Por el Lector Americano
Túnez, 3 de febrero, 2022.- Acabo de terminar de vestir a los mellis y me miro al espejo, y me imaginé caminando por las calles de Túnez, viendo mi reflejo en un vidrio, sintiendo una levísima presión sobre los músculos de mi cara y mi cuello. “Joder”, me digo, “tengo la cara del habitante Covid, o mejor dicho, tengo la cara de esta época”. Pero así como distingo esa cara, también desaparece.
Vista en el espejo o en el vidrio de mi recreación, la puedo llegar a describir, pero he aprendido a reconocerla más en los demás, y hasta les fijé una etiqueta: “cara de una época… del Covid”. Esa que no te deja ver una sonrisa, un poco tapada, un poco detenida, porque las bocas están con mascarillas, cubrebocas o barbijos. Exagerando (y mintiendo incluso) podría afirmar que esta reacción facial ante este ambiente desagradable, como lo imaginó George Orwell en 1984. Pero justamente la diferencia que persiste en esta realidad vivida con respecto a esta novela flagrante; entre yo mismo vacunado tres veces, y los otros que no sé… no estoy seguro. Y esa línea divisoria que tengo hoy, por ejemplo, entre mi querida doctora Mae Catwrigth, y esa rubia enfermera llamada Susy que conocí hace bastante tiempo, que no son lo mismo pero son igual, donde una hace que sabe y pincha que —sí, una vez más— y la otra representa mi mirada científica de la cara de una época…
Y sigo…Como esa cara de alegría que hoy no se atreve a afirmar, con ese glamour que es un deber impostergable para ganarle al aburrimiento, que tiende al asco, y que se formó hace dos años en la cara de la gente en esta época Covid.
Mmm… Lo loco de todo esto es que hoy en día veo a menudo en el rostro de muchos amigos la cara de una época. Y así, antes de que uno les pregunte como están, me dicen “¡Estoy bien, súper súper bien!” (juro que cuando me responden así, digo: están atrapado en la cara de una época). Lo dicen además con una sonrisa de oreja a oreja, que dura apenas un instante. Y así, casi sin transición pasan a una expresión formal, grave, y agregan: “En serio no me ves bien?”, en un paso fugaz de una expresión a la otra, y otra vez a la cara de una época.
Con la boca totalmente ausente por el cubrebocas, noto que se les tensa microscópicamente los músculos alrededor de las comisuras, aún sin poder verles sus caras realmente. Algo les parece preocupar. Algo exacto, ubicable, y hasta trágico. Una cara que podrían poner cuando escuchan un ruidito persistente en el motor recién arreglado de sus carros. Pero me digo a mi mismo: en estos días la cara de una época es la reacción natural ante una inquietud concreta.
Mmm. Pero ojo: ojito…la cara de una época no quita que no haya emociones evidentes. Cono ese esplendor del mismo rostro cuando les invade la alegría, o la expresión de sufrimiento real cuando lo aplasta la tristeza. O hasta la fijeza absorta del ensimismamiento, una antípoda de la cara de una época. Ahí está, a pleno, jugándose, sin saber todos nosotros qué pasará a continuación, o el reflejo en el espejo.
Pero de pronto, algo que viene desde el aire, sobretodo de los programas de TV, o de la web, es decir soportes en el orden de las relaciones imprecisas (grandes productoras de caras de una época), sin motivo, se instala una insatisfacción flotante, típica de una época. Y en mi caso cuanto me doy cuenta de que la tengo, ahí mismo la disuelvo. Pero no sé si podría explicárselos, porque no me da ni siquiera para burlarme ni imitarla. Lo cierto es cuando pienso en ciertas dificultades, las disuelvo, y así voy, dando vueltas todas las mañanas cuando —después de vestir a los mellis— me miro al espejo y me voy en el reflejo en la cara de otros…
Pd: esta nota salió de un cruce impreciso por los comentarios de “me gusta”, “me encanta”, “me importa”, “me divierte” y “me enoja”, cuando publico en FalseBook.