Roly Kendelman, el guerrero del sur

Por El Lector Americano

Burke, 21 de agosto de 2024.- Sé de nuestro amigo y su derrotero porque a la hora de un resumen presente o futuro, Roly Kendelman siempre será recordado como el luchador de tae kwon do pendenciero y malcriado. Ese que vivió entre el barrio alegre y zona norte, y se hizo muy famoso en la serie de TV de los años ’80: El Chinito Won, un justiciero popular.

Pero Kendelman, para quienes lo conocieron de cerca, siempre fue el loco de las patadas; ahora, con 62 años, por fin fue “bien ponderado” por Carles Pujol, el cineasta iconoclasta, que lo llamó para protagonizar el film “El Chinito Won Recargado”. Ahí se lució Kendelman, porque después estuvo en todas partes: filmó con Lucio Di Giorgio (Busquen a Lila en 1967); después con Bernardo Seffirrelli (Los huevos los tengo acá, 1968); y con Carmelo Delpieddo (Con guitarra es otra cosa, en 1976, donde interpretó a un cantautor sospechosamente parecido a Silvio Rodríguez); después con Carmelo Delpeddo (El río está bravo en 1973, donde hizo de Cacho Cervera, uno bandido que robaban a los ricos, junto a Joaquín Murieta).

También tuvo unas excitantes vacaciones con Luciano Pavarotti, y le enseñó tae kwon do a Domenico Modugno (Modugno se aburrió enseguida). Después se hizo coleccionista de vino tinto y cerveza belga, y se bebió todo. Una tras otra, y chau a toda esa idea de pertenecer a la “gente bien”. Antes de eso, Kendelman fue uno de los primeros bohemios en el Distrito Federal de México en los años ’60, con el récord de haberse fumado más de quinientos porros en dos meses. Después se llenó de billetes como sabio de la cultura espiritual-catódica, y eso le ayudó a cargarse su carrera que —dicen los que estaban allí— causó terror y envidia a Ramón Valdés quien, a su lado, no era más que un aprendiz de fumón reventado.

Las fechas se confunden en la vida de Kendelman. De eso habló Diego Cardozo en su libro, El Eterno Chinito Won: un análisis semiótico, porque también estuvo muy cerca de la muerte. En sus ratos libres —demasiados— miraba con cariño navajas y fierros, y se preguntaba cómo sería cortarse una oreja al estilo Van Gogh o meterse un fogonazo en el pecho como Hemingway.

Con Carles Pujol, hay que decirlo, Kendelman reapareció como el sanguinario Carlos Flux, un personaje acosado por la chica policía, Anita LaPuede. Y aunque en la película no aparece mucho, su inolvidable ‘voz en off, su camisa roja, y zapatillas Converse en la primera parte de la película, anunciaban su prestancia. Pero a los 100 minutos, de las tres horas que dura el film, se lo ve completo; su mirada, su panza, sus tatuajes y su impresionante cara de orto. “El actor del método”, o algo así.

Foto cortesía.

El personaje Carlos Flux, después se supo, había sido pensado, escrito, y ofrecido, al camaleónico Pedro Pei. Pero parece que Pei se ofendió –o algo así– cuando durante una conversación de seducción por parte de Carles Pujol, este le explicó a este “ex-sex-symbol”, que necesitaba que el personaje fuera “una especie de Roly Kendelman”, como en la serie de TV, “El Chinito Won…”. Entonces Pei, cordialmente, le dijo a Carles Pujol que mejor llamara a Roly Kendelman, y “que se fuera bien al recontra recalcado carajo”. Pujol, obediente, llamó a Kendelman y le ofreció el papel, y Kendelman dijo: “Perfecto, porque cuando hacía El Chinito Won… en la TV, aprendí a reventar a patadas a los tipos de muchas maneras sin hacer esfuerzo… Tal vez pueda usarlo durante la filmación, ¿no?”.

Cuando se estrenó la película, Pujol, reculó, y dijo que El Chinito Won Recargado, fue un papel pensado para Kendelman, cuyo reflejo ya se dejaba ver en su otra película, “Picado y Pendenciero”, un film tres años antes, donde un personaje, El Chico Lalo, que encarnó el actor y pensador Carlos RonCarlos, en una escena dice: “he soñado en vengar al pueblo humilde como hacía El Kapi, nombre con el cual era conocido en la serie El Chinito Won… ”.

