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Por El Lector Americano
Virginia 14 de noviembre de 2023.- La cosa es así: el nuevo votante de derechas, como estereotipos, no son son sólo los repartidores tipo Uber, no, también los hay ingentes profesionales sin suerte, muchos veganos y, cómo no, los defensores de animales, generalmente anti taurinos, excluidos de zonas urbanas, y amantes de shopping y Malls. Es cierto, este es un desglose arriesgado, y ciertamente prejuicioso, que va desde los trabajadores “auto emprendedores” hasta los reclamadores seriales que, como lo sabemos, se han forjado en el individualismo a ultranza, o de Lis turistas en masa que van de vacaciones a Nueva York, París, Madrid, donde los impuestos son altos, pero ellos creen que esa gente, esos países serios, lo merecen, y no los países de “mierda”, que es como se refieren a los países de donde ellos provienen.
Y como estoy desglosando un texto, de un modo estructuralista tipo Lévi-Strauss, (el antropólogo no el de los jeans), debo decir que el primer libertario derechoide que conocí, y que me resuena, fue el nunca bien ponderado Arturo Segura, ese compañero “winner” que tuve en la secundaria. Y aunque Arturo no era de muchos amigos, tampoco es que no tenía ninguno. Era hijo de una familia clase media alta venida a menos, que vivía cerca del centro de mi comuna de tradición obrera, en un caserón con murallas que le daba la espalda a todos los vecinos. Tenía un jardín con parrilla, palmeras, rosales, y una piscina del tamaño de las casas de todos nosotros. Todo decorado con enanos de jardín que rodeaban su escudo heráldico del apellido “Segura”. Ah, y un sistema de riego automático de esos que arrancan dos veces al día, que hacen “pssss…pssss”, y te mojan graciosamente sin aviso. Y, destacó, pues era una fantasía para mí: su cocina tenía un refrigerador de esos de dos puertas, ¡que hacía hielo!, donde guardaban pasteles, pizzas, y cervezas compradas en el freeshop del aeropuerto. Arturo vivía en una casa de cine, y él iba de la cama al living. Un chico cinco estrellas. “Un pulenta” de verdad.
Todo decorado con dos empleadas domésticas con uniformes azules de cuello blanco, que recibían a Arturo, desde chiquito, con fideos con mantequilla y un churrásquito recién hecho. Un lujo excéntrico para esa época, pues bajo la dictadura pinochetista el 70% del país se cagaba de hambre. En esa época les iba bien sólo a los hijos del poder, a los “hijos de puta”, y a la familia Segura. Pero Arturo, a diferencia de otros, por lo menos compartía la piscina, los churrásquitos, los fideos con mantequilla y eso. Aparte, Arturo era un poco artístico y tocaba los teclados, y se fumaba su porros de vez en cuando, y sus padres —siempre ausentes— le habían construido un estudio de sonido profesional en casa. Allí yo, y otros compañeros de la escuela, tocábamos temas de Elton John, e íbamos allí a “ensayar” con una acústica de lujo. Yo en esa época tocaba un poquito la guitarra, hablaba hasta por los codos, y era parte del grupo. Estuvo bueno, y mal o bien, repito, Arturo compartía y eso lo hacía diferente, muy diferente con respecto a otros que les iba bien que ni siquiera saludaban a otros como yo, considerados “los otros”.

Y así pasaron los años, y gracias a las redes, y al Facebook, lo busqué, y lo empecé a seguir con morbosa curiosidad. En 2013, por ejemplo, anunció su conversión al veganismo, y a practicar el senderismo que, es para tipos solitarios que van de trascendentes. Al poco tiempo se reconvirtió del veganismo y después se pasó al “freeganismo”, que es un movimiento que está en contra del desperdicio de la comida, cuya práctica implica rescatar la comida de la basura. Arturo Segura empezó a pelearse con las personas en situación de calle por las frutas que regalan al final del día en el Mercado Central. También se empezó a vestir con ropa usada, a recoger muebles, a usar limón como desodorante, y a vivir “de cachete” en departamentos de amigos que se lo prestaban. También empezó a recoger gatos y perros callejeros. También se hizo místico, promoviendo la medida del tiempo por medio del calendario Maya, y a auspiciar el “no uso” del dinero, y hacer trueques con sus iguales. Pero a veces admitía en Facebook, con culpa, que volvía a su casa a comer fideos con mantequilla y algún churrásquito jugoso. Memoria activa le llaman eso, esos que saben de la mente.
Y claro, de repente me di cuenta que el Arturo Segura ya no era el adolescente que sólo pensaba en el éxito y las chicas con minifalda. Y su religión, aparte de ser un gran fumón, era ser habitué de los cabarets del centro de Santiago, con chicas bailando en pelotas, y por unos pocos pesos, en privado, se satisfacía con “un service” de 10 minutos. Pero se ve que las personas cambian, o no, y ahora Arturo Segura, hijo del tedio, de familia católica, del billete sospechosamente ganado, alternaba su rutina vegana con largos retiros espirituales budistas, y se alimentaba a base de frutas y “luz solar”.
Y así, hasta 2018, que es cuando Arturo mostró su verdadera y definitiva costura. Arturo empezó a pregonar en su Facebook que cada uno de nosotros “somos autosuficientes para vivir nuestra vida como queramos”, y empezó a darles caña a las feministas. Alegando que no hay diferencias de géneros, que hombres y mujeres tienen las mismas oportunidades y si una mujer gana menos es porque no se esforzaba mucho. Que los varones, incluso, estarían en una situación de desventaja, porque viven menos, “y hacen los trabajos más duros”, que “son a quienes mandan a la guerra”, que “son víctimas de falsas acusaciones” y “cuando se divorcian les sacan los hijos y el billete”.
Arturo Segura, rápidamente, a través de sus posteos sobre la vida holística, el budismo, y la responsabilidad verde, y frases motivacionales, empezó a intercalar discursos antifeminista, y “anti estado bienestar”. Y justo, cuando se viralizaban las “violaciones en manada” en España, nuestro Arturito estaba preocupado por las “falsas acusaciones de las mujeres” y recomendaba a las feministas “denunciar cuanto antes y con evidencia” cualquier agresión sexual. Y de repente, Arturo empezó a tener una base importante de fans, y se vio en medio del ojo del huracán por promover discursos taxativamente homofóbicos, y machistas, pero alegando que sus posteos siempre fueron hechos con “respeto” y “de forma amorosa”. Un pensador ilustrado y hocicón, hay que decirlo.

Después se vino el Covid 19, y Arturo empezó una guerra contra las vacunas, que veía como imposición del “Estado comunista”. Y empezó a pregonar que no existe la desigualdad social y que, la pobreza, de última, es algo positivo, porque hace que las personas “se esfuercen más”. También abogó para que se terminaran las ayudas sociales y las jubilaciones de gracia.
Finalmente, Arturo empezó a ir a las concentraciones de los partidos y movimientos de extrema derecha. Bukele, Bolsonaro y Trump, eran sus ídolos pues recreaban la libertad excluyente, donde directamente se apartaba del consenso democrático.
Lo paradójico de esto es que Arturo Segura fue ese tipo de personas que operan las subjetividades antisistema siempre con “buenas intenciones” desde las redes, pero al final son parte de las estructuras de poderes factuales, es decir los de siempre. Nuestro Arturo, proviene de esa “primera oleada liberal o neoliberal en dictadura” que, de última, es el resultado de un sistema ultra capitalista, y él, un engranaje perdido, vaya saber por qué, es el síntoma de este tipo de movimientos. De esos muchos auspiciadores del autocuidado, del fitness y los bitcoins. Todos emergentes que han dado pie al neofascismo de neófitos y “pivotes trasnochados” que no tienen ni idea qué significa el feriado mundial del 1 de Mayo. Todos aglutinados en una odiosa lucha contra lo colectivo y lo popular, deformados por la no/política para promover un mundo ultra individualista y excluyente. Esto lo digo porque en política se puede ser cualquier cosa menos ingenuo. Y debes saber que si invitas a un león a comer un asado, no lo puedes hacer jurar que sólo comerá lechugas y vegetales cuando esté allí. Pues bien, Arturo Segura fue nuestro leoncito vegano por muchos años, y ahora todos somos presa de él.
Per saltum…
Todo lo que describí, y que puede ser un análisis errado de mi parte, bien puede ser un proyecto de las incubadoras de ultraderechas que pujan por un nuevo orden mundial. Justo en estos tiempos de guerra Israel/Palestina/, Rusia/Ucrania, estos tipos están dispuestos a ir a la guerra contra todos los que piensen diferentes a ellos. Para ellos el fascismo fue un tipo de gobierno que “exterminó lo que había que exterminar”. O que bajó la inflación”, como acotan los economistas, como si ese periodo la Alemania pos Primera Guerra Mundial lo hubiera hecho en dos meses.
El anarcocapitalismo necesita totalitarismos, no democracia viva. Es de tontos seguir preguntándose si son democráticos. Lo paradójico es que patanes que siempre fueron beneficiados por el estado burgués, como Arturo Segura, seguramente terminarán obteniendo el poder en las urnas. Y si pueden hacerlo, es porque la democracia fallida que ellos denuncian, también les permite hacer su juego político. Y también porque vivimos inmersos en un dispositivo de mensajes intermitentes y repetitivos que aprovechan la crisis del mundo de hoy para exasperar el odio. Este es el “fascismo del sentido común”, pero más travestido, más maquillado, que está dispuesto a “que estalle todo”.
Quizás hace veinte años, esto que describo, pudiera haber sonado grosero y paradójico, pero a fecha de hoy, no, porque vivimos tiempos de paradojas y grosería, que forma parte del mismo proyecto en este nuevo orden mundial.
Otra vez: la dialéctica del odio llevado a su grado extremo, en Argentina, Chile, Brasil, El Salvador, y a veces Perú y Ecuador, donde los blancos móviles siguen siendo los pueblos originarios, los obreros, y los desplazados. Y todo se acomoda, otra vez, al plano internacional, la espiral de crueldad que es siempre ascendente. Eso explica, en el contexto de nuestras derechas criollas, y que tipos como Arturo Segura llaman a votar por los más desquiciado de nuestra política local. A configurar un orden político que expone a las mayorías disímiles, matizadas, y contradictorias entre sí, todas condimentadas por el desquicio fascista, como lo expresa la canción Money For Nothing de Dire Straits.
Arturo Segura, mi fascista cercano, elige creer que la exclusión es la solución de los males de hoy. A mi me gusta creer en que debemos elegir a conciencia para ganar muchos más derechos, y no seguir mascando vidrio, y de una vez por todas hacerles juicio político a los presidentes de nuestras naciones cuando no cumplan su programa político, y defrauden el voto popular.