Papas al horno en Malmö

Foto cortesía.

Por El Lector Americano  

Desde Burke, Virginia, 31 de mayo de 2024.- Hace treinta y cinco años que Marcelino se fue para el cielo. Así de simple. Y ahora, hoy lo recuerdo porque quiero reiniciar el diálogo. Porque las personas que no lo trataron, lo van a reconocer enseguida cuando les detalle algunos recuerdos de nuestro exilio en Suecia en 1980.

Yo lo visité dos veces en Roma y él como diez veces vino a Suecia: tanto es así que conoció todos mis domicilios itinerantes: los cuatro en Estocolmo, el de Gotemburgo, los dos de Malmö y por último el de Estocolmo otra vez. Pero les voy a contar cuando vino a Malmö, una ciudad de 200 mil habitantes para esa época, cuando tuve un casero, un verdadero cabronazo y racista camuflado. Se llamaba Olaf Borlangüe. Lo nombro para que quede en la historia. Pues bien, una noche Marcelino no sé qué hizo con la estufa eléctrica de la cocina y se apagaron todas las luces de la casa, justo cuando transmitían un documental sobre la complicidad de los suecos con los nazis en la Segunda Guerra Mundial.

Bueno, mi casero estaba mirando su “retrato” histórico en la planta baja de su casa. Se cortó la luz, y a segundos del apagón, nos golpeó la puerta a gritos. Salió Marcelino a atenderlo y lo atendió con empeño mudo pues no hablaba ni sueco ni inglés, cosa que provocó bronca y curiosidad al señor Olaf Borlangüe. Lo miraba muy curioso, casi embelesado. Claro, la mañana en que yo se lo había presentado, Marcelino le había hablado como una persona educada y normal (en un español muy chileno). La noche del apagón, después que encendimos la luz, Olaf Borlangüe se quedó muy alelado marchando lentamente hacia atrás por la escalera. Antes de perderlo de vista en la escalera, Marcelino le sacó la lengua. Eso fue lo que rebalsó la paciencia del dueño de la casa y a fin de mes, Marina —mi novia italiana en esa época— y yo debimos buscar otro domicilio. Cuando le hablé a Roma a Marcelino para comentarle que me habían echado, él, muy sorprendido, me contestó: “¡Pero si sólo le hice el chiste de los Sami!”
Claro, pero el dueño no estaba ni para chistes, ni para gestos, ni para interpretar el lenguaje indígena de los Sami.

Pero volviendo atrás, en esos días de Marcelino en Malmö, tuvimos diálogos si no profundos, por lo menos apacibles. Caminamos mucho por las orillas del Mar Báltico, fuimos hasta el castillo de Malmö y, en barquito, hasta las peñas de Escania, a darnos unas cervezas.

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Un día después de esas caminatas, volvimos a casa y nos pusimos a cocinar, y Marcelino me dijo que quería comer tomates rellenos con papas al horno. Para las papas no había problema. Marcelino era un gran pelador y cortador de papas, pues realizaba cortes exactos, casi artísticos a las papas.

(Marina me decía que aprendió de Marcelino a hacer papas al horno y que jamás lo olvidó por eso.)

Por supuesto, Marcelino aprovechó con su conversación para ponerme nervioso —cosa que le encantaba—, porque lo de los tomates rellenos no era precisamente mi especialidad. Y me dijo que con el paisaje que acababa de ver, le inspiraban nuevos relatos: la de unos detectives latinoamericanos que vienen al Báltico como turistas, y se involucraban para resolver unos robos. Yo, para que no desconcentrar mi tarea culinaria, le dije: “Mmmm… difícil, aquí casi no hay ni robos ni crímenes importantes”.
Para qué se lo dije. Le desperté su loca curiosidad y me atosigó:
–Entonces, ¿qué hay? ¡Qué aburrido, qué locura. Eso va contra natura! ¡Dame ejemplos!
-¡Cómo no! –le dije. Y para que no creyera que le hablaba tonterías, busqué recortes de periódicos del último semestre. Durante la sobremesa —hora preferida de Marcelino para hablar hasta los codos y hacer gala de su mitomanía e inventiva—, le empecé a leer las noticias policiales del diario Malmo Lund City (el lector desconfiado puede buscar en las webs de 1982), y se los traduje. Ojo, eran noticias policiales de la capital de Suecia, y no de un pueblito cualquiera.

Salud: “Robo de vino y champaña”: Dos jóvenes de entre 15 y 17 años entraron en una casa de familia en la calle Drottninggatan. Llegaron a la bodega por la cocina, y se llevaron una botella de champaña y cuatro de vino. Según comunicó la policía, los delincuentes fueron vistos por un testigo que bebía un vino en la calle.

El olor del crimen: “Robo de Colonia”: Desconocidos se llevaron un frasco de perfume en la tarde del domingo en NK – Nordiska Kompaniet. Los delincuentes abrieron una puerta que no estaba con llave, informó la policía. Luego de haber revisado varios mostradores desaparecieron con su botín: “un frasco de Colonia”.

Marcelino mudo por el suspenso. Dejó de cortar papas y me rogó: “Sigue, por favor, esto supera todos mis pobres cuentos, que a esta altura parecen más chismes que literatura”.

Robo al boleo. “Robaron un enano de jardín”: El robo de un enano de jardín por valor de 800 coronas (76 dólares), se llevó a cabo este fin de semana. La policía informó, que el hecho ocurrió en la calle Jacobsgatan. El delincuente fue visto por varios vecinos, que lo vieron corriendo por el barrio, y fue detenido por la policía. Esto originó una batalla campal donde resultó arañado el dueño del enano. Y los agentes de policía fueron insultados. Ahora el ladrón deberá responder por las acusaciones de robo, heridas e insultos a la autoridad.

Páginas rojas. Marcelino se enganchó tanto con estos crímenes, que enseguida organizó un libro de relatos, y me dijo:

“Estos detectives latinoamericanos —aludiendo a Roberto Bolaño— serán unos verdaderos salvajes, que resolverán en tres meses estos crímenes ridículos, y terribles para los suecos. La idea es que a través del relato, estos tipos hagan gala de sus experiencias en los bajos fondos que ellos conocen en nuestras dramáticas realidades urbanas”.

Y allí mismo me empezó a contar —mientras fileteaba las papas al horno—, de cómo sus detectives iban a ir descubriendo los robos. En el del enano de jardín haría escaparse al ladrón y todo terminaría en una especie de maratón natatorio sobre el Báltico.
Me quedé mirándolo con la boca abierta, y los tomates se me desarmaron. Pero pudimos cenar papas al horno recién hechas.

Ayer es hoy. Durante mucho tiempo guarde varios recortes de periódicos para leérselos a Marcelino. Pero se nos acabó de los dos juntos en este mundo. Cuando encontré la noticia, sé que le hubiese encantado este ejemplo de criminalidad sueca.

Robo de leche condensada, dos botellas de salsa picante y dos botellas de vodka”.

Este hecho se llevó a cabo nada más y nada menos que en la cocina de un hogar de ancianos. Ahora sabemos porque ese día se deprimió toda la población sueca. Toda una historia para Marcelino.

Pues bien, hoy lo recordé como parte de una autobiografía que se construye a través de la vida de los otros. Porque la vida de Marcelino y la mía, tienen que llegar a un final. Pero mientras entendamos que en la vida a veces la debemos cruzar montado a un tronco, o una hoja, siempre debes saber cuándo vas a hundirte. En todos los relatos tu puedes elegir el momento de parar. Según pasan los años, y a través de la relación con los otros, te puedes dar cuenta que solo puedes “entender” de por qué se vuelve con tanta frecuencia a la memoria. Y la razón es sencilla: la memoria no es solo un lugar ni un ejercicio mental que se activa por un “deja vu”. Como una metáfora para dilucidar el proceso de la vida.

Hoy recordé a Marcelino, como también a mi viejo Tulio en el día de su cumpleaños. Esto me ayudó a vivir mi presente, y reactivar mi memoria culinaria cuando como tomates rellenos y papas al horno.

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