Réquiem

Visita del papa Francisco a Santiago de Chile en 2018, que algunos críticos consideran como la peor de su pontificado. Foto Yahoo.

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Por Teresa Gurza

Es de dar risa que tras la muerte del Papa Francisco, todos hayamos pasado de sentirnos expertos en aranceles a serlo en funerales papales, intrigas vaticanas, cónclaves y posibles sucesores.

Me caía bien por ser jesuita, porque le gustaban los tangos, porque se negó a desprenderse de su anillo y cruz de alpaca para ponerse los de oro que le dijeron correspondían a su nueva categoría y porque prefirió seguir usando sus gastados zapatos negros y no esas ridículas pantuflas rojas, que son parte de la vestimenta papal.

Y me preocupaba que cuando buscaba avanzar en alguna reforma, los cardenales derechistas lo frenaban con dubias, que lo cuestionaban por “desviamientos” de la doctrina eclesiástica.

Pero me impactó sobre todo que, quien según el dogma católico no puede equivocarse cuando habla de fe y costumbres, reconociera no ser tan infalible y haber metido la pata, pidiera públicamente perdón y enmendara la plana.

Me tocó casualmente su visita pastoral de 3 días a Chile en enero de 2018, porque fui a llevarle a mi nieto Maucito la argolla de Matías, que quería usar en su matrimonio y me quedé dos meses visitando familiares y amigos.

Ya antes de salir de Roma el secretario de Estado Pietro Parolin había declarado que el viaje sería complicado, pero tal vez no imaginó cuánto cambiaría su pontificado.

El sacerdote Fernando Karadima con un rosario en las manos en la Corte Suprema de Chile. A pesar de ser acusado en casos de pedofilia no conoció la cárcel. Murió en 2021 a los 90 años. 

Dos años antes, en febrero de 2016, Francisco había visitado México que apenas en 1992 inició relaciones diplomáticas con la Santa Sede y donde la Comisión Episcopal carece de influencia; y había puesto como lazo de cochino a los jerarcas mexicanos.

Les criticó su alejamiento de la gente, indígenas y migrantes y su cercanía con el poder y el dinero, les espetó “Hablen como hombres, déjense de chismes, peléense dando la cara…” y nunca regresó a México.

Me daba por eso curiosidad, el trato que daría a esos príncipes de la Iglesia chilena, cómplices y tapaderas de crímenes sexuales y que, con voz meliflua y taimada para parecer devota, se metían hasta dónde no.

Mis artículos sobre su viaje a Chile informaban que llegaba a un país agraviado y profundamente lastimado, por los abusos sacerdotales contra niños y jóvenes.

Que para los millones de fieles de una iglesia como la católica que considera el sexo pecaminoso, había sido terrible constatar que sus ministros además de pecadores eran criminales.

Que como los violados eran generalmente pobres, había sido fácil ocultar sus sufrimientos bajo sotanas, mitras y bonetes.

Y que fueron los abusos contra niñas y niños de sectores medios y altos, los que estallaron el terremoto de pederastia sacerdotal en Chile.

El más terrible, fue el caso del sacerdote Fernando Karadima párroco de El Bosque, a donde asistían familias de clase alta y conocido por las denuncias de James Hamilton, Juan Carlos Cruz y José Andrés Murillo, que relataron con pelos y señales las violaciones, chantajes y manipulación a los que sometía Karadima a decenas de jóvenes y adultos, hasta en sus propias casas.

Duchos en el asunto, los obispos trataron de que el PAPA no se diera cuenta, pero era imposible.

Miles de denuncias escondidas durante los últimos años brincaron y poco después de regresar a Roma, el Papa reprendió al episcopado por mentirle:

“Reconozco y así quiero que lo transmitan fielmente, que he incurrido en graves equivocaciones de valoración y percepción de la situación, especialmente por falta de información veraz y equilibrada”, dijo resumiendo un viaje donde no hubo multitudes vitoreándolo y a las celebraciones llegaban menos de los esperados.

Al regañó siguió el envío de una comisión investigadora y entrevistas en el Vaticano, con víctimas y prelados.

Tras tres días de reuniones, debieron renunciar los 31 obispos en ejercicio y los tres eméritos; el episcopado completo, incluyendo a un cardenal.

Y ni así, dijo el Papa, “alcanza para reparar el escándalo por los abusos sexuales”.


El exarzobispo Carlo María Viganó, el cardenal retirado Raymond Leo Burke y el exobispo Joseph E. Strickland fueron de los mayores opositores a Francisco dentro de la Iglesia.

Tuvo razón, la otrora influyentísima jerarquía católica chilena no se ha recuperado, es difícil olvidar su hipocresía que llegó al extremo de quemar documentos sobre los abusos de Karadima; finalmente condenado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, pero fallecido sin pisar la cárcel que merecía.

Y no era el único escándalo de perversión sacerdotal.

En la diócesis de Rancagua, a 85 kilómetros de la capital chilena, una cofradía de 14 sacerdotes homosexuales y abusones ofrecía dinero y regalos, a adolescentes que aceptaran tener sexo con ellos.

Catorce exalumnos de los colegios Alonso de Ercilla y Marcelino Campagnat, denunciaron a sacerdotes de los Hermanos Maristas, por violaciones cometidas en los 70s.

Hubo también denuncias de abusos en colegios de jesuitas y estaba sometido a juicio el Legionario de Cristo, John O´Really, por abusar de dos niñas.

La indignación social que todo eso y lo que todavía se desconoce públicamente, ha provocado que disminuyan a casi la mitad de los matrimonios por la Iglesia, primeras comuniones, vocaciones y donativos a las parroquias.

Y aumenten de los que piden que los curas pedófilos, sean encarcelados.

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