Cita pospuesta

Por Alfonso Villalva
 
Gracias Ana, Noemí, Ismael. Pilares de muchas vidas.
 
En el terreno de los clichés, parece que cada día nos consolidamos como los campeonísimos indiscutibles.  Por años hemos acuñado sofismas que aseguran el progreso social en función de la estadística del grado de escolaridad promedio. ¿Cuántas veces no hemos esbozado una sonrisa al afirmar que el nivel mínimo de educación en México ha subido un año o dos, que el índice de analfabetismo se ha reducido ostensiblemente? Contentos y tranquilos -cínicos-, creamos institutos nuevos, renombramos escuelas en honor a líderes de partidos políticos, asumimos cifras de enseñanza secundaria a control remoto, entregamos computadoras, impulsamos reformas y contrarreformas a la constitución, al libro de texto gratuito -haciendo héroes o desmitificándolos-, distribuimos desayunos escolares –a veces con leche radioactiva, saturados en azúcares y harinas refinadas-, subimos las colegiaturas e imponemos cuotas escolares muy creativas.
Ahora ya terminamos la primaria –hasta la secundaria y nominalmente preescolar-, ya sabemos leer y escribir. Las estadísticas crecen. Sin duda, todos coincidimos en la necesidad de educar. En los círculos sociales, políticos, económicos, se declara diletantemente que la educación es prioridad nacional. Los políticos no dejan de incluir en sus discursos frases seductoras que patentizan su denodada preocupación por el tema y que decir de los verdugos en las redes sociales.
Todo suena muy bien, y tiene su grado de bondad, pero ¿haber elevado el grado de escolaridad y reducido el índice de analfabetismo, es una verdadera herramienta para competir, para progresar? ¿Hasta qué punto saber leer y escribir es un fin en sí mismo, en vez de constituir una herramienta para la razón? En términos concretos, ¿de qué diablos sirve saber leer si escasamente tomaremos un libro en la mano que profundice nuestros conocimientos técnicos, ya no digamos de historia, literatura o filosofía? ¿Lo comprenderemos? Hay que leer el reciente estudio de Gilberto Fregoso Peralta, para anticipar que no y comprender el concepto de analfabetismo funcional…, horror.
Coincido que, en la desesperación del subdesarrollo, después de reaccionar por puritito milagro al final de la cuenta regresiva que nos tenía bocabajo en la lona, crisis tras crisis, la tabla de salvación pudo haber sido leer el recibo de nómina, o hacer la cuenta del salario. Pero con la evolución hacia el glamoroso Siglo XXI, hacia lo que ambicionamos como progreso incluyente, el objetivo de largo plazo no debe ser salvar el pellejo –sobrevivir no es suficiente, diría la gran Rina Gitler-, sino mejorar las condiciones de vida para que el alfabetizado se sume a la actividad productiva, genere riqueza, desarrolle su criterio y mejore su vida.
«Después de gastar inútilmente tiempo valioso en cumplir con una burocracia sin sentido, tenemos que enfrentar en el aula de clase no solamente la distracción propia de nuestros tiempos, el reto de la interacción con las fuentes de información instantáneas, sino también el de incluir y guiar a los padres en un modelo colectivo de evolución positiva para sus hijos, el binomio casa – escuela. Sin un enfoque en valores, en visión y creatividad, los niños dejan de generar las condiciones que desarrollan todo su potencial, que siempre es gigante», dice con afabilidad y determinación Ana María Durán, 45, Directora de Secundaria y Preparatoria del Colegio Privado La Salle en el Estado de México.
El enfoque de la educación ya debe abandonar el número de gente que podamos empaquetar en un aula, la estadística feliz. Debemos preocuparnos por la calidad, por el contenido; por enseñar a razonar a nuestros niños, porque aprendan a analizar textos, resolver problemas, aplicar las matemáticas, interesarse por algo más que el consumo; desarrollar la curiosidad, la creatividad y el impulso propio a emprender; así me explica con sus propias palabras Ismael Rodríguez, 38, Doctor en Educación, Director de una primaria en Reinosa, Tamaulipas.
«Debemos dirigir nuestro esfuerzo para que nuestros niños puedan tener las mismas aptitudes de quienes serán sus contrapartes en la competencia laboral del futuro globalizado, para que llegue la misma información a todos, no solamente a los que tengan una situación de privilegio, pues sin información y capacidad de razonar, la brecha entre ricos y pobres, será abismal y seguramente irreductible», afirma, categórica, la Madre Noemia Soberanes, 41, Directora Operativa de Asilo Primavera, I.A.P., donde se imparte primaria en el Distrito Federal a niños en condiciones de marginación, desde hace 29 años.
De nada sirve aventarlos de las escuelas –a ellos- con un certificado vacío de formación, conocimientos técnicos y aptitudes. Desvinculados de la idea colectiva, de un espíritu de emprendedor.  De nada sirve la entrega vocacional de personas como Ana, Noemia e Ismael, ni el sacrificio de padres y madres para sufragar los gastos de una educación. De nada sirve la inteligencia de nuestros niños, si no les enseñamos a aplicarla con creatividad para elegir libremente su destino particular, y también, forjar el colectivo. De nada, a menos que nos empeñemos en seguir posponiendo la cita con un destino de dignidad y desarrollo, mediatizado por el mezquino triunfo que encierra para nadie, una lamentable estadística nacional.
Twitter: @avillalva_
columnasv@hotmail.com
 
 

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