Por Carlos Angulo-Rivas
Los latinoamericanos debemos prestar mayor atención a un país como Brasil, al que no damos la importancia suficiente tratándose del gigante de nuestro continente. Con ciento noventa y cuatro millones de habitantes y siendo la sexta economía más grande en el mundo, Brasil constituye el eje de la integración política, social y económica, a la que aspiramos los integrantes de organizaciones como UNASUR, MERCOSUR, ALBA y CELAC.
Los países de América Latina y el Caribe avanzan hacía un puerto diferente al propuesto por el modelo de la profunda crisis económica actual; con esto nos referimos al neoliberalismo, la globalización, el dominio del libre mercado y la hegemonía imperialista de los Estados Unidos, intentando ahora a malabares improvisados para salvar el sistema.
El presidente Lula da Silva del Partido de los Trabajadores mantuvo a lo largo de sus ocho años de gobierno un contacto habitual con la población cambiando radicalmente la forma de administrar el país; sin embargo, a pesar de las reformas posibles realizadas en el aparato productivo y al esfuerzo de solventar las necesidades sociales primarias, los logros alcanzados no fueron capaces de satisfacer todas las demandas del bienestar general. No obstante, con estas características llevadas a la política internacional, Brasil fue considerado como un gobierno progresista digno de imitar, líder de ciertos cambios sociales y políticos sin descuidar un crecimiento económico anual sostenido de 5%.
La continuidad del Partido de los Trabajadores en el poder, con la presidenta Dilma Rousseff, tratando de hacer un gobierno más experimentado que político ha chocado con la realidad existente del descontento popular. Durante dos semanas las multitudinarias manifestaciones de protesta pusieron en problemas a la administración central empantanada por el cerco de un sistema político arcaico y corrupto.
Brasil estremecido por las masas mayoritarias de los excluidos, luego de más de diez años de tranquilidad, confronta el reclamo de mejores servicios públicos, la lucha contra la corrupción endémica y la anulación de proyectos faraónicos como aquel de gastar 35 mil millones de dólares en el montaje del Mundial de Fútbol 2014 y las Olimpiadas. La protesta popular puso en evidencia que los resultados alcanzados son todavía limitados, ya que la ciudadanía conseguida despierta nuevas expectativas en salud, alimentación, vivienda, educación, servicios de agua potable y transporte público de calidad, antes que multimillonarios proyectos suntuosos.
Y si bien las “voces de la calle” se iniciaron como un movimiento popular espontáneo y puntual, de cierta manera sin una orientación política definida, inmediatamente los partidos de la oposición y de la derecha oligárquica pro imperialista se han querido ensamblar en la evolución de los acontecimientos con la finalidad de darle un encause político antigubernamental en la cabeza de la presidenta Dilma Rousseff.
Ciertamente, los protagonistas en Brasil y en el continente son otros, las luchas políticas de los diversos movimientos sociales, de las representaciones sindicales, de los indígenas, y de las poblaciones marginales urbanas y rurales, marcan el sendero, creando condiciones para la adecuación de la izquierda partidaria tradicional. La articulación de los movimientos sociales y los partidos de izquierda deviene en una necesidad impostergable de diálogo horizontal, igualitario, sin imposiciones de las cúpulas dirigentes.
En esta dirección, la salida política de la presidenta Dilma Rousseff ha sido de una claridad enorme, dando pasos evidentes de su voluntad, dirigida hacia la participación de todos los actores públicos en la conducción coordinada de afrontar soluciones colectivas a una problemática compleja. La humanidad en su conjunto reacciona y despierta, quiere decir basta de privilegios insultantes en medio de la pobreza, quiere poner un alto a los desmanes de los gobernantes que actúan favor de sus intereses personales y de grupo, impidiendo las reformas dirigidas a la saludable convivencia humana y el respeto a los derechos ciudadanos y a la paz social. Se lucha porque en el mundo las minorías ostentan poderes antiquísimos negándose a dialogar y peor aún rechazando aceptar una equitativa distribución de los recursos y riquezas.
Dilma Rousseff al asumir el diálogo amplio recoge las sentidas reivindicaciones de “las voces de las calles” y promueve un giro radical en su gobierno con miras a una reforma política de envergadura. Con el llamado a una Asamblea Constituyente logró el impacto de salir del
aturdimiento frente a la ola de movilizaciones populares que sacudieron el país. Ante este llamado, el Congreso y los partidos de oposición reaccionaron airadamente, denunciando de ilegal tal pedido; empero, la presidenta insistió proponiendo un referemdum, dejando claro que los ciudadanos irán votar teniendo la oportunidad de evocar la representatividad y la participación democrática en el proceso político del país. Toca al Congreso aprobar o rechazar la propuesta de la presidenta, sabiendo que un rechazo terminará por hundir su deteriodada imagen ante a la opinión pública.
La presidenta brasileña, personalmente, lleva la contraofensiva para dar respuesta a las demandas de los manifestantes que desde hace semanas copan las calles de las principales ciudades brasileñas. De consumarse la iniciativa del referendo ingresamos de plano a la renovación del sistema, pasando de la democracia representativa tradicional a la democracia participativa.
Carlos Angulo-Rivas es poeta y escritor peruano.
Fuente: ARGENPRESS.Info