Foto cortesía
Por El Lector Americano
BURKE, Virginia, 19 septiembre de 2024.-Al toque de Gong. Está rarísimo, de repente fresquito y más tarde calorcito y, así, de un día para el otro, el signo del cada vez más largo y ardiente cambio climático, al final, te nubla el cielo. Una rara claridad de otoño, pero sin hojas amarillas todavía. Pero hay que decirlo, claro y conciso, para mí el otoño es lo más, porque se aparece como un autorrelato de cómo es que leíamos los días en nuestra cabeza. Esos días que pasan lentos, o alargan las horas por el mejor de los motivos: reflexión y cierta paz, pero a no confundirse con el invierno, y mucho menos pensar en el trópico. En cualquier caso —después de leer el pronóstico del tiempo— te pones a leer esa tormentosa y erógena novela que te lleva al ‘pirin pin pin’… me refiero a “Lolita”, de Vladimir Nabokov…
28 grados Celcius, despejado. … Es como volver a las fuentes, porque durante los primeros frescores de septiembre, cuando alrededor se funden las veredas con hojas de árboles cayendo, mientras lees un libro sustancial, con páginas mustias. Y, como un fanático frente a su obra favorita, de repente te ves haciendo gestos ampulosos y anticipatorios, haciéndote una idea de cómo serán tus futuras lecturas durante los días cortos y las noches frías en invierno. Ojo, recuerda que aún tienes tiempo para batirse en retirada y volver —como cura con los pantalones abajo—, hasta que puedas habitar la biblioteca circular de un Jorge Luis Borges fiero y pendenciero. Y uno —muy cabreado por el cambio climático— quizás hasta quieras hacerte un selfie en Nueva Inglaterra, junto Humbert Humbert, el escritor ficticio de Lolita. Pero no (no siempre hay alguien para hacerte una foto) y, además, no parece muy respetuoso retratarse de frente o de lado con un personaje de ficción. Por eso es que —debo reconocerlo— me la llevo leyendo entrevistas de este escritor argentino —Borges—, y quizás por eso lo reencuentro en todos lados sin buscarlo. Voy a una esquina, y ahí está, sintiendo que me corrige o tacha todo lo que cuento. Porque hay un Borges obsesivo que hablaba de su propia biblioteca, como una “vida paralela”, y en otras entrevistas, decía; «que siempre le inquietaron los escritores fotografiándose de espalda de sus bibliotecas, cuando deberían fotografiarse de espaldas al fotógrafo, ignorándolos». Y por lo mismo se preguntaba si con semejante pose los escritores se sentirían respaldados o cuestionados por los libros que leyeron de sus bibliotecas. Pero como sabemos, Borges era un mago de la memoria y el olvido, y todo lo que escribió, y todo lo que yo leí de él a veces se desvanece en mi cabeza por ser muy “borgeano”. Y que dentro de mucho tiempo, una simple selfie, muchos se preguntarán quién será ese tipo que mira tan fijo a la cámara, casi sin moverse y casi sin respirar y que apenas contiene la admiración de ser otro. Y si ese alguien, un día fue un niño, mejor aún. Porque ese niño estará sintiendo una mezcla de curiosidad y alegría cuando un personaje lo asuste y salude, y le reconozca como un buen lector. Y ese personaje le dará un mensaje, un consuelo, un «Bienvenido, aquí te espero, aquí te estuve esperando durante un tiempo, que no es cierto, pero es de verdad igual».
