Teatro: Mala entraña

Por Héctor Buccolini

 

Este extraordinario y auténtico culebrón melodramático es un cuento/guión que lo tiene todo: El barrio – la canchita en el potrero – algo del ser nacional – los pibes – el almacén del barrio – el lenguaje – los prejuicios – los lugares comunes – la sencillez y la humildad – la ideología – la ambientación – el machismo – el chorro – la cana – el banco – la madre – el padre – los hijos – los besos – ¡la familia! – la MALA ENTRAÑA… ¡HÉCTOR! (el personaje más emblemático de su relato escrito en su propia lengua).

Sería muy bueno que en el salón de actos de algún sobreviviente club social y deportivo de barrio (quizás quede alguno en algún pueblo de la provincia de Buenos Aires), actores locales representaran “MALA ENTRAÑA”. En la platea todos los viejos de más de 65 años del pueblo y de los pueblos vecinos. ¡No sabés cómo lo disfrutarían!

 

Rodolfo Bassarksy

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Mala entraña

 

Héctor Buccolini

 

CAPÍTULO PRIMERO

 

Era un barrio en los arrabales de la ciudad, un barrio de casitas bajas, de calles tranquilas, con grandes árboles bien aprovechados en verano por sus frondosas copas. Calles de poco tránsito, por las que llegaban durante las mañanas los vendedores ambulantes, el verdulero, el lechero, el panadero, clásicos en esas épocas, donde todo se vivía de otra manera.

Y en ese barrio como en tantos otros, estaba el piberío, que después de la escuela llenaba de ruidos y de juegos todo el silencio del barrio. Y allí formaban la barra con sus doce, trece o catorce años, el Rusito, Mario, Cachito, Lalo, José, Piraña, Pedrín, el gallego Germán, Martín y varios más. Todos hijos de los hombres y mujeres que fueron formando ese barrio, con sus casitas de distintos colores, sus jardines, sus veredas desparejas, algún potrero sin edificar y la quinta de algún “tano” que aprovechaba la tierra libre para ayudar a la economía de su casa.

Y una tarde cualquiera, Martín, un pibe amigo de todos y de quien todos querían ser amigos, se llegó como tantas veces hasta el almacén de don José, por un mandado que le dió su madre.

 

Martín: Buenas tardes don José.

José: Hola Martincito, ¿cómo andás? ¿y la mami?

Martín: Bien, bien.

José: Y papá ¿cómo anda?

Martín: También está bien, trabajando.

José: Decile que le conseguí un muchacho para que le ayude con el alambrado del fondo, porque me dijo que tenía un problema. ¿Qué andás necesitando?

Martín: Un paquete de café, una botella de aceite y yerba.

José: Ya te doy.

 

Se abre la puerta del almacén y entra otro pibe.

 

Pibe: Buenas.

José: Hola, buenas tardes.

Martín: Hola.

José: Ya te atiendo. Nunca te ví por aquí, ¿sos del barrio?

Pibe: Sí, nos mudamos ayer.

José: Con razón no te conocía. ¿Dónde vivís?

Pibe: En el departamento del fondo de la casa de mitad de cuadra de rejas verdes.

Martín: Es la de don Quiroga, don José.

José: Cierto, la tenía en alquiler. ¿Y vos cómo te llamás?

Pibe: (muy serio) Guillermo, pero me dicen Guille.

José: Muy bien Guille, mucho gusto, aquí podrás hacer muchos amigos… Bueno Martín, aquí está todo, llevale la cuenta a tu mamá.

Martín: Después viene ella y le paga. Chau, Chau Guille, si te gusta jugar a la pelota, a la tardecita vamos al potrero de aquí a la vuelta, donde nos juntamos los pibes.

Guille: Bueno, si mi vieja me deja, voy.

José: Bueno Guille, ahora te toca a vos, ¿qué necesitás?

Guille: Un kilo de azúcar, medio de yerba, y doscientos de mortadela.

José: Ya te doy.

 

Cinco minutos después

 

José: Aquí está todo, esta es la cuenta.

Guille: Tome, cóbrese.

José: Tomá el vuelto, cualquier cosa estamos aquí, y decile a tu mamá que se pase por aquí así la conocemos y que estamos a sus órdenes.

Guille: (siempre muy serio) Bueno, chau.

José: Chau pibe.

Guille: No me llamo pibe, me llamo Guille, si yo le digo don José, Ud. dígame Guille.

José: Bueno, bueno, disculpame, chau Guille. (¡qué carácter tiene el nene este! No me gusta su modo)

 

Y a la tardecita en el potrero de aquí a la vuelta se reunieron, como muchas tardes, los pibes del barrio para jugar un partido a la pelota.

 

Rusito: Che somos nueve, así que jugamos cuatro contra cinco, hacemos la cancha más chica y que Piraña que es más chico juegue para los que son cinco.

Germán: Listo, no hay problema, ¿cómo jugamos Martín?, ¿jugás para mí?

Martín: Sí, no hay problema, armalo vos.

Mario: Che, ahí viene el pibe nuevo, el que vive en lo de don Quiroga.

Martín: Yo lo vi el otro día en el almacén, ahora le digo si juega…Guille, ¿te prendés en el picadito?, somos nueve nada más, si jugás hacemos cinco de cada lado.

Guille: Sí, si me dejan juego, soy medio tronco, pero me defiendo.

Martín: Y nosotros, ¿qué te creés que somos, profesionales?

Cachito: Bueno larguemos che, que tengo que volver pronto a casa.

 

Jugaron casi una hora, hubo dos o tres jugadas fuertes del pibe nuevo, y una con una patada a Cachito, que lo hizo revolcar y se raspó mucho una rodilla. Algunos del grupo, medio como que le tiraron la bronca al nuevo, que no le gustó mucho y refunfuñó contra los que hablaron. Cuando se estaban yendo…

 

Martín: Che, el domingo vengan todos, mirá que si lo veo a don Antonio, le hacemos el partido a los del otro lado de la vía.

Germán: Sí, pero juguemos limpio si no, nos matan a patadas. Chau.

Rusito: Esperá Piraña que voy para allá.

Cachito: Chau Lalo, no te olvides la campera.

Martín: Chau, nos vemos el domingo, vamos Guille te acompaño, que tengo que pasar por el almacén.

Guille: Bueno vamos.

Martín: Guille, te quería decir que los domingos a veces vienen los padres de Germán, de Piraña y el mío. Así que si querés decile a tu papá si quiere venir.

Guille: Yo no tengo viejo.

Martín: Perdoná, no sabía, ¿falleció hace mucho?

Guille: No sé, nunca lo ví, no lo conozco.

Martín: Bueno, te dejo, voy al almacén, ¿nos vemos el domingo?

Guille: Puede ser, chau.

 

Entrando al almacén

 

Martín: Buenas tardes don José.

José: Hola Martín, ¿cómo te va?

Martín: Vengo por dos sifones que me encargó mi mamá, si están fríos mejor.

José: Ya te los doy. Te quiero hacer una pregunta Martín ¿lo conocés bien al pibe nuevo que estuvo aquí el otro día?

Martín: No. Lo conozco sólo desde hace dos días, desde que se mudó. ¿por qué?

José: No sé, no me gustó cuando lo vi el otro día, además miraba mucho para todos los rincones, no sé.

Martín: Sí, también recién jugando a la pelota jugaba como enojado, pero bueno, será la forma de ser de él. Me voy don José, después le paga mi mamá, chau.

José: Chau Martincito, no te olvides de decirle a tu papá lo del muchacho por el alambrado.

 

Ya por la noche en casa de Martín, con el papá y la mamá, hablando de varios temas, de la escuela, del desafío a la pelota para el domingo, y después de algunos silencios, Martín le pregunta al padre:

 

Martín: Papá, te quería contar una cosa, vino un pibe nuevo al barrio.

Juan: (el papá) ¿Si?

Lucía: (la mamá) Ayer me enteré, vive en el fondo de la casa de don Quiroga, ¿no?

Martín: Sí, lo que te quería decir, es que es medio raro, como muy serio, como enojado, hoy jugando a la pelota le pegó muy fuerte a Cachito sin motivo y al irnos le dije por si jugamos el domingo, que a veces venís vos y algún otro padre y me dijo que no tiene papá, que no lo conoció, que nunca lo vió.

Juan: Y quizás se separó de la mamá cuando él era chico.

Martín: No sé, ¿será por eso que está así enojado?

Lucía: Y… puede ser, Martín; quizás esté enojado con el padre que los abandonó.

Juan: A veces pasa que esos dolores que uno sufre se los traslada a las otras personas en forma de violencia, de odio o descargando su bronca. Vos sé amable con él, eso lo va a ayudar, acompañalo, aconsejalo, hacete amigo y ayudalo siempre que puedas.

Martín: Bueno, debe ser feo lo que le pasa.

 

En esa semana Guille faltó a la escuela todos los días y el sábado lo encontró Martín caminando por un encargo de la madre. Lo notó medio raro, como que se quería escapar del encuentro.

 

Martín: Guille…Guille… ¿adónde vas? No te ví en todos estos días.

Guille: Es que no me sentía bien, por eso no fuí al cole.

Martín: ¿De veras? ¿por qué no me avisaste?, te podía ayudar. Me parece que por tu cara me estás macaneando.

Guille: (dudando) No sé Martín, la verdad, no me gusta estudiar, tenés que pasarte un montón de años para ver si algún día encontrás un trabajo y puedas progresar. A mí me gustaría tener las cosas que quiero ahora, no dentro de veinte años.

Martín: Y a todos les pasa lo mismo, nosotros recién tenemos diez y seis años, para tener el almacén de don José o la carpintería de don Antonio, tenés que trabajar muchos años, no lo podés tener ya.

Guille: Bueno, eso es lo que yo no quiero.

Martín: ¿Y cómo se hace?

Guille: Yo voy a encontrar la forma. Donde vivía antes, tenía un amigo, Roque, que siempre me decía que tenía alguna idea para tener cosas más pronto que otros.

Martín: Guille, bajá de la nube ¿qué vas a hacer?, ¿asaltar un banco?

