Por Tarcisio Agramonte Ordóñez
Variaciones en torno a navegar
Entonces uno no se resigna
a los buenos modales heredados de la casa
ni a subir, bajando, las gastadas escaleras
que conducen al triunfo de los otros.
Entonces uno va por la vida como un trueno
soltando a chorros, en polvos de caminos,
el sudor. Dorado y vital frente a la muerte.
Entonces uno va solo con su hornillo a cuestas,
refundiendo en sus ojos el fracaso de las gentes.
Sintiendo que el mundo afluye al cuenco de unas manos,
abiertas como rosa, en digitales rumbos de los vientos.
Entonces uno no sabe de meter el errabundo cuerpo
en etiquetas. Ni de odios amargos ni de consejas.
Ni uno vende, entonces, en cómodas cuotas, su alegría.
Entonces uno no entiende cómo alguien
trocado ayer en fósil prematuro,
con un cuchillo largo -como larga y estrábica es la noche-
va segando la sonrisa de los niños.
Si los niños son corazones abiertos en velamen
abierto en sumatoria de todos los caminos.
Entonces uno vaga puro y vaga repudiado y loco.
Puro, porque sabe que un algo de grandeza nos asiste.
Conociendo el mensaje de esperanza cifrado en la sonrisa.
Y sabiendo que los niños ya son más que trinos desalados.
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Marinera
Sólo somos recuerdos de naufragios.
Somos vida que va, que nunca llega.
Y no hay rumbos ni puertos, sólo navegar
hacia un algo que renace más allá de crepúsculos lejanos.
La tarde tropieza y cae
en un tremedal de soles taciturnos.
La luz se despide con parsimonia de alcatraces viejos,
y sobre las rocas, aves de melancólica estampa,
como estatuas, inmóviles, del tiempo.
Tripulantes de una barca que ha perdido el rumbo,
los marineros cantan oscuras melodías
de corazones repletos de nostalgias.
Latido del mundo
en el que el mar se abisma,
las olas baten el tajo profundo de las rocas.
Cordilleras sumergidas, arrugas milenarias,
que el mar pule y agita con su caricia de olas.
La tormenta ocupa el lugar del horizonte.
Y sobre el barco, entre dos pliegues del mar,
el techo del mundo se desploma.
Desquiciado y desasido,
ulula el pájaro del mar: roto el timón, los mástiles
El azul se derrama en cataratas de olvido,
y el viento pasa, raudo como un toro de lidia.
Ah, la angustia sublime del mar.
La noche, de dilatados ojos estrellados,
el aceite derramado en torno de los buques,
y un silencio de muerte que parece encallar
en los oscuros rincones del abismo.
Duele entonces el mar,
y su inútil esfuerzo de bestia encadenada.
Los marineros navegan hacia el único mar, que es el olvido.
Y de nuevo el horizonte es una línea en calma.
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Haikús
Amorosa dama,
La lluvia, derrama sobre el mar
Su cántaro de agua.
En la Alta Guajira,
Unión del desierto con el mar.
Bandadas de flamencos.
Pescador, bendita
Por el mar, viene tu huella
En el agua.
Pastor del viento,
Desata el Mar Caribe su furia
De huracanes.
Navegante,
Detrás de ti desaparecen los caminos
Y la herida del mar se cierra.
Y este navegar
Que es revivir las cicatrices,
Inéditas, del mar.
Tarcisio Agramonte. Sociólogo, Periodista, Orientalista y Analista Político Internacional colombiano. Calamar, Departamento de Bolívar, Colombia, 1956.
Tarcisio Agramonte Ordóñez escribe desde Bogotá, Colombia
Fuente: ARGENPRESS CULTURAL