Lectura irradiante. Y pensando en todo esto busco en mi biblioteca un eslogan añadido, eso de la buena-vida-delivery, como quien sale de un impasse para entrar en un sueño-pulp ficción—. Y, claro, allí es cuando empiezan a gestarse nuevas novedades. Como que mi libro-del-verano fue, El Día de la Independencia, de Richard Ford (un novelón que me reservé para pasar el calor), de autor de quien ya había admirado con El Periodista Deportivo. Y agregó: yo me entere de este escritor por recomendación de una frase que latía con fuerza, de que escribía como si nada, pero es una verdadera saga político/familiar/multigeneracional, donde se comulgaba lo mejor del relato estadounidense con la estética de la decadencia de occidente. Pero sobretodo, la pericia de Richard Ford, que funde todo sus argumentos con elementos dramáticos inseparables de la trama con el contexto generacional. Y ojeando sus libros, me entero de que El Periodista Deportivo es una novela que habla de una crisis matrimonial y la caída de la cultura del bienestar norteamericano. La leí intensamente, hasta que una tarde de agosto me convencí de que no tenía nada más para leer (mentira: la mitad de mis libros permanecen vírgenes aún). Pero así, haciéndome el recoleto pude descubrir El Método Ford: que es una invitación a leer y a escalar en un tema central —el amor/matrimonio/sociedad— y su intríngulis a lo largo de los años como una narrativa sustancial porque irradia la vida de los personajes para abarcarlo todo.
Más juntos para la foto. A ver, como dijo un sabio amigo del sablazo: vivimos la credulidad del rebaño, de años pos pandémicos, como el comienzo del fin de ciclo. Hoy la industria que más crece es la mentira/ las fake/los placebos, o la práctica desmesurada de la fotografía iPhone o Samsung. Esos obturadores modernos, y es clave para que todos veamos todo lo que hacen los otros. Que funciona como una pintura paisajística para recrean un lugar prehistórico con gente comiendo salchichas. O como las terapias alternativa, o amistades al pedo, donde subyacen más reparos que coincidencias. Ni qué decir de ciertos lazos y nudos marineros entre padres e hijos, o de cierta literatura de auto-ayuda que no ayuda nada, que ni se lee sino se escucha. O las capciosas noches de juegos de mesa, juegos on line, como una nueva mecánica de la socialización postergada por voyeuristas que nunca ven nada. O de cómo podemos ver por streaming catástrofes, de cómo se queman los Andes, el Amazonas, como performance casi artística. O de esas Apps, de un viejo musculoso que te dice que puedes sacarte la panza y tener pectorales de Brad Pitt pero sentado en una silla. … Y sigo, de cómo son las conjuras e intrigas del vecindario de Burke, de taras de vecinos infumables, que te saludan cuando se queman en un incendio la casa del frente, y después chau. Y, ya que estamos, de extraños modales algorítmicos de Facebook, Instagram, y la otra, que recrea cierta bohemia de la clase media acomodada, que hacen encuestas y estadísticas con fotografías de viaje, con dos Like cada 509 instantáneas. Y si tienes niños, ni hablar de los hábitos de qué mirar, o hábitos alimentarios, que al final es diabetes para el futuro de ayer. Y de muchas cosas más como es lo importante de los sueños de María, húmeda, en el bosque de aquí al lado… Esto no es una historia original sino la entropía de los sentimientos amorosos como telón de fondo que siempre están a punto de un súper c’est fini.
Rewind. Empecé a hablar del clima —con dinámica propia que mueve el termómetro hacia atrás y adelante, y para atrás otra vez—, para que tú lo leas como un relato que tiene reservado algunas revelaciones, pero al final. Dentro de esa realidad clima/expectativas, perdido en este mundo, aparece un tipo de realidad más remarcable/conversable de la que creí no iba a tener memoria. Digo, uno tiene sus remarcables en el disco duro, y de repente un remarcador de colores, un tiempito, digamos unas cuarenta y ocho horas, te preguntas por qué habrás marcado esa página, justo en el final Lolita. Y te respondes: porque es una “Gran Novela ¿Americana?” … y no sé, que es lo menos que me preocupa proclamar, porque no le hace falta, y porque es verdad. Lo cierto es que para comprenderla y disfrutarla, alcanza con leerla hasta la última línea de su última página, pues esta novela comete el terrible error de acabarse. Pero quien te quita lo leído, y lo bailado, porque ya sabes que tienes el camino desandado… cuando el clima cambie de una vez por todas.