Guille: No es mala idea, ja ja ja

Martín: Chau…chau…y andá el lunes al cole y dejate de embromar, no hagas renegar a tu mamá.

Guille: Es que esa es otra bronca que tengo, no sé si es con mi vieja o con quién, porque con ella siempre tengo problemas.

Martín: ¿Problemas con tu vieja? ¡Por favor!, Guille.

Guille: Es que cuando quiero saber algo de nuestros problemas, siempre me sale con …yo me equivoqué…yo me equivoqué…yo me equivoqué…me tiene cansado con el yo me equivoqué y sabés qué, el resultado del yo me equivoqué soy yo, en lugar de Guille, me tendría que llamar Equivocación… un día quisiera encontrarme con el que la hizo equivocar. Esa es la bronca que hace que no quiera estudiar, que a veces conteste mal, que juegue fuerte a la pelota, en todos lados parece que lo veo, pero nunca lo encuentro. Si lo encontrara, mirá…no sé…no sé.

Martín: Calmate por favor, andá el lunes al cole y vamos charlando. Prometeme no hacer ningún lío, yo te voy a ayudar, ¿somos amigos o no?

Guille: Creo que sí … no sé…no sé.

Martín: Chau, mañana nos vemos.

Guille: Chau…¡ah! Martín … gracias…algo que nunca te dije.

Martín: ¡Dejate de embromar!

 

El lunes no fué, y no fué en toda semana. Ese domingo, Martín le pidió compañía a Piraña y a Mario y se fueron a ver a Guille a la casa, golpearon, y al rato salió la madre desde el fondo del corredor, se asomó y pareció que dudó en salir. Se fué acercando lentamente hasta llegar al lado nuestro.

 

Mario: Buenas tardes señora, está Guille?

Señora: (tardó en contestar y con lágrimas en los ojos llegó a tartamudear) Se fué hace unos días a visitar a un amigo que conocía del otro barrio donde vivíamos.

Martín: ¿Y va a volver? (seguro que es ese Roque, el de las ideas raras)

Señora: No sé…ya fuí a dar parte a la escuela, les dije que estaba enfermo, pero mucho no me creyeron, además me dijeron que no está teniendo un buen comportamiento, no sé este chico en qué va a terminar.

Piraña: ¿Cómo en qué va a terminar, señora?

Señora: Es que los amigos de allá no me gustan nada, perdonen chicos que los deje, pero si no se enojan, tengo que hacer.

Martín: Che ¿qué hacemos? Vieron que se fué llorando. ¿En qué lío se meterá Guille?

Piraña: Esperemos unos días a ver si vuelve, no podemos hacer otra cosa.

 

Guille no volvió más. Tres meses después también se fué la madre del depatamento de don Quiroga, sin aviso, sin saludar a nadie. Cuando Martín le contaba todo lo sucedido, el padre lo consolaba.

 

Juan: Hijo, vos siempre lo ayudaste, no te sientas mal, quizás no te supo escuchar o no quiso escucharte. Cada persona tiene su forma de pensar o tiene pensado su porvenir, algunos lo cumplen y otros se quedan en el camino. Vos cumpliste, seguí con el tuyo.

Martín: Sí, lo que pasa es que yo lo apreciaba mucho, aunque era muy raro a veces, tenía arranques malos … no sé, era muy raro.

Juan: Quedate tranquilo, volvé a lo tuyo, a tus amigos de siempre.

 

CAPÍTULO SEGUNDO

 

Y pasó el tiempo, muchos años y el barrio fué cambiando. Algunas casitas se hicieron más grandes, desaparecieron los potreritos que fueron reemplazados por edificios de varios pisos, ya no pasa el verdulero ni el lechero. Por el tráfico más intenso aparecieron algunos semáforos y con los potreritos desapareció el piberío, hoy reemplazado por otro piberío pero más de puertas adentro.

Los pibes de antes hoy son hombres y las chicas que correteaban y ya jugaban a ser señoritas, hoy son mujeres noviando o casadas.

Algunos se fueron del barrio por nuevos horizontes o se casaron y cambiaron de barrio, otros siguen en los mismos lugares de su niñez.

Al Rusito le gustaba la carpintería y se metió como aprendiz en la carpintería de don Antonio, hoy es la mano derecha del viejo que ya anda cansado del cepillo, la garlopa y el mandril. Mario y Lalo ya se fueron buscando otros caminos, Germán se armó un taller mecánico para automóviles, Piraña está hace tiempo con don José en el almacén y hoy le maneja casi todo, hasta tiene idea de hacer un almacén mayorista, mientras don José está más sentado que parado por sus años y sus piernas. Cachito empezó trabajando de mozo en el bar de don Manolo, al gallego le falleció la señora y no tiene a nadie más aquí, así que hizo un arreglo con él y se lo vendió, con una frase bien de gallego noble y trabajador:

 

– Cachito, me lo pagás como vayas trabajando y cuando terminemos el arreglo, me voy a mi Galicia…a dejar mis huesos allí.

 

Y Cachito se lo compró.

Y Martín, como andaba bien con el estudio y le gustaba, siguió estudiando y su papá que era muy amigo del gerente del banco de la zona, pudo hacer que entrara como cadete, hoy es jefe de cuentas corrientes. Está noviando con Patricia, la hermana de Piraña, que trabaja de vendedora en una tienda grande del centro del pueblo y los planes de ellos es juntar fuerzas y casarse pronto.

Pasaron ocho, nueve años de los tiempos del potrerito y la pelota, hoy son hombres y mujeres en plenitud de sus vidas y llenos de proyectos.

Una tarde, como una tarde cualquiera al terminar el día en el banco, Martín sale caminando con rumbo a la casa de sus padres y al ir llegando a la esquina ve una pareja junto a una moto importante, le llama la atención que la muchacha lo mira con cierta insistencia.

Siguiendo su camino, al pasar junto a ellos escucha la voz del muchacho que dice:

 

– ¿Señor, no quiere que lo lleve con la moto?

 

Martín se da vuelta y….

 

Martín: (asombrado) Guille….Guille ¿sos vos?

Guille: (riendo) ¿Qué hacés Martín, cómo te va?

Martín: ¿Vos qué hacés por aquí? Te fuiste y no apareciste más.

Guille: Cosas de la vida, ya te contaré che, pero qué bien se te ve, ¿y los viejos?

Martín: Bien, bien, más viejos, jaja. Y esta señorita ¿es tu novia?

Guille: Sí, casi mi señora. Flaca, este es mi amigo Martín del tiempo que viví aquí.

María: (con voz tenue) Mucho gusto Martín, Guille me habló mucho de vos.

Martín: El gusto es mío, pero che vamos al bar de la esquina a tomar algo.

Guille: Al bar de don Manolo, vamos, vamos.

Martín: ¡Qué don Manolo!, se lo compró Cachito, ¿te acordás de Cachito?

Guille: Cómo no me voy a acordar, la primera vez que jugué a la pelota le dí un patadón.

 

Mientras caminaban los cincuenta metros hasta llegar al bar de Cachito, Martín notó a una María muy retraída, tímida y con ojos tristes. Llegan al bar y…

 

Martín: Hola Cachito, mirá a quién te traigo.

Cachito: ¿Guille? No puede ser, ¿qué hacés loco? Porque vos sí que sos loco.

Guille: ¿Qué hacés, Cachito? Te vine a pedir perdón por la patada de aquel día, porque de noche no puedo dormir pensando en eso, jajaja,

Cachito: ¿Todavía te acordás?, no embromes … che, ¿tu novia?

Guille: Sí, mi mujer.

Cachito: Siéntense que preparo una picada, ¿qué toman, cerveza? ¿y Ud. señorita?

Guille: Se llama María y toma gaseosa.

Cachito: Mucho gusto María, en cinco minutos estoy con uds.

 

Y comienza en la mesa una charla llena de recuerdos, de reproches por parte de Martín, por la “huída” de Guille del barrio sin avisar, y de tantas historias de todo el piberío de aquellos tiempos pasados. María no entraba en la conversación, no sólo porque quizás no las conocía, sino porque era como si necesitara permiso para hablar, teniendo casi siempre la mirada baja o dirigida a Guille, una mirada no sólo tímida, sino tristona.

 

Martín: Bueno dale Guille, contame algo de tu vida de estos últimos ocho años, qué pasó, cómo te fué.

Guille: Y…me pasó como a todos, tuve algunos problemas, pero fuí trabajando algo en distintos lugares, nunca tuve suerte de quedar efectivo en un sitio, cambié varios tipos de trabajo, en general no tuve mucha suerte. Estuve también cuatro años por el sur probando suerte, pero volví pelado como me fuí. Y ahora sigo buscando, cada tanto me sale algo.

¿y a vos cómo te van las cosas?

Martín: Bien, no me puedo quejar, entré en el banco de aquí del centro como cadete y fuí ascendiendo, me mandaron a hacer unos cursos de capacitación y ahora soy jefe de cuentas corrientes, así que ando bastante bien.

Guille: Che, ¿y andás con la plata?… ¿con el tesoro? Debe ser lindo ver tanta moneda junta.

Martín: Sí, pero cuando no es tuya te acostumbrás a verla pasar y ni pensás que es plata, ya es como un producto que pasa a tu lado.

Guille: Y tu vida sentimental ¿cómo anda?

Martín: También bien, estoy de novio con Patricia, la hermana de Piraña, ¿te acordás de Piraña?

Guille: Sí que me acuerdo, buen pibe, y la hermana estaba linda.

María: (pareciendo enojada) Guille, qué decís…

Guille: (ordenando) Vos callate, que estoy hablando con mi amigo.

Martín: No pasa nada María, seguro es un chiste…Y como te decía, estoy de novio, ella trabaja en la tienda grande que está frente a la plaza y entre los dos estamos juntando a ver si pronto nos podemos casar.

Guille: Vos siempre de a poquito, nunca de golpe.

Martín: Es que no conozco otra, es la que me enseñaron. ¿Y vos qué planes tenés?

Guille: Y … yo puedo decir que estamos casados, ¿no es cierto flaca? Ahora pronto termino de pagar la moto y veremos qué hago, qué se yo … yo voy viendo a medida que pasan las cosas, no planeo nada. Por ahí se nos ocurre y tenemos un hijo, así vamos formando una familia.

