Me olvidé de decirte

Me olvidé-ssss
Por Héctor Buccolini
Cuando uno se viene viejo, te entran ganas de rebobinar y recordar cosas que te pasaron o que no pudiste saber, y yo me olvidé de decirte tantas cosas, de preguntarte por tantas cosas, que hoy me arrepiento. Yo sé que eso pasa porque cuando uno tiene la edad de sentarse a conversar, uno anda corriendo detrás de no sé qué, porque nunca lo alcanzás, o si lo alcanzás, a veces no sabés si eso era lo que querías.
Siempre contabas alguna historia de chico en Italia, alguna de tus tiempos de trabajo en el campo o ya en Buenos Aires, pero hoy pienso que tendrías muchas más y yo me las perdí, ¿por qué?, por no sentarnos a conversar, porque de jóvenes tenemos muchos líos en la cabeza, y de grandes tenemos otros problemas, formando familia y futuro.
Me enseñaste desde chico, que el mundo no se hizo en siete días y todo lo que gira alrededor de esa historia, fue una de las bases del comportamiento en mi vida, con la que coincidí, y por la que respeté a los que no pensaban lo mismo.
Pero sabés una cosa, los dos sabemos que cuando se termina la vida se termina todo, pero sería lindo que en el caso nuestro no fuera así, te imaginás que algún día cuando me bajen la bandera a cuadros, nos pudiéramos encontrar y allí sí, sentarnos a conversar hasta nunca terminar. ¡Cuántas cosas te diría que me olvidé de decirte acá!
Me olvidé de decirte que tengo como una foto grabada en mi memoria: yo tendría cuatro años, cuando pasamos frente al terreno que habías comprado para el futuro de tu familia, donde había un carro, un caballo y un pequeño rancho. Eso lo transformaste en una casa con jardín hermoso que cuidaba mamá con sus dalias preferidas, una quinta donde había de todo, un fondo donde el galpón cubría un sótano que guardaba el vino que todos envidiaban, porque nadie lo hacía como vos.
Te pediría que me contaras más de tu juventud italiana, de tus amigos, de tu trabajo, de tus hermanos allá. De cómo viajaste solo en el barco del que poco hablamos, de los días que pasaste con los inmigrantes en el puerto, de cómo vinieron después tus hermanos y dónde vivieron cuando llegaron.
Me olvidé de decirte que me gustaba saber cómo hacías para cosechar el maíz, por el que contabas te sangraban las manos al arrancarlo de las plantas. También de todas tus vivencias en el campo, antes de venir a deslomarte en los hornos de ladrillos de la gran ciudad, esos hornos que para apilar para cocinar, te hacía revolear de a tres ladrillos crudos, que fueron los culpables de que tus brazos fueran dos pistones casi de acero.
Entre fotografías viejas, encontré una vez una hermosa tarjeta que le habías mandado a mamá cuando noviaban, con unas palabras que mostraban tu escritura incipiente, pero la nobleza, la sinceridad y el amor de un hombre bueno. Cuando la tuve en mis manos, pensé que me olvidé de decirte que tus hijos sabíamos de cuánto se querían, y también me olvidé de preguntarte cómo se habían conocido.
En la charla te hubiera contado de cómo admiraba tus manos grandes y fuertes, sujetando el manubrio cuando de chico, me llevabas en el caño de la bicicleta, aquella vieja Legnano por la que murió el tío queriendo salvarla del incendio de la fábrica donde trabajaba.
Me olvidé de decirte cuánto te agradecía todo lo que nos enseñaste desde chicos, iniciándonos en trabajos de la casa, desde empezar a enderezar clavos con el martillo, a pintar, a regar las plantas, hasta preparar los pastones de material cuando edificamos el galpón, sacrificando el maravilloso jardín de mamá. Esa base marcó el camino del trabajo, del esfuerzo, que tanto nos ayudó en la vida, aunque nunca pudimos llegar a alcanzar tu capacidad de trabajo, tu fuerza, tu constancia. Te digo una cosa, cuando realizando cualquier tarea me sentía cansado, me acordaba de vos y me decía, si el viejo podía, yo tengo que poder, aunque muchas veces no pude.
Cuando se fué mamá, y los hermanos nos apretamos fuerte sin decir palabra, te ví la mirada, te vi conservando esa templanza tuya, esa serenidad que da la bondad, la paz final para quien dio todo. Me olvidé de decirte lo que te admiré en ese momento.
Se que después en soledad, lloraste mucho, sufriste mucho, como todo lo que hacías vos, en silencio, sin molestar a nadie, viviendo la pérdida de la compañera que te dió todo y que te acompañó toda la vida. Eso hizo que poco después te fueras detrás de ella.
Después como para compensar, vino el viaje a tu tierra, a tu casa, que tanto soñaste hacerlo con ella, pero no pudo ser. Llegaste a Roma pero no a tu querido Loro Piceno, no tuviste suerte, la vida allí se equivocó, te podría haber dado cuarenta y ocho horas más, con esas llegabas a lo que tanto habías soñado, ver tu casa, tocar sus paredes, caminar por tu patio grande que era tu tierra, estremecerte como me estremecí yo cuando la ví varios años después, pero no, fué una injusticia que no merecías.
Realmente se que esa conversación ya no la tendremos nunca, quizás con mi imaginación pueda saber de cosas que no pregunté. De lo que me arrepiento, es que me olvidé de decirte que te quise y te quiero mucho. Chau papá.
Héctor Buccolini escribe desde Merlo, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Fuente: ARGENPRESS CULTURAL

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