Para verte una vez más 

Marilyn Monroe. Foto archivo

Por El Lector Americano 

Túnez, 21 de agosto de 2022.- Yo no conocí a Marilyn Monroe en persona, pero me resulta alguien muy familiar. Todos en el mundo la conocen por su gran sex appeal y magnetismo femenino; en cambio, mi viejo, la conocía desde otro lado, de su esfuerzo para salir de la tontería del star system. Pues bien la fotografía aquí expuesta, supone que habla de eso y, por lo mismo, siempre me resulta curiosa. Es una instantánea con un relato que dice “También puedo ser otra persona”. La tengo ahí en mi retina icónica y a veces pienso en cómo, con algo tan mínimo, Marilyn nos hace ver todo un mundo, su propio mundo: una actividad constante de desdoblamiento afectivo. ¿El lapso de una vida puede ser una imagen latente? Suspenso. O una formula: El mundo + belleza = el mundo = Marilyn.

Esta fotografía de la Monroe pone en evidencia un discurso sobre si misma, expone públicamente su intención de llegar a la parte más básica de la experiencia personal: estar leyendo en un lugar específico en un tiempo específico. Una Marilyn que se inventa una nueva belleza, donde hay algo para hacer que, aunque sea útil, habla del nuevo tiempo para si misma. Un gesto sin esfuerzo, más del lado de la vida que del mundo del espectáculo. Un goce más que un trabajo de prensa de una estrella en acción. Un continuo imaginario que va del sepia al color donde ella señala una porción (como si fuera un solo color) y a partir de ese segmento podemos hacernos una idea de todo lo que no vio, lo que sí vivió y lo que no llegó a vivir. Un simple gesto de lectura se transforma en el fragmento de un todo, en capas de historias, en caminos posibles, en un compendio de relaciones diáfanas y humanas.

Todo esto me recuerda la percepción del tiempo en la mirada pícara de mi padre: por un lado daba cuenta de un pasado complejo, personal y concebible pero imposible de recuperar, y por el otro la posibilidad de extender ese tiempo, de ampliarlo, y que todos sus escandaletes le importaran un pepino. De que una imagen fotográfica emociona si se puede extender en el tiempo sin necesidad de ganar fama en la mirada de los otros.

¿Pero cuánto tiempo puedes quedarte prendido de una imagen? Todo el tiempo que sea necesario. Porque después de ver este tipo de fotografías, te das cuenta que todos podemos ser artistas, ser nuestro propio material fotográfico artístico. De pertenecer a un territorio cercano, del arte traducido en un viaje en el tiempo. Marilyn reescribe su vida en un click. Hace del gesto una obra, optando por los circuitos imaginarios y marginales. Entre lo biográfico y lo histórico, la Monroe nos habla de permanecer y evoca, tanto la desaparición como su existencia total. “El ‘arte’ no tiene ninguna importancia: es la vida lo que cuenta”.

En esta instantánea pasan poemas, fragmentos, fulguraciones, sensaciones, epigramas, epifanías. Los momentos de hiperconciencia en que actuar y vivir se vuelven lo mismo. Su temor a ser castigada o reprimida por ser quien es en la pantalla. Su duda permanente, la vacilación ante la incertidumbre de si podrá mejorar. O su esfuerzo impenitente por educarse: se anota en cursos universitarios incluso cuando ya es famosa, arma listas de música clásica para escuchar, lee incansablemente clásicos, vanguardias y contemporáneos. Asistimos a su entrega incondicional al psicoanálisis. A su soledad desesperante. Marilyn escribe, anota, corrige. En sus imágenes hay pies, puentes y fantasías: una simbología sencilla pero clara para alguien desgarrada entre las ilusiones y la realidad. Conmueve saber la fe en el amor que se marchita, la cara en el espejo que se arruga, la tristeza de saber que nunca se conoce completamente al otro. La conclusión de que lo mejor es amar con valentía y aceptar tanto como uno pueda aguantar.

Yo no conocí a Marilyn Monroe en persona, pero seguramente compartimos muchas veredas en las calles donde anduve. Su presencia es mítica y aún me parece que está, como un fantasma, en cada película donde ella aparece, en los afiches de sus películas, o en los márgenes, y las sonrisas cómplices de mi viejo por ejemplo, y entre quienes aún la seguimos amando leyendo un libro, sentados en una calesita en un parque urbano.

 

Artículos Relacionados