María: (tímida) Ni loca, vos sabés que es complicado.

Guille: Es que anda medio enferma no sé de qué, o se hace la enferma para hacérmela difícil a mí, no sé, dice que tiene … no sé, no sé lo que tiene.

María: Terminá Guille con este tema, no le hagas caso Martín, siempre diciendo tonterías.

Guille: Yo no digo ninguna tontería, la que dice estupideces sos vos.

Martín: Bueno, bueno, cambiemos de tema che, no nos vamos a poner a discutir después de ocho años sin vernos … Y Cachito, ¿la picada para cuándo?

Cachito: Ya está, ya está, ¿qué te parece para homenajear a un amigo?

Guille: Bárbara Cachito, voy un minuto al baño, aunque creo que serán cinco minutos. Ja ja.

Martín: Y… María, ¿todo bien? Está bravo este muchacho ¿no? (sospechando) se te fué cuatro años al sur y no juntó nada, ¿Por qué no te fuiste con él?

María: (triste) Al lugar que fué él, no pueden entrar ni estar mujeres.

Martín: (haciéndose el tonto) No te entiendo.

María: Espero que no vuelva del baño pronto. Te cuento (muy asustada): Roque es mi hermano, siempre anduvieron juntos y no por buenos caminos, planearon algo, les salió mal, mi hermano está muerto y a Guille lo “mandaron al sur” como dijo él, pero que te lo cuente él por favor, no digas nada porque me mata.

Martín: (casi asustado y asombrado) Quedate tranquila, yo no sé nada.

 

Volvió Guille del baño y siguieron charlando casi una hora, de todas sus cosas, pero Guille no contó nada de esos cuatro años negros de su vida. Finalmente Guille dijo que le gustaría volver a vivir aquí y estar cerca de los amigos de otros tiempos. Martín fingió que se alegraba, pero la idea no le gustaba nada. Y así se despidieron, con un deseo de suerte.

 

Fué pasando el tiempo y en menos de dos años, Martín y Patricia pudieron cumplir su sueño. Hoy son marido y mujer y en su departamento del segundo piso, en el centro del pueblo, a dos calles del banco. Además están esperando la llegada ya, de su primer hijo, que sería lo que faltaba para su felicidad total.

Pero en medio de esos días tan felices, con una aparición casi similar a la de la última vez, se apareció nuevamente Guille, pero esta vez con un problema más delicado. Llegó con un coche bastante arruinado y dentro de él con su mujer embarazada, se dirigió al banco a buscar a Martín, entró muy nervioso, preguntó por él, que se acercó al rato y…

 

Martín: Guille, apareciste otra vez…¿qué hacés por aquí?

Guille: Perdoname Martín, estoy desesperado, tengo que hablar con vos.

Martín: Pero Guille, estoy trabajando, en este momento no te puedo atender.

Guille: Necesito que me escuches, es muy urgente.

Martín: Pará, pará…explicame en un minuto lo que te pasa y luego vemos cómo hacemos, yo puedo salir en treinta minutos y charlamos tranquilos.

Guille: Estoy desesperado, es por María, está embarazada y creo que pronto va a tener al pibe, pero esa maldita enfermedad que ella siempre me decía y que no sé qué cuerno es, la tiene muy mal, y ahora anda peor.

Martín: Pero qué, ¿está aquí con vos?

Guille: Sí, la tengo en el auto que me prestó un amigo.

Martín: ¿Y qué?, ¿está descompuesta?

Guille: No, no, ahora está bien, pero quiero ver, no sé qué hacer.

Martín: Mirá, si no es urgente, yo puedo salir en media hora, esperame afuera y vemos con tranquilidad qué podemos hacer, andá, haceme el favor.

Guille: Bueno te espero, no me dejes solo.

Martín: (en camino a su puesto de trabajo se cruza con don José) ¿Qué hace por aquí don José, hoy no lo mandó a Piraña a depositar?

José: No, salí a estirar un poco las piernas, escuchame, vi al muchacho que estaba con vos y creo que la memoria no me falla … tené cuidado Martin.

Martín: Quédese tranquilo don José y gracias.

 

Pasa la hora de la atención al público y Martín le pide al gerente permiso para ausentarse unos minutos por este tema particular, hace una llamada y sale para la calle.

 

Martín: ¡Ay Guille, Guille!, ¿dónde cuernos estás? (ve un brazo que sale de una ventanilla de un auto desvencijado estacionado a media cuadra del banco y va hacia él)

Guille: subí Martín, sentate atrás.

Martín: Qué hacés María, ¿cómo andás?

María: Aquí estamos Martín, no estoy bien y por eso…

Guille: Ya hablé yo flaca, no le vamos a contar todo de nuevo…

Martín: Yo solo quiero una cosa, no me voy a mover de aquí si no me contás todo cómo es, no puede ser que me vengas con un problema así y yo sin saber lo que pasa, por favor comportate como hay que comportarse Guille, aunque sea una vez.

Guille: (bajando la vista) Tenés razón. En todo este tiempo creo que me tomé el tema en joda. Nunca la llevé a un control. No la pasó bien en estos meses…

Martín: ¿vos estás loco o te hacés el loco? ¿Nunca la llevaste al médico?

Guille: Es que ando seco, nunca tengo un mango, los médicos cuestan plata.

Martín: Pero hay hospitales donde no tenés que pagar.

Guille: Sí, vos tenés razón, pero decime qué hacemos ahora, después nos peleamos por lo anterior, por favor Martín, después hablamos.

Martín: Sí, pero hablamos de verdad, recién llamé al médico que atiende a mi señora, porque está en las mismas que María y nos espera, es también jefe en el hospital, así que él te va a decir la justa, pero por favor háganle caso. Arrancá y yo te guío.

 

A las pocas cuadras del banco está el consultorio del médico. Llegaron en unos minutos, entraron y Martín se dirigió a la secretaria.

 

Martín: Hace unos minutos hablé con el Dr Graciani y nos está esperando.

Secretaria: Sí, ya me avisó el doctor, ya sale la última paciente y entran ustedes.

Martín: Gracias señorita.

 

Pasaron diez minutos, se abrió la puerta del consultorio, salió la paciente anterior y asomándose el médico y viendo a Martín los hizo pasar.

 

Graciani: Adelante, ¿cómo andás Martín? ¿Y tu esposa?

Martín: Bien doctor, bien, lo va a visitar mañana o pasado, para ver los últimos pasos ya que falta poco.

Graciani: La espero, bueno de qué se trata hoy.

Martín: Doctor, este es un matrimonio amigo que anda con un embarazo con problemas y me pareció que usted les podría decir cómo seguir.

Graciani: Muy bien, necesito dos cosas, que ustedes nos dejen solos y que la señora me cuente toda su historia, así que por favor, esperen afuera. Gracias.

 

Pasó más de media hora para que la puerta se abriera nuevamente. Media hora de dientes apretados de Martín y Guille, de palabras de Guille a Martín prometiendo que ya le va a pagar todos estos gastos y que se equivocó y que ahora cambiará todo, y que va a arreglar su vida, y que…y que… Todo frente al silencio total de Martín, que ya no sabe si creer o no creer más a éste que dice ser su amigo.

El doctor Graciani los llamó, hizo salir a María y habló del problema, les explicó que el panorama es muy complicado, del peligro de vida de la madre y del hijo en el momento del nacimiento, y que recomendaba para hacer estudios más profundos y tener a la madre en observación, internarla en el hospital hasta el nacimiento del bebé que no es lejano.

Guille estaba mudo, entonces Martín sin titubear dijo que mañana a primera hora estarán en el hospital y que se haga lo que se tenga que hacer.

 

Martín: Muchas gracias doctor, arreglo todo con la secretaria, quizás nos vemos mañana.

Graciani: Nos vemos mañana, no te olvides de mandarme a tu señora.

 

Salieron a la calle y Guille quería decir muchas cosas, pero Martín lo cortó y dijo:

 

– Después hablamos, ahora vamos a lo de doña Yolanda, la de la pensión, se instalan allí y mañana a las ocho de la mañana están en la puerta del hospital sí o sí, yo arreglo todo. Los guío y me voy al banco porque si no me matan, no hablemos más, mañana la seguimos.

 

Llegaron a lo de doña Yolanda, Martín arregló todo con ella y se fué apurado al banco.

Después de terminar la jornada en el banco llegó a su departamento, y ya al verlo entrar, Patricia vió que su cara no era la de todos los días…

 

Patricia: ¡Qué cara!, ¿qué pasó para estar así?

Martín: (quitándose el saco y sentándose en el sillón) Sentate y te cuento, porque no sé si es para contar y escuchar de pie.

Patricia: No me asustes, decime que no es nada del banco.

Martín: No, no lo vas a creer, ¿te acordás de Guille, el famoso Guille?

Patricia: Cómo no me voy a acordar, el de los problemas…

Martín: Se me apareció hoy por el banco, y con un pequeño problema.

Patricia: ¡Ay! Martín, ¿no tiene a otro para ir a buscar?

Martín: Te cuento. La señora está embarazada con los tiempos como vos, pero la pobre no sé qué enfermedad tiene que corre cierto peligro en este último tramo y mucho más en el nacimiento. En forma privada no se puede atender porque no tienen un peso. En el hospital de su zona le dijeron que como nunca se hizo ver allí, no la quisieron atender, todo esto es lo que él dice, la pobre está asustada y dolorida, ¿y a quién se les ocurrió venir a ver para que los ayude?: a Martín, ¿qué me contás?, y no sólo qué me contás, sino ¿qué hago?

Patricia: Ya me imagino lo que hiciste, porque te conozco, hiciste de Madre Teresa.

Martín: Hice de Madre Teresa, o hacía así o esta noche no podría dormir.

Patricia: Y mi amor, ¿cómo terminó la película?

Martín: Los llevé con Graciani, que dió un panorama muy malo, mañana la internan en el hospital. Hasta ahí los voy a acompañar, después que se arreglen, ya más no sé, no sé.

Patricia: ¿Y para cuándo tiene familia?

