La oruga y el túnel sin salida

Por Carlos Alberto Parodíz Márquez
El jardín es emblemático. La luz solar intensa. Hay zonas, sin embargo, de sombras profundas y complejas.
La gama de verdes resulta extraordinaria, el lima más pálido, esmeralda agrio, semitonos, atrevidas variantes neutras.
Las texturas de las hojas son múltiples, variadas y se comunican, a través de la vista, con el tacto imaginario excitando la punta de los dedos. Hojas que alcanzan su pulpa más tierna. Hojas en su plenitud espléndida y su decrepitud crujiente, todo ello en la misma estación, porque aquí no hay otoño.
El aperitivo helado, servido en lánguida copa de cristal, era oro líquido y armonizaba con las rabas reclinadas sobre la salsa tártara. Iba a beber, cuando estalló el teléfono y me desperté. Era Yon.
Me prometí retomar el sueño del jardín, más tarde.

Partí, todo lo rápido que puede el 550, una línea de colectivos pionera en esto de economizar hasta los servicios. Pasan pocos, tarde y a veces llegan. Paradójico, la empresa se llama Zamora, tal vez para ahorrar.
Me lo encontré al vasco Eibar (Yon), enfrascado en entender lo que decía “Ani”, portador del apócope dictatorial y materno, sin derecho a réplica. Este pasajero de incorrecciones que se arrodilla ante un punto y coma, tiembla al bordear la diéresis y reverencia los paréntesis, susurraba abroquelado tras los anteojitos “Lennon”.
-¡No puede ser!-, enfatizaba, apelando a su pasado actoral.
-Estos del STO no paran ni para comer-, alertó mi recurrencia no obsesiva, porque siempre son noticia.
-Ahora tienen su propio servicio de inteligencia-, agregó apocalíptico y cavernario.
Yon, impasible, completaba su indiferencia atenta y socarrona, arrojando una bocanada de humo sobre los cristales de sus anteojos, periódicamente empañados.
-¿Qué hicieron de nuevo ahora?-, interrogó, suave y cristalino, en tanto yo quedaba tildado por un escote con sabor a Octubre.
-Te lo voy a contar en clave, dijo, mirando receloso a su alrededor.
-Un tipo que se llama Javier (me importa un “Soto”), que tiene “parada” en la YPF de Rivera y la avenida, está “comisionado” para “datear” a los muchachos del STO (Somos todos otarios), que el tránsito está desordenado en la playa de enfrente-, dramatizó.
-En realidad es una dársena (no aclares porque oscurece) y allí estacionan, en su mayoría, los médicos de la empresa de emergencias médicas, que están en el primer piso. Muchos de ellos cumplen el servicio con esos autos.
-Los blindados “blancos” con grúa, llegan sigilosos y al instante para cargar con los autos y llevarlos al corralón-, dijo y pensé que ese es el mejor negocio de los serviciales servidores públicos.
-Los médicos, cuando vuelven, se quedan sin autos y como Tarzán enojado, a los gritos y en pelotas-, la frase fue masticada por el micro de la San Vicente, disfrazado de “Cañuelas”, bocinando y en zigzag, porque el flaco médico (lo delató el saquito) de guardia, que curó toreando un sueldo, falló con la “verónica” y el toro mecánico, color azul celeste y amarillo, se lo llevó puesto.
La mirada helada de Yon, una palmada en la espalda de “Ani”, agradeciéndole el dato y su brazo protector sobre mis hombros desolados, fueron el leve preludio antes de hablar.
-Otra vez ganó la urgencia y perdió la importancia, si lo escribís-, me dijo,- podemos hacer interesante lo importante-. Asentí y esperé. Hoy volvemos a Adrogué.
Caminamos hasta la estación. Tomamos el tren. Nos sentamos. Dormité.

