Seguimos sumando a nuestros muertos

Por Yenny Delgado

¿Cuántas muertes más tienen que darse, para que el gobierno de Estados Unidos pueda tomar medidas sobre los miles de asesinatos, que cada año cubren al país en una situación de terror, odio, muerte e impotencia?
Las fuentes oficiales registran 93 muertes al día por uso de armas, lo que se calcula son unas 33 mil muertes al año. Lo que sería considerado en otras partes del mundo, como una crisis o emergencia de terror.

En Estados Unidos se sigue valorizando y viendo cómo salvaguardar la libertad de portar armas escrita en la Constitución hace más de 200 años, que dice: “La necesidad de una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido”. Lo que significa, que ni el gobierno federal de Estados Unidos ni los gobiernos estatales y locales pueden restringir el derecho a portar armas a sus ciudadanos.

Esta ley de seguridad descrita en la Constitución se ha convertido en la más dolorosa libertad que los ciudadanos estadounidenses tienen en sus manos. Cada día el derecho de una persona a portar armas es paradójicamente la posibilidad de muerte de otra persona. Durante la administración del presidente Barack Obama se buscó modificar y tener como medidas básicas la compra y venta de armas.

El conocimiento de los antecedentes penales de los compradores significó una lucha de valores, poder y dinero que el Congreso y el Senado, bajo el gigantesco lobby de la Asociación Nacional del Rifle, discutió y valorizó la cuestionable venta de armas sin control. Eso lo decidieron a sabiendas de que cada arma y munición vendida y comprada sin ningún “background check” miles de veces acaba incrustada en el cuerpo de una persona. Las cifras son innegables, saltan a gritos en los reportes anuales de masacres, según lo revelan sitios como shootingtracker.com 

Otra nueva muestra indiscutible de donde acaban las balas y las armas vendidas sin control fue el domingo 5 de noviembre, durante el servicio religioso que reunía a 50 miembros y feligreses de una iglesia bautista en Texas. La muerte entró por sus puertas con un fusil de asalto semiautomático. Un total de 26 personas murieron, entre ellos niños, una mujer embrazada y ancianos. Además, 20 personas resultaron heridas. El terrorista que cruzó esa puerta con un fusil era exmilitar de la Fuerza Aérea, un joven blanco de 26 años, estadounidense, padre, esposo y con el odio suficiente para causar el mayor terror en Sutherland Springs, un pequeño pueblo en el estado de Texas con 400 habitantes. 

Nuevamente el dolor, la sangre derramada, el acceso a las armas y el odio por el otro, da gritos de tormento y sufrimiento. Digámoslo con sinceridad, lo es cada día, cada hora, cada minuto, en lo que muestran las imágenes y videos de asesinatos y balaceras, nos revela la terrible miseria humana en la que vivimos en Estados Unidos. Aunque muchos callan, lo cierto es que nos hiere a todos. 

 Las redes sociales son ahora fuente de nuevas y terroríficas muestras de cómo se asesina y se ejecuta. Sin duda alguna nadie está a salvo de ser víctima de ese odio. Los lugares más pacíficos pueden terminar en lugares de muerte y masacres. Ya están en la lista escuelas, iglesias, centros comerciales, bares, teatros, cinemas, aeropuertos, estaciones de tren, calles y aceras para ciclistas. Cada día un nuevo lugar diferente abre las puertas al terror, en el más insólito pueblo o la más aclamada ciudad, ambos pueden ser y han sido epicentro del terror y del odio. En la última semana dos ataques conmocionaron New York y Texas. 

Escribo estas líneas con dolor y temor, preguntándome: ¿hasta cuándo? ¿Hasta dónde? ¿Quiénes serán los próximos muertos? No tengo respuesta. Lo único que me queda es seguir preguntando: ¿cuáles deben ser las cifras para cambiar la ley de acceso a las armas y borrar con sangre la enmienda que la constitución hizo hace 200 años, la cual dio rienda suelta a la más grande masacre en Estados Unidos? Y mientras tanto esperamos, alzamos la voz, oramos, suplicamos por una ley que condicione y controle el uso de armas. Cada día, con dolor seguimos sumando y llorando a nuestros muertos.

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