Martín: Y… creo que ya, los médicos son los que deciden cuándo.

Patricia: Bueno, calmate, date una ducha y cenamos, mañana será otro día… Ah, me olvidaba, llamó tu papá, dice que lo llames. Contále, a ver qué opina.

 

Después de la ducha que lo tranquilizó un poco, Martín llamó a su padre y le contó toda esta historia que lo tenía tan mal. El padre casi como cuando era chico, le dijo lo mismo, si lo ayudaste es porque fué lo que sentiste en ese momento, no te arrepientas, pero buscá la manera de desprenderte de este muchacho porque sólo te va a traer problemas, no es normal la forma como se comporta. Lo ayudaste, ya está, ahora tenés que pensar en Patricia y tu futuro hijo, eso tiene que ser lo primero. Además hijo, hay que aconsejar, hay que ayudar, pero también cada uno tiene que ser responsable de sus actos, no lo olvides.

 

Martín: Gracias papá, vos siempre tan justo en tus consejos.

 

Al otro día a las ocho de la mañana como les pidió, se encontraron en la puerta del hospital, se presentaron donde les había dicho el Dr Graciani, hicieron los trámites de internación, y dejaron todo en manos de las enfermeras. Salieron a la calle, Martín puso a Guille contra la pared y …

 

Martín: Escuchame Guille, quiero que me cuentes todo, todo, y que sea la verdad, porque sino te voy a pedir que no me vengas a ver nunca más, ¿estamos? ¿Por qué, con el problema que tiene María, se quedó embarazada? ¿Por qué nunca se atendió en estos meses? No entiendo… decime por favor.

Guille: (con cara triste, avergonzado y quizás sin saber qué decir) Martín, no te voy a mentir, la historia es larga…yo no hice una vida normal. Creo que siempre me porté mal…con los demás y conmigo mismo también. Si me decís por qué, no lo sé…parece que tuviera el diablo en la sangre. Yo soy de sangre mala, seguro es por herencia. Voy a decirte por qué María es mi mujer. María es la hermana de mi amigo Roque, ¿te acordás que te conté de él?

Martín: Sí me acuerdo, era el que te iba a hacer triunfar sin esfuerzo.

Guille: Roque era chorro, y me dejé arrastrar por él, me parecía que todo era más fácil de esa manera y no fuí al sur a buscar un trabajo, estuve preso, porque en un asalto que hicimos con Roque, a él lo mató la policía y a mí me agarraron…María no tiene madre ni padre, qué podía hacer…me la llevé conmigo cuando salí. Te imaginás la vida que le pude dar. Pero creí que sola la iba a pasar peor. Ahora con su problema de salud, en la salita de sanidad del barrio no la pueden atender porque no tienen los elementos, para médicos privados no tengo con qué y en el hospital con este panorama y por no haber ido nunca a controlarse no la quisieron atender… en este momento lo único que quiero si es varón, es que Mario o Raúl, como quiere María que se llame, nazca bien.

Martín: ¿Vos le querés poner Mario y tu señora quiere que se llame Raúl?

Guille: Sí, quería que se llame como yo… pobre pibe, lo quiere crucificar. Pero la convencí y cambió por Raúl, bueno Martín, yo quiero decirte que…

Martín: Vos no tenés que decir nada, si querés quedarte unos días de doña Yolanda yo te cubro el gasto, así vas viendo cómo va lo de María… no te podés ir lejos porque según el médico puede nacer pronto o tienen que apurar el nacimiento.

Guille: Yo así no me quedo, voy a conseguir plata, pagarte los gastos que hiciste vos y tener una reserva para lo que pase con María. A vos ya te molesté bastante.

Martín: A mí no me molestás, ¿y qué vas a hacer, a quién vas a ver?

Guille: Algo voy a hacer, algo inventaré, te veo Martín.

 

Y pasó algo que Martín no hubiera imaginado nunca, Guille se acercó y lo abrazó muy fuerte y en silencio, hasta le pareció que con los ojos humedecidos, sólo dijo…

 

Guille: Chau Martín, hasta siempre y … gracias.

Martín: Chau…escuchame…ojo con lo que hacés…María te espera.

 

Se podría haber dado vuelta para contestar las últimas palabras de su amigo, pero no lo hizo, subió al viejo auto y se fué. Martín salió rápido para el banco pensando en este amigo loco que la vida le cruzó en el camino.

Pasaron dos días, Patricia acompañada por Mirta, su mamá, fué a ver al Dr Graciani para los últimos consejos, y también para preguntarle por María, la de la cama 4, como le había recomendado Martín y al llegar éste al final del día…

 

Martín: Hola, hola….¿Cómo está la que va a ser la mami más linda del mundo?… ¿todo anda bien?

Patricia: Todo bien, señor papá, todo bien…yo y Marcelito

Martín: ¿Cómo Marcelito, no era Robertito?

Patricia: No, no, en esto va a ganar la mamá.

Martín: Bueno, en esta me ganás vos, ¿y cómo te fué con Graciani?

Patricia: Muy bien, dijo que estemos con el bolso preparado, o sea que tenés que dormir con un ojo abierto.

Martín: Esperemos que no sea de noche. ¿Te dijo algo de María?

Patricia: Sí, la vió esta mañana, dice que todo sigue complicado, aparte de su problema crónico, está anémica y ya muy cerca del parto. Pobre chica.

Martín: Sí, pobre María, hay gente que las tiene todas… ¿tu mamá bien?

Patricia: Sí bien, me acompañó hasta acá, tomamos unos mates y se fué.

 

Siguieron charlando mientras Patricia preparaba la cena, Martín acomodando sus cosas y poniendo un poco de música de fondo, cuando suena el portero eléctrico…

 

Martín: Qué raro ¿quién será a esta hora? (por el portero) ¿Quién es?

Piraña: Soy yo Martín, Piraña.

Martín: ¿Qué haces Piraña? Subí, tu hermano, Patricia.

Patricia: ¡Qué raro a esta hora! Mamá se fué bien y me llamó al llegar.

Martín: Abro, ya sentí el ascensor…adelante muchacho.

Piraña: ¿Cómo andás cuñado, y el nene? Jaja

Martín: Ya llega, ya llega, ¿qué andás haciendo a esta hora por aquí?

Piraña: No te traigo buenas noticias.

Martín: ¿Qué pasó? (la misma pregunta al mismo tiempo de Patricia)

Piraña: Asaltaron la sucursal 14 del banco, pero no se pudieron llevar nada, un cajero accionó la alarma silenciosa y llegó enseguida la policía, se armó un tiroteo, recuperaron el dinero, y detuvieron a dos de los cuatro chorros y a dos los mataron.

Martín: Qué barbaridad che, ¿cómo te enteraste?

Piraña: Por Germán, que fué a visitar a la hermana que vive por esa zona y casi queda en el medio del lío.

Patricia: A veces sin tener nada que ver, cómo te pueden pasar cosas

Piraña: Sí, pero hay más… ¿a que no saben quién es uno de los muertos?

Martín: (se sentó en el sillón, se tapó la cara) No me digas nada (se hizo un silencio larguísimo, todos mudos) No puede ser…no puede ser…no puede ser. (Patricia se acercó y abrazó a Martín, Piraña no hablaba y miraba el piso)…Pobre María, pobre María… ¡qué cruz!

 

No aguantó más, no podría irse a dormir sin contarle a su papá todo este lío, lo llamó y le contó toda la noticia que le había traído su cuñado, las palabras del padre fueron las que Martín realmente esperaba:

 

– Yo sabía que todo terminaría de esta forma, por la manera que actuaba este muchacho…quedate tranquilo, mañana vemos cómo se podrá encarar el tema con María, concentrate en lo tuyo, no podés arreglar el mundo vos.

Pasaron dos días más para que empezaran las corridas, cuando Patricia recibió las señales de su bebé, llamó a su mamá para que la venga a acompañar y a Martín para que fuera directo del banco al hospital para encontrarse allí. Todo se hizo bien y en media hora ya estaba instalada y preparada para recibir a su Marcelito y mientras llegaban los padres de Martín, a éste ya lo empezaban a atacar los nervios, pero sabiendo en qué manos estaba Patricia, se fué calmando.

Fueron casi tres horas de espera y finalmente salió al pasillo el Dr Graciani, sonriendo lo miró a Martín y dijo las palabras mágicas: todo bien, es un varón. Abrazos, besos, y alguna lágrima sellaron la alegría que se vivía. Y ya preguntaron para ver a la mamá y al nuevo principito que venía a alegrar a toda esta familia.

Martín se acercó al doctor cuando se iba para la sala…

 

Martín: Doctor, gracias, muchas gracias… Patricia y el nene ¿están bien?.

Graciani: Están perfectos, se portaron muy bien los dos.

Martín: Gracias otra vez, y le hago otra pregunta, ¿cómo va lo de María, la de la cama 4?

Graciani: mañana lo resolvemos, porque ya se complicó mucho.

Martín: Entonces mañana lo vuelvo a molestar, gracias.

 

Y así terminó un día de gran felicidad para Martín, sus padres, la mamá de Patricia y Piraña, todos ya besaron a la flamante mamá y vieron aunque sea a través de un vidrio, al culpable de tanta alegría.

Al otro día y antes de la hora de visitas, Martín ya estaba en el hospital para estar con sus dos amores, su Patricia y su Marcelito, terminó el trámite de anotar al bebé y se sentó en uno de los pasillos a esperar la hora para entrar a la sala.

Así estaba cuando vió venir por el pasillo al Dr Graciani y a la Dra Mendiguren, cuando Graciani vió a Martín, detuvo con un gesto a la doctora, le dijo unas palabras y ella salió para otro pasillo, mientras Graciani vino directo hacia Martín. Su cara no era muy buena lo que hizo que Martín reaccionara enseguida…

 

Martín: ¿Qué pasó doctor? Parece que no hay buenas noticias.

Graciani: Sí, son malas, hace menos de una hora que falleció esta chica María, ya te iba a hacer llamar porque tendrás que ubicar al padre.

Martín: No querrá ni que le cuente doctor, el padre era un delincuente y ayer lo mataron en un asalto, ella no tiene a nadie de familia…y yo con todo el lío sobre mi cabeza.