La violenta sacudida del frenado, como el agitar del paraguas que nos escoltaba por la lluvia, fue igual al sonido de aplacar ángeles coléricos.
-Vamos a ver los túneles de Castelforte, me dieron un dato muy importante que te va a servir-, me dijo solícito, algo que abrió la puerta al recelo.
Llegamos y nos detuvimos, porque la Plaza Brown merece siempre una mirada, sobre todo si le sumamos años a cada árbol.
Menos mal que los cuidan.
Yon, que me adivina, agregó.
-Igualito que en Lomas, ¿no es cierto?-, seguimos caminando para desembocar en el lugar.
-¿Qué buscamos?-, interrogué.
– Una secta-, confirmó, comunicativo como nunca.
Preguntó.
Nos informaron.
Encontramos el pasaje con olor a Rosas y nos mandamos.
La penumbra es la máquina del tiempo. No había nadie.
-Sabés que pasa…- dijo- el informe que me dieron reza que en la elección del 14 (de octubre), desaparecieron los radicales.
– Nunca perdieron en Adrogué, hasta ese día. Son tan pocos los que quedaron –dicen- que se convirtieron en secta de boinas-.
-Siempre tuvieron el 25% de los votos y ahora llegaron al 6% si hasta recordaron, algunos fieles a Alem que un ex presidente de bloque, hoy “labura” en el municipio “peruca”-, monologó cómodo el vasco.
Nos encontramos nosotros.
La sombra de los héroes.
La memoria de Irigoyen.
La certidumbre de Sabattini que supo conservar Devoy (y así le fue), mientras en la calle, lagrimosa por el empedrado húmedo, se nos cruzó la luz con forma de mujer.
-Yo te leo –me dijo-, no te entiendo pero te leo. No sé porqué, pero leerte me hizo anticipar balances –agregó- estoy anotando con tiempo, tomá te lo regalo y si querés… escribilo-.
– Estreno años y es tiempo de pensar, Ah, no sé si importa, pero me llamo Ana- y lo completó -con sonido a lágrima, inglesa por la apariencia-.
Me entregó una remera blanca, de esas que llegan hasta las rodillas de ciertas mujeres, claro, donde prolijamente y ordenado estaba escrito un testimonio que decía:
“Yo sobreviví al cólera, al dengue y al carbunclo llamado ántrax.
A la mala leche, incluida la que tiran los productores. Al narcogate. Al tráfico de armas. A los “menem truchos”. A los bonos truchos. Al primer mundo. A la globalización. A las privatizaciones. A los programas de televisión. A las caídas de la Bolsa. A la importación salvaje. A los pasaportes y documentos igualmente truchos. A las sectas. A las cirugías de nalgas. A las cámaras ocultas. Al regreso de Diego. A las persecuciones de la DGI y la AFIP. A los paros generales y también los coroneles. A los aviones de Aerolíneas perdidos, junto con la empresa. Al cepo del STO. A los barcos con plutonio. A los robos, asesinatos y la guerra de pobres contra pobres. A las callecitas de Buenos Aires, al segundo milenio. A la aventura de las guerras virtuales, santas o no. A Menem y De la Rúa. Al 2001”.

El epitafio fue de Yon.
-El mensaje que me hubiera gustado enviar, a intervalos y a algún dios (la minúscula es rigurosa) desocupado, para poderme librar de la confusión, del caos, de la admiración obsesiva que con palabras e imágenes me obstruyen el camino, es que deseo tenga la bondad, ese dios, de hacer que los hombres y mujeres se limpien de malezas espirituales, para dar más luz, más aire, más belleza, a todas las zonas del alma aún en penumbras-.
Bajé la cabeza jugando a la indiferencia.
El cartel de Eisembeck, prometía frescuras en la esquina.
PD – Sucesos ocurridos en octubre del 2001
Carlos Alberto Parodíz Márquez escribe desde Alejandro Korn, Buenos Aires, Argentina. Fuente:  ARGENPRESS CULTURAL
 

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