La noche larga

Roly Kendelman –a diferencia del buenazo Pedro Pei– nunca fue de tener un espíritu benéfico o prolijo. Así que –suden queridos lectores– cuando contó sus aventuras al mensuario Le Cinema, de su desatada vida fue justamente eso: “Una mañana me puse a comer hormigas fritas con los aimaras. Fue durante una grabación de El Chinito Won…, en el desierto de Atacama. Después de comernos los bichos, volví a casa y, creo, fue entonces cuando las hormigas me pegaron de verdad. Así que caminé por casa, hice varias llamadas telefónicas y, mientras paseaba por la sala me puse empelotas. Salí a la calle, y empecé a entrar y salir desnudo de las casas de los vecinos, y dejaba correr el agua de todas los grifos que encontraba. Me imagino que debe haber sido raro para mis vecinos: ver de pronto, a un tipo que entraba desnudo a sus casas. Cuando me cansé de eso, decidí ir hasta la casa de un amigo. Me metí a la cocina y me puse a cocinar un rato. Cuando me aburrí, subí a mi auto a dar una vuelta hasta que me desmayé por las hormigas. Así me encontraron. Me llevaron al hospital. Me vino a buscar una amiga y me quedé en su casa. Esa noche me levanté todavía en órbita y salí a mear al jardín. Desnudo, por supuesto. Estaba en eso cuando apareció el perro de mi amiga y me empezó a succionar el pito: creo que era uno de esos perros que les llaman chupeteros. Por suerte no me mordió. Estuvimos así un largo rato. Después le di un puñetazo en la cabeza, y  nos hicimos grandes amigos. Amigos, es decir que amigos de verdad.”

Sin duda fue una entrevista polémica. Después muchos se preguntaron cómo sería trabajar con Kendelman. Todos sabían que Pujol y él iban a acabar haciendo “sus cositas”. A esto se refirió Kendelman en otra entrevista: “Un adivino me predijo, en 1996, que algo importante iba hacer con Pujol… Entonces llamé a Carles y se lo conté. Y seis años después Carles me devolvió la llamada y me dijo: ‘Tu adivino tenía razón’. Por eso, y solo eso, me gusta decir que Carles es un gran tipo. Muy creativo y gracioso, con mucho talento, y sólo puedo decir que me encantaría romperle el tuje a patadas, ¡ja ja ja!”.

¡Un revivar por favor!

¿Cómo es posible que nunca hayan repuesto El Chinito Won, el justiciero popular? Me refiero a la serie original, y no el engendro en plan remake donde Kendelman puso el lomo. Quién no quiere ver de nuevo El Chinito Won, el justiciero popular, esa serie que puso de moda las artes marciales, y romperse las cejas con los Nunchakus en toda Latinoamérica. Sería genial resucitar al joven justiciero Kapi y compararlo con el asesino, Carlos Flux. Aún cuando los dos personajes tenían inclinaciones “raritas”, y un discurso nacional y popular. El joven Kapi, el que se aguantaba que lo molestaran, y él defendiéndose a patada limpia. Eran luchas feroces, tumbando a los pesados del barrio sur y norte. Esto incluía a la maldita policía fascista, que lo jorobaban por ser pobre y tener el “pelo duro”. Nosotros, los niños de entonces, primero lo celebrábamos y después lo imitábamos. Con El Chinito Won…, nos las pasábamos a las patadas, y después volvíamos a casa hediondos y transpirados para ver El Chavo del 8. Después crecimos, a las patadas también y, por suerte, los perros de nuestras casas –no es chiste– eran bastante normales.

Roly Kendelman fue una estrella fugaz, y su resurrección artística en El Chinito Won Recargado, haciendo de Carlos Flux, no fue para tanto. Eso sí, siempre fue un caballero con las mujeres, pero tampoco no se privaba de señalar los defectos físicos o de educación de sus amantes. Estaba ocupado siendo Kendelman, y así fue como escribió su biografía: “Una vuelta conmigo”, pues estaba convencido que su vida tenía que convertirse en un clásico. Pero cuando salió su libro, los críticos lo hicieron bolsa, sobretodo un tal Julio Pastor Melledo, quien dijo: “Dostoievski –un escritor admirado– que dijo; ¿Hay algo más molesto que ser, por ejemplo, rico, famoso, de buen pasar, de agradable aspecto, medianamente instruido, y al mismo tiempo no poseer talento, sin ninguna peculiaridad y ser, decididamente, ‘como todos’?”. Duro, muy duro. Tiempo después, Kendelman lo buscó a Pastor Melledo, y le dio tremenda patada en el orto.

Al final, todo es cuestión de tiempo, de tiempos. Y me acuerdo de algo que dijo, en el sacro-futuro después del año 2000, en la breve pero sustanciosa palabras de J. G. Ballard: “Mi preocupación siempre pasó por el futuro verdadero que yo veía acercarse —una especie de presente visionario— más que por el futuro inventado que prefería la ciencia ficción”. Como la vida de Roly Kendelman, y su espíritu amarrado a nuestra niñez.

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