Graciani: Qué desastre, ¿vos sos el único que los conoce? La criatura tiene que estar en cuidados intensivos por unos cuantos días, también hay que ponerle un nombre y anotarlo, ¿pero qué hacemos con la mamá?

Martín: Yo me encargo, lo veré a Peletieri, el de la cochería, muy amigo de mi padre, y él seguramente se encargará de todo. Con respecto al nene, la verdad que no sé…

no sé lo que podré hacer… allí ya no sé…

 

Estaba sentado solo en ese banco del pasillo, cuando vió llegar a su papá, se saludaron y lo puso al tanto de la nueva noticia, que el padre recibió con un…cartón lleno…

El padre se sentó en el banco de enfrente del pasillo, mientras escuchó la pregunta de su hijo:

 

– ¿Qué hago papá, qué hago?

 

Se quedaron los dos en silencio un largo rato, el padre con la cabeza apoyada en la pared y Martín con las manos en la cara y los codos en las rodillas, al rato se miraron, siempre en silencio, un largo rato duró la mirada y el silencio, hasta que el padre dijo casi susurrando…¿mellizos?….Martín no contestó, cerró los ojos, se recostó contra la pared y se puso a llorar, era difícil aguantar tanto, las lágrimas bajaban por sus mejillas, ni él ni su padre sabían qué querían decir.

Había que calmarse porque ya era la hora de visitar a Patricia y a Marcelito y había que evitar el tema frente a la nueva y alegre mamá.

Con el horario de visitas y junto a la mamá de Patricia llegada en ese momento, entraron a seguir gozando de la felicidad que les trajo Marcelito. Evitaron el tema de la pobre María y pasaron allí todo el tiempo permitido, adorando al benjamín de la familia.

Dos días después, ya Patricia con su Marcelito estaban en su casa, contentos y felices, organizaban con Martín la nueva vida, a la que sumaron su ayuda por lo menos por un mes, Lucía y Mirta, las flamantes abuelas.

Al quedar solos Patricia y Martín, ella no tardó en darse cuenta que algo preocupaba a Martín y que no tenía la cara de los problemas del banco, era otra cosa de la cual ella algo sospechaba.

 

Patricia: Y mi amor ¿estás contento?

Martín: Loco de alegría, salió todo como deseábamos, tenemos un hijo hermoso, estamos los tres juntos, y comenzando una familia completa.

Patricia: Pero tu cara me dice que algo pasa y que me gustaría que me digas, aunque me imagino qué es… ¿algo de María?

Martín: (como para cambiar de tema) Sí, qué linda quedó la cunita, qué mano tiene el Rusito para hacer estas cosas.

Patricia: Sí, y qué grande es, le va a servir para varios años, casi es una cama.

Martín: Y además al ser blanca parece que está en una nube, es linda y grande.

Patricia: Sí, grande, grande…casi se pueden criar dos bebés…

Martín: (se quedó mudo un rato largo y Patricia también)…sí… dos …

 

Martín se quedó parado en silencio mirando por la ventana hacia la calle, Patricia se sentó en el sillón, y los dos no hablaron por largo tiempo, parecía que tenían miedo de hablar o decir algo fuera de lugar. Martín siguió parado mirando sin ver para la calle, Patricia se levantó y fué hasta el dormitorio, volvió enseguida, como si hubiera ido a buscar algo, pero fué más un pretexto, se sentó otra vez en el sillón y …

 

Patricia: A esa criatura le tienen que poner un nombre, si no qué va a ser, ¿un NN?

Martín: ¿Qué criatura?

Patricia: La que está sola y desprotegida en el hospital, el hijo de María.

Martín: Ella pobre, le quería poner Raúl, me había dicho Guille.

Patricia: Y bueno, le ponemos Raúl y la cuna ¿no te parece demasiado grande?, ¿vos qué decís, Martín?

Martín: ¿Le ponemos? ¿qué querés decir con eso?

 

(caminó muy lentamente hasta Patricia, y lagrimeando la abrazó fuerte, quedaron así más de un minuto), y él le dijo…

 

– Ahora sé por qué te quiero tanto…Pero esto no es un juego …Pensá en lo que estás diciendo. Creo que esto no es fácil, será un esfuerzo grande.

Patricia: Y qué ¿no me pensás ayudar?

Martín: (abrazándola muy fuerte) Patricia…Patricia…Patricia

Patricia: Mañana que viene a ayudarme mi mamá, la dejamos un rato sola con Marcelito y vamos hasta el hospital a ver cómo hacemos todos los trámites, antes que se termine el permiso del banco y empieces a trabajar.

Martín: Te propongo que cenemos tranquilos, nos vayamos a dormir, mañana nos levantemos con la cabeza descansada y allí pensemos por última vez esto que parece que podríamos hacer, porque hay que tomarlo con seriedad.

Patricia: Estoy de acuerdo con vos, pero el primer pensamiento vale mucho. Si querés lo consultamos con tus viejos y con mi mamá, pero por como nos criaron y siempre nos aconsejaron, no creo que piensen distinto a nosotros

Martín: Tenés razón, el otro día mi papá me lo insinuó en el hospital, pero igualmente mañana lo pensamos otra vez, no pensés en un día, pensá en toda una vida.

 

A la mañana siguiente al llegar su mamá, mientras Patricia le contaba la idea que tenían. Martín llamaba a sus padres para decirles lo mismo. Como se habían imaginado, los padres coincidieron con lo que pensaban estos hijos que con esto demostraban qué clase de personas eran. Los apoyaron y les prometieron toda la ayuda que pudieran darles.

Con este convencimiento se dirigieron al hospital para llevar la idea y ver qué trámites había que hacer. No era fácil, llevaría tiempo, muchos trámites, mucha paciencia, pero ese niño solo luchando por la vida, ya tenía nombre, el que había deseado su madre, y el apellido de unos padres que serían adoptivos, pero padres para toda la vida.

Y la cuna ya no era tan grande, después de varios días de idas y vueltas, de que Raulito se pusiera bien de salud, y de tanto tramiterío, la cuna no quedó tan grande.

Todo el barrio, los parientes y los amigos de toda la vida, felicitaron a Martín y a Patricia, un muchacho y una muchacha que todos querían tanto, y estaban contentos con lo que ellos habían hecho, hasta prometieron que para ellos Marcelo y Raúl serían mellizos, y que quedarían así para siempre.

 

CAPÍTULO TERCERO

 

Pasó mucho tiempo, pasaron muchos años, los chicos fueron creciendo, ya la ayuda de las abuelas no era necesaria, Patricia se fué poniendo práctica con “sus mellizos”, que ya estaban en jardín de infantes y empezaban a mostrar sus habilidades y sus cualidades. También tenían como todos los pibes sus rivalidades, sus peleítas infantiles, Raulito era más revoltoso, más desordenado, hasta más rebelde, Marcelito se parecía mucho al padre, que era más tranquilo. Y así fueron creciendo, ellos haciendo la primaria, los abuelos envejeciendo, y los padres madurando como padres y luchando por el porvenir de ellos y los chicos.

Martín ya era la mano derecha del gerente del banco y como soñara alguna vez su padre, se vislumbraba como el sucesor para cuando el gerente se jubilara.

Y siguió corriendo el tiempo, los chicos ya estaban en el último año de la primaria, asomaron algunos conflictos entre ellos, porque Marcelo no estaba de acuerdo con su hermano en algunas cosas que hacía o los amigos que tenía.

Raúl iba mucho a la casa de Rulo, o Rulito como le decían sus padres, y Marcelo decía que era un pibe que siempre tenía problemas con todo el mundo. Por ir mucho allí, Raúl se atrasaba con las tareas de la escuela, y eso le podía hacer perder el año y repetir, justo ahora que terminaban la primaria. A su hermano no lo escuchaba, y además hasta le dijo que si contaba algo de eso en casa, se las iba a ver con él.

Al final Raúl no tuvo problema con la escuela y terminó bien, pero mucho fué porque Marcelo lo persiguió para que estudiara y no darle una tristeza a sus padres.

Y fueron creciendo, ya tenían los mellizos catorce, quince años, y había cosas que se iban complicando en la convivencia entre ellos. Raúl seguía con amistades que Marcelo reprobaba, las visitas y encuentros en la casa del famoso Rulo eran más frecuentes, donde también se arrimaban otros muchachitos de caritas dudosas. Además el Rulo tenía una hermana algo mayor que él, que le gustaba tener “muchos novios”, o sea que esa casa no era lo ideal para muchachos que pensaran como Marcelo.

Ya Raúl no estaba tanto en las conversaciones en casa, se quedaba más tiempo solo en su dormitorio con el cuento que estudiaba. También cuando salían a la tarde a ver a los amigos, Raúl era el que siempre llegaba más tarde, casi a la hora de cenar, siempre tenía un motivo que lo demoraba.

Marcelo, sin hablar abiertamente, a veces tiraba indirectas a su madre de algunas cosas de Raúl, pero ella siempre suavisaba la información, como que ya se le iban a pasar, a su padre nunca le dijo nada. Pero una tarde mientras Marcelo leía y Patricia planchaba, entró Raúl casi apurado y dirigiéndose a su habitación…

 

Raúl: Buenas…hola ma…ya vengo…

Patricia: ¿No hay un beso para mamá?

Raúl: Te dije que ya vengo ¿no?

Patricia: ¿Y a éste qué le pasa?… Marcelo, ¿no sentís nada?

Marcelo: (que ya se dió cuenta)…¿Qué tengo que sentir, ma?

Patricia: Me pareció oler algo raro…nunca olí algo así, ¿es tabaco?

Marcelo: Debe venir de la calle, tenés la ventana abierta.

Raúl: Aquí estoy, ¿vamos a merendar?

Patricio: Todavía me debés el beso de la llegada.

Raúl: ¡Ufa! ( besa a la madre)

Patricia: ¿Por qué te lavaste los dientes?, Raúl ¿vos fumaste?, ése era el olor.

Raúl: ¿Qué olor? Me lavé los dientes porque tenía mal aliento.

Patricia: No me mientas. ¿Vos sabés algo Marcelo, de esto?

