Lectores y mirones 

Por El Lector Americano 

Túnez, 14 de junio de 2023.- En 1976, yo tenía once años, y tenía obsesión por conocer “las otras cosas de la vida”.  Y las revistas más poderosa que tenía a mi alcance no eran ni The New Yorker, tampoco Life, a pesar de que allí firmaran grandes escritores u hombres de la cultura. O que se publicaran las mejores notas sobre Guevara, El Che, ya convertido en un ícono for export, o reportajes tardíos a Salvador Allende, y todas esas personalidades tan distantemente atractivas para los lectores de revistas, del mundo y Latinoamérica.

No señores, tampoco eran ninguna de esas publicaciones underground con títulos sociopolíticos: Crisis; AjoBlanco; Bohemia; Apsi… —que, a pesar de todo su entusiasmo, carecían de la suficiente fuerza de distribución para llegar hasta los suburbios de Quinta Normal, específicamente a la peluquería de caballeros de El Mero—. Pues bien, la revista que me abrió al mundo fue la nunca disimulada Revista Playboy.

Mi padre, sus amigotes, y Mero, el peluquero, leían Playboy entre ellos, un hecho que descubrí cuando alcancé la edad en que se encuentran recompensas cuando escudriñas en los viejos muebles de una peluquería. Y así fue cómo encontré un ejemplar escondido bajo unas toallas blancas, de esas para después del afeitado.

Foto cortesía.

¿Cuál era el lugar que ocupaba Playboy en la vida de mi padre y sus amigos de la peluquería? Lo supe, o me lo hicieron saber ellos involuntariamente, una tarde, poco después de mi descubrimiento. Y así comprobé el poder de Playboy, esa que no alimentaba no solo las fantasías de mi padre y sus compinches (¿por qué, si no, para qué la leerían?) si no, de paso, también aumentaban las inseguridades de ellos mismos con respecto a sus esposas (¿qué otra cosa podía pasarle a un ama de casa típica de entonces ante tremendas mujeres semi en pelotas en la a página central?), y ellas también. En más de un sentido, Playboy era algo maligno, y por lo tanto, como ahora sabemos “algo muy atractivo” para saber cosas de la estética femenina.

Pues bien, este recuerdo de hombres recortándose el cabello, se me revivió hace unos días por streaming. La semana pasada me puse a ver un documental de Playboy en línea, sobretodo una secuencia de la entrega anual de los Premios de Revistas en el Waldorf Astoria de Nueva York. Esto fue en 1998. Allí se repartieron galardones a la mejor crónica, la mejor fotografía, la mejor pieza de ficción, y ese tipo de cosas. Y me llamó la atención la imagen de una hermosa rubia sentada a una mesa cercana, junto a un hombre mucho mayor, de cintura ancha y pelo completamente gris, que lucía un smoking estilo Frank Sinatra. La toma del documental muestra al hombre acariciándole una oreja a la rubia. Parece un gesto demasiado mecánico para calificarlo de erótico: desde el sofá de mi sala, y a través de mi smartTv, parece que la oreja de la mujer no es una oreja, sino una manivela, y el hombre mayor juega con ella como si estuviera dándole cuerda. Me hizo acordar un relato con una amante de Miller: “irresistible, libidinosa, y atenta siempre al asunto, y cuando le estaba dando ‘cuerda’ sin cesar, ella profería gemidos guturales. Sí, de esos mismos que son marca registrada…”.

Foto cortesía.

Vuelvo al documental (…) Entonces la cámara enfoca a la rubia y al señor mayor de frente, y me doy cuenta de que es Hugh Hefner, a quien justo le daban un premio por su trayectoria, acompañado no de una muñeca a cuerda sino de su sexta o séptima esposa y madre de sus dos hijos pequeños, quienes se treparon a su regazo de anciano padre cuando este se empezó a comer el postre. —-Punto seguido—-

En el documental también se entrega otro premio a la trayectoria: nada más y menos que a Gloria Steinem, una famosa feminista que hizo sudar a Hefner. ¿Era la primera vez que Hefner y Steinem compartían un escenario? Steinem, quien es la fundadora de la revista MS (inventora de ese término, que evita la mención del estado civil de las mujeres), tuvo grandes batallas con Playboy.

