Nuestros bueyes

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Por Alfonso Villalva P.
Es improbable que, en caso de que la voluntad de Dios se dirija, inapelable e inclemente, hacia los bueyes de un determinado compadre, a nosotros, o sea, el compadre del otro lado del corral, se nos espante el sueño o se nos arrugue alguna parte de nuestro cuerpo como, por ejemplo, el corazón. Y es cierto, porque nuestra frenética post modernidad no nos está dejando espacios últimamente para considerar siquiera, con un soslayo de seriedad, la existencia o el destino de los mentados bueyes del compadre en desgracia.
Si nosotros pudiéramos elegir, pues serán sus bueyes, y no los nuestros, los que se comprometan en los designios del destino, pues siempre orientamos las fuerzas del mal al ganado ajeno, con frases muy de “mire-Usted”, cejas enarcadas y caras de pampurria, pero con la tranquilidad de que en todo caso, las plagas bíblicas serán sufridas en lugar distinto a la comodidad de nuestro hogar, nuestros privilegios, nuestras islas de poder y esparcimiento.
Visto así, el fenómeno pudiera ser censurable como solidaridad humana y nuestra corresponsabilidad en el progreso comunitario. Así. Pero las cosas cambian cuando el compadre de los bueyes resulta ser el de la voz, y quien toma decisiones es un tercero que mantiene lo suyo muy cuidado, muy sano y muy numeroso. Cuando ese que encausa la némesis contra nuestro corral, sonríe condescendiente y nos recuerda que hay que sufrir para alcanzar la gloria -por supuesto, con voz engolada y desde la comodidad de un asiento de piel, bien perfumado y con una tarjeta de crédito corporativa con cargo al erario, cuya viabilidad supone precisamente el sacrificio de nuestros bueyes-.
Recorte presupuestal, reducción de gasto público, terminación masiva de empleos, financiamiento caro, emprendimientos que desaparecen como golondrinas en otoño… La crisis petrolera y la mala puntería en los pronósticos de crecimiento de la economía nacional. Imponderables… La corrupción, la violencia… Fenómenos fuera de nuestro control. No podemos gastar más de lo que ingresamos. ¿Parece de Perogrullo, no?
Elemental. Es impecable la decisión de bajar costos. Y no es ciencia oculta, verá Usted: a menor ingreso, menor gasto. La fórmula de sustentabilidad, crecimiento y progreso. Seguro la suscribiría cualquiera con un conocimiento elemental de finanzas, o con un ápice de sentido común. Alguien que venda fruta en una central de abasto, que borde ropa típica en Oaxaca; una madre de Guadalajara que administra sueldo mensual, el director de finanzas de una empresa multinacional, en fin.
Nadie puede negar que el arte de la productividad es eso -seguramente espetaría a mi cara el genio que diseño el plan de recortes del Gobierno Federal-. Ni tampoco podemos negar –quizá me recriminaría alguno de estos señores que pretenden heredar las glorias de los Chicago Boys- que ese elemental conocimiento es vital ante los avatares de la vida que presentan una sorpresa tras otra, cambiando los escenarios previsibles y que, de no recortar, las consecuencias pudieran ser, tan catastróficas que en nuestro balance solamente abonen pena y no gloria.
Y perdonarán los superdotados de las finanzas públicas mi tozudez, pero el problema es de principio cuando solamente sus bueyes, sí, los de Usted, son los que se ponen en la mesa de los recortes sin medir las consecuencias de las decisiones tomadas en un escritorio que hace las veces de laboratorio experimental.
Los recortes presupuestales son necesidad que salta a la vista y hacen sentido cuando todos los bueyes -de todos los compadres, sin excepción-, se vuelven destinatarios de la ira de Dios, o en este caso de los mercados internacionales. Hacen sentido cuando se diseñan en una base de prioridades colectivas que reconocen los valores de la sociedad como los activos a proteger, y excluyen la posibilidad de que un grupo u otro pueda escapar a los recortes en perjuicio lastimero de los demás.
Hacen sentido cuando siguen aspirando al desarrollo humano aún ante las circunstancias, cuando implican la reasignación de partidas para lo que es verdaderamente relevante para Usted, y la cancelación de aquellas otras frívolas de las que se benefician grupos hegemónicos para promoverse cargando al patrimonio de todos.
Solamente pueden hacer sentido cuando comprendemos que el sacrificio tiene consecuencias que hay que atender. Una familia sin ingreso enfrenta la imposibilidad de financiar educación, alimento y salud, la necesidad de incorporarse a la economía informal, el riesgo de engrosar las filas del crimen organizado como fuente desesperada de ingresos, la desarticulación del núcleo familiar, la migración a otras ciudades o países en busca de una oportunidad.
Cuando Usted decide suprimir en casa la televisión por cable, por ejemplo, necesariamente imagina un sucedáneo de entretenimiento, quizá actividades deportivas, juegos de mesa, televisión por internet. ¡Un sucedáneo! No una supresión arbitraria sin un plan de contención, sin un manejo de la crisis.
Habrá miles de desempleados. Sumaremos a las condiciones nacionales otra necesidad apremiante que desquicia lo que queda de fibra social. Así, contemplando cómo la voluntad de Dios siempre, pero siempre, se hace en nuestros bueyes y nunca, pero nunca, en los de otros compadres…
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