Marcelo: No … ¿de qué? (mirando a su hermano)

Patricia: A mí no me mientan, si papá sabe de esto se arma un lío…que no sea verdad

Raúl: (mientras Marcelo seguía leyendo) Tampoco, mamá, es para hacer tanto lío

Patricia: ¿Cómo que no es para tanto?

Raúl: ¿Sabés cuántos fuman a esta edad?

Patricia: A mí no me importa lo que hagan los demás, sos muy chico para esas cosas.

Raúl: Está bien, no lo haré más…¿te gusta así?

 

Pasaron varios días con pequeños choques entre Patricia y sus hijos, porque ella ya se dedicaba a algo que nunca había hecho, vigilar más las cosas de ellos cuando no estaban, revisar muebles, ropas y lecturas.

Pero un sábado a la tarde, que Raúl no estaba por ir a ver un partido de futbol y Martín jugaba uno de damas con Marcelo…

 

Martín: Patri, ¿no te hacés unos mates?

Patricia: …Sí

Martín: ¡Epa!…qué “sí” raro… ¿hay bronca en el conventillo?

Patricia: No…no…bueno, sí… tenemos que hablar de algo Martín.

Marcelo: Bueno, yo me voy así hablan tranquilos…pa. Te salvó mamá porque te iba ganando, se ve que se pusieron de acuerdo…

Patricia: No Marcelo, quiero que te quedes, necesito que te quedes.

Martín: Ya me estoy empezando a asustar, ¿qué pasa?

Patricia: Pasa que Raúl está haciendo cosas que creo no tiene que hacer, y pasa que creo que Marcelo las sabe, no quiere pelear con él, y por eso no las dice, pero somos una familia que siempre se basó en reglas sanas que las heredamos de nuestros padres y que creímos siempre que las teníamos que seguir nosotros también.

Martín: No me asustes Patri, empezá a contar qué pasa…igual vos, Marcelo…

Patricia: La otra tarde tuve una discusión con él, porque vino con olor a tabaco, al final me reconoció que había fumado, cosa que le reproché, como me prometió no hacerlo más no te lo quise contar a vos…

Martín: En principio no sería para tanto…

Patricia: Sí, pero también hay llegadas tarde del colegio, no vienen juntos y Marcelo no me dice por qué (Marcelo en silencio total). Le encontré algunos de esos libritos con historias policiales que no sirven para nada…algún paquete de cigarrillos semi vacío…y hoy, bueno, en un bolsillo de una campera un cigarrillo muy raro, medio con el papel retorcido y un olor no sé…no sé a qué.

Martín: Y vos Marcelo, ¿qué sabés? Si sabés algo decime por favor.

Marcelo: (mudo, casi pálido, sin saber cómo decir lo que tendría que decir)…Pa, es mi hermano, yo lo aconsejo todo lo que puedo. Él es raro, piensa todo distinto a como pienso yo…(los padres se miran en silencio), además se junta con pibes que no se tendría que juntar…el otro día no fué al cole y me dijo que cuando saliera, lo pase a buscar por la casa del Rulo para volver juntos a casa.

Patricia: Ésa no la sabía, no me la contaste…

Marcelo: Es que no puedo mamá, me dijo que no dijera nada porque sino, me las iba a ver con él, tampoco me puedo pelear, es mi hermano…(casi llorando)

Martín: Eso que encontraste Patricia, ¿lo tenés vos?…eso es un cigarrillo de marihuana…y eso sí que es muy grave, muy grave. Yo voy a hablar con él, buscando la vuelta para no decir que hablé con ustedes, o por lo menos con Marcelo, si tenemos este problema a esta edad, estamos en problemas de verdad.

Marcelo: Por favor pa, te pido por favor.

Martín: Quedate tranquilo, vos seguí aconsejándolo; si ves algo raro, como si no hubieras hablado con nosotros, quedate tranquilo y gracias hijo.

 

Fué un lindo problema para Martín, pero le buscó la vuelta, él hizo de investigador para que Raúl no piense que fué su hermano o su mamá los que le contaron las cosas a él. Con algún permiso del banco por los horarios, buscó cruzarse con Raúl en las ocasiones u horarios que le habían contado su esposa y Marcelo, hasta que lo encontró en evidencia y allí le puso los puntos como había que poner. Después de mucha discusión, de reproches y de consejos, Raúl prometió buena conducta, arrepentimiento, y la promesa de no hacer renegar a su madre y evitar las malas compañías.

Pasó el tiempo, terminaron la secundaria, Marcelo con sus siempre muy buenas notas, Raúl a los tumbos, pero terminó. Lástima que aconsejado por los “buenos muchachos”, siguió con las malas costumbres pero muy disimuladas porque nunca nadie se dió cuenta, ni su hermano, que sabía que la amistad con el Rulo seguía en pié, y también imaginaba la junta con los amigos del Rulo y los novios de la hermana. Lo que no sabía, era que la marihuana era una amiga más, pero se ve que bien ocultada.

Ya por la edad, los horarios eran más libres y Raúl los aprovechaba muy bien, llegadas tardes que evitaban el control de los padres, mientras Marcelo muchas veces se mordía por lo que veía o se imaginaba.

Varias veces notó que le faltaba algún dinero de sus ahorros, y hasta en una ocasión no encontró un reloj pulsera viejo que ya no utilizaba más, pero que tenía entre sus recuerdos de muchachito. Quizás lo más duro fué cuando un día su mamá le preguntó si había visto el anillo de oro de su padre, el de la piedra roja, porque Martín no sabe donde lo dejó, o lo perdió por lavarse las manos en algún lado.

Todo era una tortura, no quería pensar mal, pero todo lo llevaba al mismo final, un final que no quería creer, que no tenía que ser.

Una tarde caminando por la plaza, lo pasaron en la misma dirección unos muchachitos, le llamó la atención que nombraran a Rulo, apuró el paso como para seguirlos de cerca sin que lo notaran y escuchar lo que decían.

Los chicos mientras caminaban:

 

– y se junta una banda allí…che, será por la hermana…

– no… hay cada cara… son todos mala entraña, como dice mi abuelo…mi viejo me dijo que ni me acerque…

 

Al final doblaron en la esquina, y ya seguirlos era complicado. Ya Marcelo no sabía qué pensar ni qué hacer.

Cómo podía ser que como eran y el ejemplo que veían en sus padres, Raúl podía hacer cosas así, no lo entendía. Le quedó lo que escuchó de uno de los chicos cuando dijo:

“son todos mala entraña, como decía mi abuelo.

 

Y siguió corriendo el tiempo y pasó lo que pasa en todas las familias, los viejos se hicieron más viejos, esos abuelos que tantas cosas les contaron y a los que tanto quisieron y respetaron, empezaron a sufrir sus nanas, y un día el corazón de don Juan no resistió más y llegó la mala noticia a la casa de Martín. Recién Patricia y los dos chicos habían terminado de almorzar y sonó el teléfono…

 

Patricia: Hola… sí, Patricia…¿quién?…¿cómo le va don Pedro?…no, no está, está en el banco…¿cómo?, ¿qué pasó?… nooooooo (llorando)…¿pero cómo?

Marcelo: ¿Qué pasa mamá? ¿qué pasó?

Raúl: seguro algún lindo lío.

Patricia: Falleció el abuelo Juan…sí, yo le aviso, don Pedro, gracias.

Marcelo: Cómo que falleció el abuelo, no puede ser.

Raúl: Y se murió, cómo que no puede ser, qué ¿sos sordo?

Marcelo: Te callás, por favor.

Patricia: Marcelo, avisale a papá, pero decile que se descompuso, que está muy mal, que vaya urgente para allá, y que ya vamos nosotros también.

Marcelo: Lo llamo, vos quedate aquí, yo voy del abuelo.

Raúl: Mientras uds. se organizan yo termino una cosa que tengo en la pieza.

Marcelo: Sí, no te vayas a poner nervioso. (llamando al padre al banco)

Pasaron los momentos de las corridas, de los abrazos, de los llantos por ese abuelo tan querido. Decenas de amigos, de vecinos, de familiares de ese viejo bueno que tanto supo sembrar, y ya en la quietud de la noche, con la presencia solo de los más íntimos, Martín parado junto a su padre, lo miraba como diciendo ¿Por qué?. Se le arrimó Marcelo…

 

Marcelo: Pa… ¿estás bien?

Martín: Creo que sí y mamá ¿cómo está?

Marcelo: Nunca la ví así, me dijo que se acordaba de cuando fué de su padre.

Martín: Sí pobre, ella también las pasó y siendo más joven…¿tu hermano?

Marcelo: Vino hace un rato, me dijo que estaba medio cansado y quizás se iba a dormir para venir temprano mañana.

Martín: (en silencio unos minutos) ¿Y vos?

Marcelo: Yo estoy aquí…es la última vez que lo voy a ver.

Martín: Siempre lo vas a ver, te va a pasar como a mí…siempre recordaba y voy a recordar las cosas que me decía…cuando tenía una duda él me la aclaraba…si precisaba un consejo lo adivinaba antes de que se lo pidiera. Una vez vino a vivir un pibe al barrio que tenía muchos problemas…era medio malo, quizás no por su culpa…se comportaba mal con todos…y tu abuelo siempre me decía, ayudalo, aconsejalo…pronto se fue del barrio por suerte…pasaron muchos años y un día volvió…era peor que antes, ya era un delincuente…tuvo un problema muy grande…al final lo mataron como resultado de sus malos pasos…era de mala entraña…

Marcelo: ¿Qué dijiste al final?, ¿mala entraña? Nunca había escuchado eso

Martín: Era un término que utilizaban los viejos cuando la gente heredaba la maldad de sus padres, por eso lo de “mala entraña”, un mal que nace en las entrañas de la madre o del padre.

Marcelo: No lo conocía…nunca lo escuché …(los pibes de la plaza lo dijeron)

Martín: No te olvides nunca de este abuelo.

