De la piedra al ajedrez. Tras 18 años de su adicción a las drogas buscó refugio en el deporte Ciencia.
Texto y fotos por Lenin Nolly
Verano 2018. Un viernes por la mañana me encontraba en la esquina de la Calvert Street con la Columbia Road en pleno corazón del barrio latino cuando de repente me saludó una pareja de amigos. Tras saludarnos, Carlos y Rebeca me preguntaron qué estaba haciendo con ese homeless sentado en el Starbucks.
Solo atiné a decirles que estaba por culminar mi próxima historia acerca de algunos inmigrantes procedentes de El Salvador que huyeron de la guerra. También quería explicar por qué mi personaje había salido del pozo del mundo de las drogas junto con un peruano muy conocido. ¿Quien?, me preguntó Carlos. Después te lo diré, respondí.

Corrían los días del año 2010. Como cualquier otro inmigrante más en la tierra del Tío Sam, yo estaba pensando acerca de mi destino justo en el mismo lugar donde encontré a mis amigos, entre la Calvert Street y la Columbia Road. De repente se me acercó un hombre de apariencia latina, mal trajeado y con marca duras en su rostro por el largo trajinar de la vida. Me preguntó si tenía fósforos. Al prender su cigarrillo decidió sentarse en la silla continua y tras ello sacó una bolsa negra en donde había piezas de ajedrez.
Veo que sabes jugar al Ajedrez, le dije amablemente-. Ah, bueno sí, aprendí jugar en El Salvador.
Aquel hombre de aspecto desgarbado, con estudios en sociología y matemáticas, era Nelson Reyes. