Por El Lector Americano
Virginia, 14 de diciembre de 2023.- Hoy que vivo en Virginia, Estados Unidos, y el frío te congela hasta el tuje, y esta Navidad que ya llega me hizo recordar Túnez. Digo, allá eran musulmanes, y no celebraba la Navidad a todo trapo, pero igual Carrefour te vendía simulacros de Navidad. Y recuerdo Túnez porque más allá de todos los esfuerzos hechos en las ciudades donde no nieva, y que —ni siquiera con el cambio climático como acusan científicos y cineastas— jamás conseguí vivir una Navidad con nieve. En fin, una Navidad con frío, y muchos copos de nieve, a la cual accedí solo a través del cine. Porque en Chile la Navidad es en verano, lo mismo que en el caliente invierno puertorriqueño, o en la mojada humedad de Buenos Aires. Y, de ningún modo, a pesar del calor, nos negábamos paz y prosperidad en esta fiesta para los hombres de a pie. Aun así, me bebí todo, me comí todo el pan dulce y frutos secos. Y tampoco me negué una vez, o dos veces, a vestirme como el gordo Claus.

En fin, Navidad como la contradicción climática —o negación de la realidad— de una fiesta que el cine me ayudó a entenderla. Como en “La Navidad de Carol”, una peli basada en un relato de Charles Dickens (el inventor de la Navidad, que la definió como una fiesta religiosa y pagana, y remarcó las diferencias de clases). Después vi, ¡Qué bello es vivir! de Frank Capra, un guion que se basa libremente en la novela de Dickens, Cuento de Navidad. Allí James Stewart, con toda la nieve, el frío, y toda su pasión, define toda su vida en una sola noche, terrible y milagrosa, cuando al final encuentra la solidaridad en su destino.
Pero rebobino un poco. “La Navidad de Carol”, de Charles Dickens, que es la historia de un hombre malo, Scrooge, que después se vuelve bueno; todo lo contrario a la película de Capra, que se ocupa de la trama de un hombre bueno, George Bailey (James Stewart), que se vuelve en hombre desesperado, pero el tipo es más bueno que el pan. Pues bien, en las dos historias hay visitas sobrenaturales, ángeles, demonios y fantasmas, y mucha nieve, y las dos terminan bien, aunque te quedes con ganas de saber cómo seguían esas historias después. De cómo serían los epílogos de esas historias, y de cómo Hollywood también resuelve los relatos con la buena onda de estas Fiestas y deja resonando —otra vez— el ruido silencio de la normalidad. Porque allí reside la clave de la Nochebuena, y su eco que resuena en la Noche vieja, como un espejismo de un oasis permanente, de paz y amor, como la ínfima tregua entre palestinos e israelíes que tanto duele en estos días.
¿Y aquí, en Estados Unidos, cómo viene la mano? Está todo controlado… todo medido y sin tanto alarde humano, porque los guiños de Navidad aquí se sienten semanas antes: con luces exageradas en las casas, tarjetas de gente que uno no conoce o no recuerda, y en mi fantaseo demencial, ir a Costco y creerte que estás en Shanghai, y nunca en Cdmx, al ver tantos chinos y pocos latinos comprando como trastornados. O despertarte con la idea fija de haber comprado el billete de lotería ganador, para seguir comprando, y adormecer así las malas noticias venidas desde Ucrania y Gaza. Pero esto es Estados Unidos, y aquí la gente es metódica y evidentemente poco dada para el gesto amoroso: hay muy mala acústica en los villancicos desafinados que escuchas en los shopping, o, como en Puerto Rico, te atosigas con el Burrito Sabanero, o con el video del Banco Popular, donde te cuentan por enésima vez la historia de la Salsa. Y —en mi caso— no paro de putear y dormir mal después de enterarme que el nuevo gobierno en Argentina, esta vez es fascista de verdad. Oye, esto me tiene trastornado. Cambio de canal…
Y, por supuesto, busco refugio en una infalible película navideña hollywoodiense, donde todo va de lujo.
Y aquí me detengo… y hago Still, (mmmmmm, se me cayó el vino…)…
Y arranco con afirmar que los estadounidenses —verdaderos talentos de los guiones de cine— suelen darle forma a una buena idea, incluso ambiental (no ecológica), pues tienen el frío con ellos, y también la nieve, y así fue como decidieron casi desde, el principio, desde su independencia que sus navidades serían mejor que la de los ingleses. De ahí que, hoy por hoy, Chicago y Nueva York sea mucho más “navideñas” que Liverpool o Londres. Con un agregado seudo religioso, pues aquí se empiezan a darle forma al amor utópico con la fiesta de “Thanksgiving”, que según quién te lo cuente, es el festejo de los colonos que le dan “las thanks” a los pueblos originarios, “por el giving” de sus tierras. Ya con esto llegan re curtidos al 24 de diciembre. Fecha donde no hay odio, porque todas las peleas familiares ya han tenido su momento en ese almuerzo/cena del último jueves de noviembre. Solos les queda reconciliarse, y dejar de joder a los demás.

¡¡¡Jo jo jo!!
Pero voy a referirme a las películas navideñas, de nuevo, porque allí está la esencia del imaginario “comercial” de estas fiestas del fin de año. Y elijo dos, súper disímiles para así darle manija al texto de… bella Navidad…
De la primera diré poco: El Expreso Polar, porque es una película muy ñoña, y la aguanté como pude. Un tren en marcha, y pasan cosas… mucha nieve y velocidad de ferrocarril y Tom Hanks hace de él. La segunda me dejó patidifuso, porque me tocó la fibra… Bad Santa, así se llama, y es simplemente otra cosa: aquí Billy Bob Thornton, hace el papel de su vida como un Papa Noel borracho, ladrón, y asqueado por el consumismo rampante de estas fiestas (de lo cual él se beneficia, porque su idea es robar los centros comerciales donde toca la campanita). Pero, finalmente –como buen guion de un film oscuro y desopilante– sucumbe a cierto espíritu navideño, o sea, el tipo es un ladrón, pero buen muchacho, lo cual no impide que haga algo bueno. Y allí Bad Santa se nos revela de lo que sospechamos: Santa Claus es el Hombre de la Bolsa. Y, ahora que lo pienso, o tal vez entendí mal toda la peli, o mi vida entera: de que uno puede ser bueno durante todo el año, pero el 24 de diciembre puedes hacer alguna maldad con la coartada perfecta de una buena borrachera. Y si es con tinto, mejor.
Pero, como dije más arriba, la verdad de estas historias en el cine, bajo inspiración Charles Dickens, quizás no son tan así… Me explico, todos sabemos que los escritores, y los guionistas en particular, tienen el poder de terminar una historia en el momento en que lo consideran más oportuno. Lo cual no significa necesariamente que las historias terminen como las leímos o vimos, y –repito– que quizás ellas subsistan fuera del libro o el relato cinematográfico. Y aquí voy, inspirado en la flema de Bad Santa, que quizás, una semana más tarde, el 31 de diciembre, Scrooge, al final de la historia, en Cuento de Navidad, quizás si vuelva a ser tan detestable como siempre lo fue en esa inolvidable y elocuente Navidad, donde nos termina haciendo un guiño de amor. Quizás Scrooge fue todavía un poco más malo. Y existe otra posibilidad, incluso más terrible: que a lo mejor todos esos personajes celestiales de las navidades fueron el producto de una conspiración comandada por Bob Cratchit –el empleado de Scrooge– para quedarse con sus buenas ganancias también. O, si seguimos especulando, Papá Noel o Santa es efectivamente operado con éxito, y en su paso por los quirófano descubrió su verdadera vocación, y acabó siendo un médico de renombre quien, en sus ratos libres, curte cuero bajo el alias de Jack el Destripador.

Stop…
¡Guauuu! Necesito un buen psicólogo…
En cuanto al George Bailey (James Stewart), de ¡Que bello es vivir!, no puedo dejar de pensar que el bueno de George a lo mejor sí se escapó a la mañana siguiente, mientras todos dormían, con todo el dinero del banco del pueblo. Y por fin dejó las nieves de Bedford Falls para rajar a climas más cálidos, la Cuba pre Revolución Cubana, o se fue a una lejana ciudad de Brasil, onda Rio de Janeiro, “para echarle la culpa”, o buscó estación terminal en el calor del verano porteño en Buenos Aires, o se fue al falso frío de Túnez.
Como ven, al final cada uno tiene su Navidad en su propia cabeza. Y quizás todos estamos atrapados en ilusiones afiladas, vaya uno a saber porqué…
En estos días cargué la casa con luces de Navidad, y espero con ilusión calzoncillos y calcetines nuevos. La nieve ayuda a creer en este celebración estilo Macy’s, y yo casi me rompí el tuje en la esquina de mi casa Ingalls, aquí en Virginia, esperando a mi terapeuta bajo la nieve… y, de paso, recordando como en el Carrefour de La Marsa, allá en Túnez, línea de caja se alborotaba de arbolitos de Navidad, donde se supone no se celebra esta fiesta importada. Pero la nieve y el frío ayuda a que así sea…