Marcelo: No lo podré olvidar porque vos sos igual… (le puso su brazo en los hombros a su papá, y así se quedaron en silencio un largo rato)

 

Y así estuvieron contemplando ese rostro que siempre había transmitido serenidad y bondad, el rostro de un hombre que daba ayuda y consejos a los amigos, a los vecinos y muy especialmente a su hijo. Se arrimó a ellos Patricia, besó a Martín, y tomando el brazo de Marcelo…

 

Patricia: Pobre abuelo Juan…

Martín: En estos días le iba a dar al abuelo una noticia que lo iba a llenar de alegría, se los iba a adelantar a uds. esta noche.

Marcelo: ¿Qué era, pa?

Martín: Hoy me avisaron que el lunes tengo una reunión con el presidente del banco, se retira Rinaldi el gerente, y me ofrecerían el puesto a mí.

Marcelo: Qué bien papá, te lo merecías.

Patricia: ¡Qué suerte Martin!

Martín: Él se merecía la noticia, por él y su amistad con Rinaldi pude entrar al banco, porque hizo mucho para que llegara este momento.

Marcelo: Papá…sabemos que no te puede escuchar…pero decíselo igual…Será una satisfacción para vos.

 

Se estaba acabando la noche, cuando llegó un muchacho a la sala…

 

Muchacho: Buenas noches, ¿no está Raúl?

Martín: ¿Quién lo busca?

Muchacho: Soy un amigo.

Martín: No, no está, está en casa.

Muchacho: No, vine acá porque en la casa no está.

Martín: ¿No está? …Qué raro (mirando a Marcelo)

Marcelo: Sí papá, qué raro. (para mí no es raro)

Martín: ¿Para qué lo necesitabas?

Muchacho: No, era algo personal, voy a ver si lo encuentro.

Martín: Si lo encontrás decile que el padre también lo está buscando.

 

La vida continúa, es una noria que no para nunca, Martín con mucho más problemas porque ahora está al frente del banco con la aplicación y el esfuerzo que eso significa, Patricia con las cosas de todos los días, los hijos con sus proyectos, y quizás la más sola sea la abuela Lucía, acumulando recuerdos y sufriendo una soledad difícil de explicar.

Y una tarde de sábado cualquiera, Martín y Patricia salieron a hacer unas compras y Marcelo y Raúl quedaron solos. Marcelo leía unos apuntes de un proyecto de estudios que tenía y Raúl que venía de otra habitación…

 

Raúl: Che Marcelo, ¿tomamos unos mates?

Marcelo: Qué raro vos con esta invitación, plata no tengo eh …

Raúl: Tenía ganas de tomar unos mates y charlar con vos…al final nunca hablamos.

Marcelo: Me parece muy bien, tenemos salidas y amigos distintos, pero somos hermanos y tendríamos que tener cosas en común.

Raúl: Sí, es cierto. ¿Tomás amargo o con azúcar?

Marcelo: No, amargo, como nos hacía tomar el abuelo, ¿te acordás?

Raúl: Sí, decía que el mate se debía tomar amargo…¿qué estás leyendo?

Marcelo: Unos proyectos, que sé yo, uno quiere proyectar algo para saber qué se puede hacer o a qué se puede llegar. No es fácil…che qué yerba fuerte.

Raúl: Sí, los primeros salen fuertes…yo creo que vos y yo vamos a llegar a lo que queremo. Sos muy estudioso y mirá el viejo con estudio y esfuerzo adónde llegó.

Marcelo: ¿Y vos? el estudio mucho no te gustó, ¿qué ilusión tenés?

Raúl: Yo sueño con ser importante, ser ídolo, ser jefe, no sé de qué, pero que los que me rodean digan que soy importante. Como es hoy el viejo, pero no a los cuarenta y cinco años como él…yo no puedo esperar tanto…

Marcelo: ¿Qué apuro tenés? Yo creo que con esfuerzo todo llega.

Raúl: Dos palabras que odio, tiempo y esfuerzo, jajaja…mis amigos dicen que en poco tiempo se puede ser poderoso y tener mucha guita, pero para eso hay que ser mala entraña…

Marcelo: ¿Mala entraña?, ¿qué es eso? Nunca lo escuché (sí que lo escuché)

Raúl: La verdad que no lo sé… pero bueno, esa es mi idea…no sé si lo lograré, pero trataré de intentarlo, ¿que opinás?

Marcelo: Lo único que te puedo decir, si te gusta, hacé tu vida, yo no la veo.

Raúl: Se acabó el agua caliente…creo que los dos vamos a triunfar. Salgo un rato, decile a la vieja que vengo a cenar, luego me voy a dar una vuelta…chau

Marcelo: Chau, chau, y que encuentres tu futuro triunfal.

 

Después del portazo de su hermano saliendo a buscar su “futuro triunfal”, Marcelo se quedó pensando en algo que parece que quiere unir cosas…(y pensaba, pensaba…en lo dicho por su padre, por los pibes de la plaza, por Raúl.

 

– …Mala entraña…mala entraña…mala entraña…papá me dijo que era como algo que se heredaba de las entrañas de la madre o del padre…yo siempre supe que uno hereda el color de los ojos o la voz, la forma de caminar, la cara, el pelo, pero la mala entraña, no sé…sería como la maldad…si, es probable que la maldad de una persona se herede. Pero nosotros con los padres que tenemos, qué maldad podemos heredar…las macanas que hace Raúl, son por las malas compañias que buscó…no sé cómo sacarlo de la barra de la casa del Rulo.

 

EPÍLOGO

 

Lo que buscaba Raúl para su vida, no era fácil encontrarlo por los caminos normales, pero su idea era llegar, y quizás sin darse cuenta se metió en el camino del como sea y pronto.

Comenzó a estrenar alguna ropa nueva, traer una cadenita o zapatillas caras. Frente a la pregunta lógica de su madre, la respuesta era que las compró con algunos ahorros que tenía, o que una novia no oficial se las obsequiaba…

 

Patricia: Epa, epa, y eso ¿de dónde salió?

Raúl: Una piba que me anda atrás me hizo el regalo.

Marcelo: Hay gente que tiene suerte

Patricia: Una piba que te anda atrás, ¿por qué no la traés un día?

Raúl: No, está en otra cosa, vieja

Patricia: ¿Qué quiere decir “está en otra cosa”?

Marcelo: Mamá, no preguntes más, agrandamos el placard y listo.

Raúl: Qué saben ustedes…y vos hermanito seguí haciendo proyectos…chau

Patricia: ¿Venís a cenar?… ni me contestó, ¿qué dijo de proyectos?

Marcelo: No le hagas caso viejita, ya se le va a pasar, espero.

 

A los pocos días entra Raúl a la casa casi gritando y muy alegre…

 

Raúl: Vieja, vieja,…vení que te llevo a dar una vuelta en el auto que me prestó un amigo, largá la plancha y vení que te quiero lucir por el barrio.

Patricia: Vos sos loco ¿de dónde sacaste ese auto?

Raúl: No preguntes y vení.

Patricia: No, no, no, andá a devolver ese auto y a mí no me vengas con cosas raras.

Raúl: Está bien, vos te lo perdés, chau (al salir para la calle, llega Marcelo) Y vos proyectista, ¿no querés venir a dar una vuelta?

Marcelo: Qué, ¿en ese auto andás vos? ¿de dónde lo sacaste?

Raúl: No te asustes, me lo prestaron, un amigo de Rulo, chau

Patricia: ¿Qué pasa con tu hermano y sus amigos?

Marcelo: No sé…o creo que sé, cuando venga papá voy a hablar con él.

Patricia: Últimamente ropa nueva, cadenitas, zapatillas, ahora auto prestado, ¿qué está pasando?

Marcelo: Tranquilizate. Con papá lo vamos a arreglar.

 

Cuando llegó Martín por la noche y aprovechando que no estaba Raúl, Marcelo y Patricia le contaron lo que estaba sucediendo últimamente y lo del auto en el día de hoy. Se quedaron sin hablar cuando Martín les dijo que un amigo en el banco y también Cachito en el bar, le comentaron lo mismo, que estaba preocupado y asustado, y que iba a hablar muy seriamente con Raúl en cuanto viniera.

Y así sucedió, Martín se encerró en la pieza con Raúl y tuvieron una larga discusión que terminó con caras largas de todos, Raúl en su pieza, no salió a cenar, casi nadie habló hasta que se fueron a dormir. Al otro día cada uno a lo suyo y Raúl al irse le dijo a la madre:

 

– No sé a qué hora vuelvo.

 

Lo miró al hermano y al pasar cerca de él saliendo para la calle:

 

– Los dos vamos a triunfar, pero te voy a ganar…

 

Cerró la puerta, caminó unos metros, se dió vuelta mirando la casa y se fué. Marcelo se lo quedó mirando por la ventana. Martín salía de la habitación cambiado para ir al banco y mirando a Patricia y a Marcelo…

 

Martín: ¿Y Raúl?

Patricia: Se fué recién.

Marcelo: Sí, papá, se fué…creo…que se fué.

Martín: Él sabrá lo que tiene que hacer. Los hombres tenemos que ser responsables de nuestros actos y tu hermano tiene que elegir su destino.

Marcelo: Sí, papá, pero nosotros no lo podemos abandonar.

Martín: Te puedo garantizar que mamá y yo no lo abandonamos. Hasta luego.

Marcelo: Chau… ¿ma, qué quiso decir papá con “mamá y yo no lo abandonamos”?

Patricia: No sé…creo que…no sé, no sé.

 

Se quedaron los dos en silencio, Patricia siguió con sus cosas y Marcelo mirando a cualquier lado con mil interrogantes en la cabeza.

A Raúl no se lo vió en todo el día. Por la noche no vino a dormir y al otro día en la casa era todo preocupación, cuando llamaron a la puerta, Patricia mira por la ventana y ve al subcomisario, muy amigo de Martín desde chicos, en la puerta de calle y le abre…

 

Patricia: Hola Fernando, ¿qué anda haciendo por aquí?

Subcom: Qué tal Patricia, ¿cómo estás?¿está Martín?

Patricia: No, está en el banco, ¿qué necesita?

Subcom: Quería hablar con él (sabía que estaba en el banco) Pensé que estaba aquí, no quise ir con esta ropa al banco porque no quedaba bien, necesito que pase por la comisaría.

