Por El Lector Americano
Túnez, 25 de abril, 2022.- Hoy día, entre nosotros, los del lado occidental del mundo, hablar de la muerte es una descortesía imperdonable. No se les permite especular de ella ni siquiera a los adultos mayores, ni menos a los enfermos terminales.Quienes nos rodean, cambian de tema, hacen bromas o incurren en promesas de mejoría más falsas que las verdades absolutas.
La muerte sigue siendo una ceremonia secreta, y en soledad. Bueno, te vas solo y son los que quedan los que quedan a la intemperie. Por eso se traslada a los que se van de este mundo a un lugar fuera de su casa y allí se los guarda hasta el último aviso. Sólo los muy cercanos pueden verlos. Y de acuerdo a las costumbres actuales de nuestra tribu, muchas personas mueren en un espacio ritual llamado “Sala de terapia intensiva”, separadas de sus parientes y amigos, atendidas por desconocidos a los que se les paga para ese fin. Y en estos tiempos de pandemia está fue una constante, dura, penosa, y sinfín.
Pero el silencio sobre este tema es típico en nuestra sociedad, pero eso no significa que otras culturas acepten mejor que nosotros la existencia de la muerte. En muchos mitos antropológicos, cosmogónicos y religiosos, el hombre es creado inmortal y la muerte es producto de un error porque viene desde otro lugar, lo cual sabemos, pero no queremos enterarnos. Y en nuestra tradición cultural, la misma suele estar asociada al sexo: en cuanto surge la reproducción, y hacerte un lugar en el mundo se vuelve algo imprescindible, paf!, te cae la sentencia finita. Por eso —y con esto no digo nada nuevo— Adán y Eva son castigados con la mortalidad cuando descubren la vergüenza, es decir, el sexo y el deseo. Pero ojo… ojito, no se crea que este es un rollo entre cristianos, moros y los seguidores de Jahveh, no, no señores! (…) ya de antes, los dioses griegos le daban al hombre a la bella Pandora, esa mujer!, pero les entregan con ella una cajita que Pandora abría para dejar libre a la vejez, la enfermedad y la muerte. Y sigue…
Porque entre los aborígenes de América del Norte, la Gran Liebre le dio la inmortalidad al hombre en un paquete que le prohibió abrir. Pero su esposa lo abrió y dejó escapar la inmortalidad. La mujer da la vida, y tal vez por eso es también es responsable de la muerte.
Sigo. Entre los suruí de Rondonia (Amazonas), el mito es todavía más obvio, y húmedo. Palop, el Creador, excava la vagina en la mujer, crea los órganos sexuales del hombre, con el jugo de una fruta lechosa crea el semen y, con agua de coco, los fluidos sexuales de la mujer. Pero ahí mismo, inventa la muerte. Un muchacho joven es el primero en morir. Ante el llanto del hermano, Palop se conmueve y lo vuelve a la vida. Pero cuando el muerto empieza a comer, su propia madre le recrimina: “¿No estabas muerto? ¿Y por qué te estás comiendo todo?”. El muchacho se vuelve a la tumba y por culpa de esa madre desapegada, los humanos ya no resucitamos.
Sí, no hay cultura humana que acepte la muerte con agrado. Aún cuando a veces se la considera el resultado de un pacto, como entre los aborígenes Innuits de Groenlandia y su destino. Allí en el principio de ellos, los hombres eran inmortales, pero vivían en la oscuridad. Una anciana se obstinó en que la vida sin luz no valía la pena. Y así llegaron al mundo el sol y la muerte. Como lees, todo mal…
Pero si hay hay algo más inaceptable que la muerte propia, es la muerte de un hijo. Entre los masai africanos, un semidiós le enseñó a Le-eyo, uno de los primeros hombres, cómo lograr que la muerte no fuera definitiva. Ante el primer cadáver, tenía que decir: “Hombre, muere y vuelve a la vida; luna, muere y no vuelvas más”. Un niño murió poco después, pero no era uno de sus hijos y a Le-eyo le dio pena perder para siempre la luna por un chico cualquiera. Y dijo así: “Hombre, muere y no vuelvas más; luna, muere y vuelve a la vida”. Pero después murió uno de sus propios hijos. Desesperado, quiso pronunciar las palabras correctas, pero ya era tarde. Por culpa de Le-eyo, el ser humano tiene la luna, pero perdió para siempre la oportunidad de volver a nacer.
Los indios Shoshone, de América del Norte, cuentan que una discusión entre el Lobo y el Coyote explican el asunto. El Lobo propuso: cuando una persona muera, se le podría devolver la vida disparando una flecha sobre la tierra bajo el cadáver. El Coyote contestó que si toda la gente resucitaba, habría demasiada en el mundo. El Lobo aceptó… pero decidió que el primero en morir fuera el hijo del Coyote. Desolado, el Coyote le rogó que hiciera su magia. Pero el Lobo respondió con el argumento del Coyote y nunca más volvió nadie de la muerte. Son jodidos los Coyotes…
Muchas historias les echan la culpa a los mensajeros traidores y enredadores de la realidad. Entre los zoque-popolucas, de México, el Héroe, el Espíritu del Maíz, resucita a su padre. Entonces envía a la iguana a avisar a su madre que no mire de frente a su esposo resucitado, que no llore ni se ría; pero la iguana le pasa el mandato a la lagartija, la cual cambia el mensaje. La mujer no puede sacar los ojos de la cara de su marido resucitado, no puede parar de reír y llorar, el hombre se hace polvo y se pierde con él la inmortalidad. Todo mal otra vez…
En los mitos africanos, los mensajeros traidores suelen ser el camaleón, el lagarto, la lagartija, la serpiente. El ser humano desconfía de los reptiles, por eso el verde es el color de los monstruos.
De ahí, y para ir cerrando el texto, lo que que es deseable para uno, puede ser malo para la comunidad entera. Lo que piensas de los otros se te puede venir de vuelta, más un cincuenta por ciento reajuste por mala persona. Y por eso es dable insistir y manotear los cuentos populares como el de Pedro Urdemales, que consiguió engañar y atrapar a la Muerte, para darle otra dimensión a la condición mortal de todos nosotros.
Y a partir de todo lo que argumenté y conté arriba, ahora sabemos que las intermitencias de la muerte, la imagen de un mundo sin muerte, es también la de una catástrofe universal. Y sin embargo, también es inútil que intenten persuadirnos de comprender la “utilidad”social de la muerte pero, como individuos, ¡estamos en contra! Por eso no podemos entender las guerras de hoy. En Ucrania, Somalia, Palestina y Yemen por dar casos latentes y en vivo. Tantos jóvenes muertos por una geopolítica que basa sus argumentos en galimatías muy flojas de papeles ni derechos de nada, y que nada tiene que ver con la vida de nuestra tribu planetaria. Como si la danza sin cuerpo y pensar que mañana será mejor fuera el fruto de la brutalidad de la muerte de adrede, sin mito universal. ¿O no? …