Ya salió el peine

Marcha en contra de la reforma electoral del presidente López Obrador, que se llevaron a cabo en todo México. Foto: Animal Político.

Por Teresa Gurza

Al presidente López Obrador cada día se le agudiza más la hybris, concepto griego que significa desmesura y se relaciona con el ego desmedido de los gobernantes narcisistas y poderosos.

Y lo curioso es que su soberbia, va en sentido opuesto a su éxito; mientras más de una, menos de otro.

Sus últimos fracasos han sido evidentes y como todo déspota actúa ante lo que no le gusta, como peligroso animal herido.

Ahora está furioso por el éxito de la marcha en defensa de la democracia y de ese INE que pretende destruir y que se desarrolló alegre y en paz, sin acarreados, encapuchados negros, rayoneos de paredes, rotura de vidrios, ni vandalización de edificios y comercios.

Además de ser el rey del cash ajeno, que disfrutó durante años con su familia y amigos, AMLO era el emperador de las marchas; que usaba como chantaje y que abandonó al llegar a la presidencia.

Y al darse cuenta que la calle ya es de otros, se encolerizó; y no encontró otra salida que organizar “su” marcha con “sus” fieles, revelando una vez más, que no es presidente de todos los mexicanos.

Seguramente irán, varios miles; algunos, los que gritan que es un orgullo estar con él, por gusto; otros, por miedo a perder su trabajo en el gobierno o a que les retiren las dádivas que reciben.

Lo malo es que sin compadecerse de la pobreza que cada día aflige a más mexicanos, gastará en ella recursos públicos que pertenecen a la Nación o sea a todos; incluyendo a los que ni locos marcharíamos en esas movilizaciones de autoalabanza.

Y hablando de dinero, resulta de siquiatra que alguien que dice que la riqueza no le interesa pase los días hablando de pesos y centavos y haciendo cuentas de lo que ganan otros y hasta de lo que él mismo obtendrá por sus libros y su pensión de presidente.

También para consulta médica, es el hecho de que sus mentiras crezcan a la par que sus fracasos.

Canceló la Decimoséptima Cumbre de la Alianza del Pacífico, que iba a realizarse del 24 al 26 de noviembre en la Ciudad de México, fingiendo que era en solidaridad con el presidente peruano Pedro Castillo, impedido por el congreso a salir del país por denuncia constitucional de traición a la patria y liderear una organización criminal ligada al narcotráfico.

Pero lo cierto es que la suspendió al enterarse que no vendría el mandatario argentino Alberto Fernández; con lo que,  sería evidente que no se le ve como el líder latinoamericano que él se siente.

Según medios argentinos, Fernández «está muy molesto con AMLO» por no apoyar la candidatura de Cecilia Todesca a la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo, BID.

Y la versión del diario El Clarín muestra que es falso que el presidente Fernández no asista por «una gastritis erosiva que lo dejó mermado físicamente durante la gira a Francia e Indonesia».

Porque lo real, es el malestar argentino, tanto porque la negociación del BID no tuvo el final deseado, como porque se habían registrado otros desencuentros diplomáticos entre México y Argentina, como el de 2020, también por el BID, más tarde por el Banco Panamericano y después por la ausencia del canciller Marcelo Ebrard, en reuniones clave celebradas en Buenos Aires.

Pero nada importó a López Obrador, que al fracaso de la candidatura mexicana para presidir la Organización Panamericana de la Salud, añade ahora el ninguneo regional a la candidatura para el BID de Gerardo Esquivel, presentada a última hora con la seguridad de que no ganaría, pero con la que logró impedir que llegara Argentina y quitarse de encima a un funcionario como Esquivel que no estaba muy de acuerdo con su gobierno.

Otro asunto que lo tiene de mal genio, son las dos demandas presentadas por Germán Larrea, cabeza del Grupo México, que ganó el contrato para la obra del 50 a 60 kilómetros del Tramo 5 Sur del Tren Maya, y le fue quitado para dárselo a la Sedena.

Como excusa, el presidente acusó a Larrea de incumplimiento y de paso lo insultó por una concesión de agua que según él obtuvo en otro sexenio y “me causó un tremendo coraje”.

Ambas situaciones fueron negadas por Larrea, quien precisó que los cambios de ruta en el trazado del Tren Maya hicieron imposible poder terminar la obra en once meses, como urgía el presidente.

Y a eso obedeció la decisión de demandar al gobierno y de impugnar el finiquito que hizo Fonatur.

 

 

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