Patricia: pero ¿por qué?, ¿qué pasó? Por favor Fernando…….

Subcom: Mirá Patricia… no sé… no era mi intención…que vos…

 

Llega corriendo Marcelo que vió el patrullero en la puerta de su casa.

 

Marcelo: ¿Qué pasa mamá? ¿qué pasa don Fernando?

Patricia: Recién me empieza a contar Fernando, me está asustando….

Subcom: Mejor que ahora están los dos. Pasa que hubo un tiroteo en el barrio de Las Quintas. Un patrullero sorprendió a unos muchachos en un asalto…hubo algún herido de la policía, también…y dos muertos de los ladrones…que llegaron mal heridos al hospital y fallecieron…uno era el Rulo…y…

Marcelo: Espere, don Fernando…no diga nada…¿mamá?

Patricia: (llegó hasta el sillón desplomándose en él)…no puede ser…no puede ser…

otra vez la misma historia…otra vez.

Marcelo: ¿qué historia mamá?

Patricia: (llorando y mirando a su hijo) Nada hijo…nada…nada…pobre papá.

Subcom: Escuchá Marcelito, por favor buscá a tu papá y lléguense hasta la comisaría.

 

Se retiró el policía y Marcelo antes de salir para buscar a su padre, trató de calmar a Patricia, que se quedara tranquila hasta que ellos volvieran. La madre lo miraba llorando y sin decir palabra, sólo atinó a balbucear al besarlo cuando se iba…te quiero mucho…

Y con el beso de la madre se dirigió al banco, sin saber cómo le iba a hablar al padre, del dolor que les estaba causando su hermano.

Llegó al banco, entró casi temblando y se dirigió a la gerencia, se paró en la puerta y cruzó la mirada con su padre. Martín lo miró unos segundos, como adivinando al ver la cara de su hijo, se recostó en el sillón y dijo… pasá, sentate y contame qué pasó.

Llorando, Marcelo contó lo que sabía y enseguida salieron para la comisaría.

Ya en ella, Martín entró al despacho de su amigo Fernando, mientras Marcelo se escondía en el pasillo detrás de una columna a llorar en silencio.

Allí estaba pensando, echándose culpas, porque no pudo hacer más por Raúl, en qué lo podría haber ayudado, y así estaba cuando le pareció escuchar una voz conocida. Y sí, era la voz de su tío Piraña que hablaba con un amigo y amigo de Martín…

 

Piraña: ¿Qué hacés por acá, Germán?

Germán: Vine a avisarle al comisario que le terminé el auto, le tuve que hacer carburación y un par de cosas más, ¿y vos?

Piraña: Cómo, ¿no te enteraste del tiroteo de Las Quintas?

Germán: No, no supe nada, ¿y qué pasó?

Piraña: Me avisó Cachito, que un cliente del bar se lo dijo, lo peor no es eso, en el lío cayó Raúl.

Germán: ¿Qué? ¿está detenido aquí?

Piraña: No, qué detenido, parece que murió en el tiroteo, recién al doblar en la esquina, lo vi entrar corriendo a Martín con Marcelo, así que debe ser cierto, ahora voy a ver.

Germán: Pobre Martín, con lo que hizo por ese chico…pero viste lo que es la mala entraña…siempre aparece…vos podés ser criado en la mejor casa, pero si sos de mala entraña…al final lo mostrás.

 

Detrás de la columna, Marcelo se mordía por no mostrarse, por no gritar su llanto y por saber de qué hablaban o qué querían decir esos amigos del padre.

 

Piraña: Bueno, pero en este momento es importante el silencio…¿no te parece?

Germán: Sí, estoy con vos. No quiero ni pensar cómo estará Patricia. Bueno, yo me voy, después date una vuelta por el taller y charlamos, a ver cómo sigue este problemón, pobre Martín…chau

Piraña: Chau, después te veo (y se fué hacia las oficinas para ver de estar con su cuñado)

Marcelo: ¿Qué hago?…¿qué hago?…(y pensaba…”porque pobre papá con lo que hizo por ese chico…porque la mala entraña siempre aparece…porque en este momento el silencio es importante…”que es lo que no entiendo, se decía).

 

Caminó hasta un banco del pasillo, se sentó, se apoyó en la pared y cerró los ojos, aunque las lágrimas seguían cayendo por su cara. Así se quedó hasta que la voz de su padre lo volvió a la realidad, se levantó, se agarró del brazo del padre y salieron para ir a su casa y estar con Patricia. Se despidieron de Piraña que se iba para avisarle a su esposa de la triste novedad, Marcelo no decía nada, se mordía por preguntar por todo lo que había escuchado de su tío en la conversación con Germán, pero estaba decidido que al llegar tenía que aclarar todo porque ya no aguantaba más.

Al llegar a su casa Martín se abrazó a Patricia, y así abrazados lloraron largo rato casi sin hablar, sólo se sentía muy suave la voz dolorida y entrecortada de Patricia que repetía: cómo puede ser…cómo puede ser… no nos merecíamos esto

… mientras Marcelo sentado a un costado los miraba sin decir palabra, su cara transmitía dolor pero también la intriga que atormentaba su cabeza.

Se fueron calmando esos padres angustiados y así estuvieron los tres en un largo silencio, Patricia con su cara empapada en lágrimas, Martín con los codos en las rodillas tomándose la cabeza, y Marcelo recostado hacia atrás en el sillón. Los tres buscaban qué decir, nadie encontraba las palabras, Marcelo era el que más quería decir pero no le salían las palabras que tanto había pensado, no le salían o no se atrevía a decir, pero al rato…

 

Martín: ¡Qué desgracia!… ¿cómo pudo llegar a esto?, ¿cómo las malas compañías puedan ganarle a los ejemplos de la casa?… si tenés padres buenos…si tenés un hermano ejemplar…¿cómo no te sirve eso de ejemplo?, ¿cómo dos o tres sinvergüenzas te pueden torcer la vida?

Patricia: No se puede entender…(y mirando a Marcelo) Marcelito, ¿estás bien?

Marcelo: Sí…o no…no sé, estoy confundido…dolorido y confundido

Patricia: Te entiendo mi amor, te entiendo…que a un hermano le pase esto.

Marcelo: Sí…sí… pero, ¿por qué? Si todos somos buenos, ¿por qué, él no?

Martín: ¿Qué querés decir Marcelo con eso de que él no?

Marcelo: Papá…mamá…tengo veintidos años, soy mayor y creo que por mi forma de ser puedo entender cualquier cosa… ¿qué pasa papá? ¿qué es lo que no sé y creo que debería saber?

Martín: No sé hijo qué es lo que me querés decir.

Marcelo: Hace un tiempo me explicaste qué quería decir mala entraña

Patricia: ¿Qué es eso, qué decís Marcelito?

Marcelo: Papá sabe…también hace un rato mamá cuando vino Fernando dijo…

otra vez la misma historia…en la comisaría el tío Piraña hablando con don Germán nombró la mala entraña…además dijo, con lo que Martín hizo por ese chico…también dijo que en este momento el silencio es importante, ¿qué silencio?…no entiendo, estoy aturdido…¿qué pasa papá, qué pasa?

 

Tanto Martín como Patricia se quedaron en silencio, se miraron entre ellos, miraron al piso, se volvieron a mirar, no sabían qué contestar.

 

Marcelo: Papá…mamá…soy Marcelo, su hijo…¿qué pasa con mi hermano?

¿qué es lo que pasa con Raúl?… ¿que es esta historia que no conozco?…por favor…

Martín: Hijo, te queremos mucho y merecés la explicación. Es una historia larga, que realmente debés saber y esperamos que entiendas que es una historia de amor y de amistad. Quizás te tengamos que pedir disculpas por no haberla contado antes…pero nosotros, tus abuelos, nuestros amigos del barrio y de toda la vida creímos que así era mejor…quizás nos equivocamos y te digo de amor, porque lo que hizo tu madre en aquel momento…no lo hace nadie.

Marcelo: Lo que ustedes me digan sé que será la verdad…desde chico lo sé.

Martín: ¿Te acordás que una vez te conté, que de pibe tenía un amigo aquí en el barrio que no se comportaba bien y que el abuelo Juan siempre me decía que lo ayudara, que lo aconsejara, porque quizás era así por algún problema que tenía, que realmente lo tenía porque nunca conoció al padre, estaba como resentido, era de mala entraña como decían los viejos? A mí me apreciaba porque yo siempre lo ayudaba.

Marcelo: ¿De allí lo de mala entraña que siempre escuché?

Martín: Sí hijo…y ese chico de mi edad, se hizo hombre como yo, pero no eligió el buen camino. Hasta tuvo una compañera que maltrató.

Patricia: Pobre María…no sé cómo aguantaba…y enferma.

Marcelo: ¿La conocías mamá?

Patricia: De vista, pero sí la conocía.

Martín: Él andaba con malas compañías…casi era un delincuente…ella no podía tener hijos, él la forzó…cuando iba a nacer podían morir los dos…me vino a pedir ayuda, los ayudé, los llevé al mejor médico. Él salió a buscar dinero a su forma…a su manera de ser…con las compañías que conocía. Y lo mataron. A los pocos días que naciste vos, nació el hijo y murió la madre. El hijo quedó solo sin familiares de ningún lado y allí…(con voz entrecortada y llorando) apareció todo el amor de tu mamá.

Marcelo: ¿Mamá, qué?

Patricia: (llorando y mirando a su hijo) Ese fué tu hermano Raúl.

 

Los tres quedaron como mudos, Marcelo con las ojos cerrados y llorosos ahora entendía todo, en unos segundos recorrió todos sus recuerdos, sus peleas, sus discusiones de cuando eran chicos y de muchachos, sus diferencias, las amistades distintas, su forma de ser, la forma de ser de su hermano, ahora entendía lo de “mala entraña”, ahora entendía muchas cosas. Miró a sus padres como con agradecimiento y admiración.

Se levantó de su asiento, y llorando se abrazó a ellos que lo abrazaron también y después de un largo minuto y muchos besos…

 

Marcelo: Mamá…papá…los quiero mucho…y…¡pobre Raúl!

Fuente: ARGENPRESS.Info

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