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Una curiosidad: en su juventud Gloria Steinem fue, también, conejita Playboy encubierta: desde ese lugar publicó un legendario artículo en el cual narraba su experiencia como mujer objeto, casi en la némesis de Hefner. Luego de la ceremonia que se ve en el documental, los dos rechazaron ser fotografiados juntos.

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Pero vuelvo a eso por lo cual podemos distinguir un trabajo editorial… ¿Qué es lo que hace grande a una revista? Claro, me estoy remitiendo hasta la década de los 90 para atrás. Pues como todo, lo que hoy quieras mostrar, el concepto de una revista como creación a esta altura del siglo XXI ya está instituida. Digo, remitiéndome a la fecha de las imágenes del documental, 1998, en ese entonces tanto los diarios, como los libros, habían cambiado poco y nada durante los últimos 200 años, pero las revistas, esas que disfrutábamos con una lectura pausada, como al pasar, es un invento propio del siglo XX. Y las mejores, incidieron enormemente en la cultura, no solo como objeto de transculturación en todo orden, y formas, algo que ni sus editores pudieron predecir (ni duplicar o replicar… sobretodo a partir de las redes y lo que hoy vivimos), ahora sería un imposible. Hablar de esto con alguien que no conoció este tipo de lecturas, donde en 38 páginas te hacías una idea del mundo, y los tipos o mujeres que escribieron allí, hoy sería una entelequia.

The New Yorker, o la Feminista MS, durante mucho tiempo abrieron el horizonte de expectativas. RollingStone, en su época de gloria: se supone una revista sobre música, con un estilo periodístico, redefinió el reportaje más allá de todo, tocando varios nervios de la realidad. Y Playboy, aparte de levantar a la Peña, o la libido en una peluquería en Quinta Normal, también retrató a 100 por minuto reportajes a Fidel Castro, Marilyn Monroe, Truman Capote, o Brad Bradbury. En fin, hicieron buen periodismo más allá del ancho de las caderas, o la copa del corpiño.

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Yo me acuso: sí, estuve releyendo números viejos de la revista. Me sorprendió descubrir que muchas de las novelas de Ian Fleming, el de James Bond 007, fueron publicadas por entregas allí. Por supuesto, James Bond encarnaba como nadie la sensibilidad casi de comic de Playboy, y el modelo de hombre que tenían en mente casi todos los adultos de aquel tiempo, a diferencia de las revistas masculinas de hoy, en redes, de puro músculos, viagra, y mal vestir. A fecha de hoy, Playboy parece un catálogo de fotografía artística con contenido. Nunca un culo al aire por demás. ¡Eso es cierto!

Foto cortesía.

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Vuelvo… Las fotografías de Playboy Circa 1965, muestran a hombres en reuniones de negocios, abordando aviones, o realizando depósitos en bancos suizos. En su tiempo libre ellos esquían, manejan autos deportivos o toman un trago con una hermosa mujer. No es la vida habitual de un joven soltero: es la de un hombre casado viviendo como alguien que puede tenerlo todo. Viendo el documental, llegué a la conclusión de que Playboy fue quizá la influencia más poderosa en la vida de hombres como mi padre. Digo, mi viejo ni dinero ni viajes, pero sí cierto donaire Don Juan Tenorio. Irreverente pero discreto. Bebedor pero no borracho en la cuneta. Pañuelo al cuello, pantalón de hilo y guayabera en el sur del mundo. Pero eso sí, hago responsable a Playboy por la mirada boba de mi viejo con la vecina del frente, estilo Marilyn, cuando se estrelló contra un poste cuando mi vieja lo agarró. O por perder ese pañuelo de seda italiano que se le voló al mar en la playa por, otra vez, panorama cultural, como le llamaba él, cuando veía al género humano en biquini. O al baile desenfrenado de Charleston con la mamá de la Angelina, la Bella, que desembocó en escándalo en un alcohólico Año Nuevo, tras el fallido intento de mi viejo por intentar ayudar a abrochar el corpiño de la misma vecina del poste.

En cuanto a mi madre, ella responsabiliza a Playboy por una sola cosa: su bronca porque nunca pudo con las dietas ni los ejercicios que allí recetaban, y menos ser una Señora Curvas Verano del ‘78.

Por mi parte, agradezco a Playboy por ayudarme a entender y aprender del otro, la sociedad y sus líos. Y saber que en la ley del deseo nadie se priva de nada de Pamela Anderson y sus amigas.

 

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