iba a descontar unos 30 pesos de lo que había pagado. Y si me comía un croissant les recargaba a mi descuento 2 pesos más. Aunque no tenía mucha hambre me encajé un desayuno completo a las 3 de la tarde y volví a mi lugar, que ya estaba ocupado por una chica vestida de pantalón de cuero negro y camisa azteca roja, que hablaba por línea: “Sí, yo estudié en México, pero la pasantía la hice en Inglaterra. En Londres, sí. Mi especialidad es el arte, pero tengo experiencia en diseño, redacción de contenidos, estrategias de campaña. Si necesitas a alguien creativo, esa soy yo. Ahora te hablo desde mi oficina en Cdmx”.

La chica creativa, con su voz algo nasal, me había robado el lugar. No me importo. Me senté igual cerca de ella pues me interesó su discurso de ‘autobombo’. En otra mesa, tres varones jóvenes de pantalón y camisa tipo Banana Republic, se comportaban como si estuvieran en una redacción. “¿Te llegaron los archivos? ¡Mira que te los mandé hace un rato, eh!”.

Mmm…, éstos son los coworkers de verdad, reflexioné. Están cerca, pero trabajan en línea. Y se hablan de lado.

En otra esquina, una mujer madura, y sexi, le pedía —también a los gritos— a una tal Lillian que le alcanzara un café, y reclamaba que ya no daba más con unas escrituras. Que había que llamar al notario del banco. En otra esquina, un extranjero con acento italiano, hablaba con alguien por celular y le decía que estaba “working at the office”, que en español quiere decir: “te estoy mintiendo como sobreviviente del Titanic y todo lo que digo es más mentira que caviar de pobre”.

Ya habían pasado como 70 pesos de mi pago inicial, y no había escrito una línea, cuando empecé a angustiarme. Estaba atrapado en diez oficinas ajenas, y al mismo tiempo, rodeado de gente que actuaba como personas normales y, naturalmente, haciendo cosas muy raras. Sentí que formaba parte de una gran estafa que no terminaba de entender. ¿Por qué la chica creativa del pantalón de cuero y camisa Maya roja no le decía a su interlocutor que estaba en un espacio compartido? ¿Por qué los tres chicos vestidos Banana Republic hablaban entre ellos en voz alta de un archivo, si tienen a sus compañero al lado? ¿Y quién es Lili? ¿Dónde estaba? ¿Será la secretaria de la sexi señora madurita? ¿Se habrán quedado sin oficina y ahora tienen que tomar café alquilado por horas?

Y el brillo plateado de las Macs, los cuadritos alusivos a la libertad (la jaula vacía con un pajarito parado encima de la bendita jaula), y los croissants gratis, ¿se transformaron en un estruendoso símbolo de: “estamos jodidos llenos precariedad laboral”? ¿Todos los que habitamos este lugar somos los nuevos trabajadores sin techo? ¿O somos empleados ambulantes que, sentados, fingimos estar en un lugar elegido por nosotros? ¿Somos productivos, económicamente rentables, aún cuando ni siquiera nos miremos entre nosotros? Mmmm… Muchas preguntas al aire, y respuestas pendientes.

Hay que decirlo, al tipo que se le ocurrió este emprendimiento logró un éxito rotundo desde los bordes del mundo empresarial. Y el Covid le dio una buena mano también. En Ciudad de México estos lugares se reprodujeron en los últimos cuatro años, y la ilusión de pertenecer a este ámbito de trabajo está atravesando fronteras y formatos. Por otro lado, según los beneficios que brindan al mundo del trabajo, sus creadores han dado cuenta que estos lugares ayudan a evitar los paros generales, una alternativa al desempleo de cuello y corbata, y de excluir de la economía formal a aquellos que se visten en Zara. Y aunque hay cierta lógica que yo sigo sin entender, al final me digo que eso no importa, si de última yo también estoy aquí. La innovación de la fábrica o la oficina como se entendió por más de 100 años, aquí se ha refundado. Y como me dice un colega argentino que vende “cierto material bélico” a las fuerzas policiales del subcontinente, él me sintetiza con un concepto también capcioso con una respuesta ambigua del estado de las cosas: “este emprendimiento es un misterio”.

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Pero, a ver: con los años me he dado cuenta que no todo es rendimiento y búsqueda de productividad. Por eso existe la burocracia que nivela el mundo de la ciudad todavía. Por eso este emprendimiento también pensó en espacios para el relajo. Como cuando se acerca el buen clima, o es el momento de cerrar etapas, puedes arrendar una terraza, e invitar a algunos desconocidos para darte unos copetes. O festejar un lindísimo “falso año nuevo de logros” y calcular el crecimiento económico de lo que haces, y hacerte fotos y mostrarles a todos en Instagram o Facebook para hacer saber que la cosa va re bien.

A mi me ayudó para lo de la lluvia de ideas… y seguí el consejo de mi amigo exportador de fierros, cuando busqué un lugar como este. Porque al final el moderado ruido de fondo de los Centro de Coworking, es más estimulante para la creatividad y el intelecto que el silencio absoluto de estar a puertas cerradas en tu casa. Seguramente así lo analizaron los gestores de este negocio, porque son lugares que te sacan de la zona de confort y te instalan en un ambiente relativamente ruidoso, como un café, y te estimulan el cerebro para que pienses abstractamente y, por tanto, generes nuevas ideas. ¿Y la distracción? Pues, al parecer, ése es el “quid” del asunto. Mientras que un espacio tranquilo puede ser más fácil para leer un libro, por ejemplo, en un ambiente medianamente ruidoso te induce a cierto grado de pensamiento abstracto que estimula la creatividad y la competencia.

Por lo tanto la clave está en el equilibrio: ni mucho silencio ni demasiado ruido, lo cual me sirvió para que saliera este texto… y para que no se vuelve una molestia hablar de ciertas cosas modernas de estos días que se viven como flechas.

 

 

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