Por Teresa Gurza
Feísimo es lo que el mal gusto y la ostentación juntos consiguen.
Como puede verse en un reportaje de Thierry Maliniak, titulado Turkmenistán, el Telón de mármol, y publicado en la revista de El País del 23 de agosto, que empieza:
“Ponga en una coctelera una chispa de Las Vegas, un pelín de Dubái y una pizca de Pyongyang. Remueva y le saldrá… Ashgabat… que logra sumar de la ciudad de los casinos, el kitsch pomposo. De la metrópoli emiratí, el derroche desafiante. Y de la capital norcoreana, la rigidez oficialista”.
Ashgabat, es la capital de Turkmenistán; estuve ahí en 1984 en un viaje organizado por la agencia soviética Novosti, lo que vi me pareció pobre y mugroso y en las calles había que caminar esquivando escupitajos, tarea casi imposible.
Turkmenistán fue hasta 1991, una de las repúblicas soviéticas y no muy apreciada por los rusos, que consideraban a los turkmenos groseros e incultos; lo que pudo haberle dejado un complejo de inferioridad, que trata de asfixiar gastando.
Puede hacerlo, porque anualmente produce un millón de toneladas de algodón; tiene una de las mayores tasas mundiales de crecimiento; y el desierto de arena negra de Karakum, que ocupa el 70 por ciento de su territorio, guarda la cuarta parte de las reservas de gas del planeta.
En 1971 geólogos soviéticos, hacían perforaciones cerca de Derweze, una aldea de 500 personas; pero algo salió mal y se toparon con una caverna de gas que llamaron “agujero del infierno”; pensando que duraría pocas horas intentaron acabarla, prendiéndola; pero lleva ardiendo más de 40 años.
Los atractivos de nuestro viaje periodístico, eran su mercado al aire libre; del que sabíamos, porque los domingos llegaban a Moscú turkmenas a vender verduras y carnes a precios mucho más altos que en las tiendas oficiales, pero de mejor calidad; pasear en camellos, y ver sus templos y las obras del canal de Karakum, que empezaron los rusos en 1954 desviando el río Amu-Darya para irrigar el desierto y que con sus mil 375 kilómetros de largo, es el más extenso del orbe; pero deficiencias en su construcción, han ocasionado varios desastres ambientales y que se pierda el 50 por ciento del agua.
Queríamos visitar también las fábricas de tapetes, donde mujeres analfabetas tapadas con chales y que no hablaban ruso, pasaban sus vidas haciendo nudos para elaborar preciosas alfombras; que mientras más nudos llevan, son más caras y bonitas.
Y aprendimos que para conservarlas, hay que pisarlas con frecuencia y que lo mejor para lavarlas, es echarles nieve y barrerla antes que se derrita.
En un koljós nos ofrecieron pastelitos y té, mientras los hombres tomaban leche de camella; tan potente que su consumo estaba prohibido a las mujeres, según dijeron frente a una reportera gringa; que burlándose, se bebió medio vaso y casi se muere con la garganta apretada, entre las risas de los anfitriones.
Leo ahora en El País, que Turkmenistán está transformado; las paradas de autobuses tienen aire acondicionado y televisión; electricidad, gas y agua son gratuitos para sus cinco millones de habitantes; en el desierto han plantado 15 millones de pinos y edificado universidades, ministerios y residencias de mármol, con “pretensiones simbólicas”: el de Energía tiene la forma de un mechero y el de Educación, de un libro.
Pero veo en internet que como la mayor parte de la población sigue siendo analfabeta, cerraron las bibliotecas públicas.
Un nuevo barrio de Ashgabat, llamado Berzengi, presume varios récords Guinness; entre ellos, la mayor concentración mundial de edificios de mármol blanco, 543, con una superficie de 4 mil 500 millones de metros cuadrados.
Y podría agregar el de ser, uno de los Estados más represores del mundo.
Hay decenas de memoriales; y resalta una estatua fabricada con 18 kilos de oro, que se mandó hacer el presidente Saparmurat Niyásov gobernante de 1985 a diciembre de 2006, cuando murió repentinamente; y que igual que Porfirio Díaz, cambió la fecha patria al día de su cumpleaños.
Niyásov escribió un “tratado filosófico” obligatorio en colegios y universidades; los médicos no juraban por Hipócrates sino por él; y bautizó abril, con el nombre de su madre y enero como Turkmenbashi, padre de todos los turkmenos, que era como quería le dijeran.
Pero aunque el país mejoró, no cambió totalmente; porque el actual y “estimado presidente” Gurbanguly Berdimuhamedov, vigila todo y a todos desde cuadros colocados en colegios, hoteles, restaurantes, aviones y comercios.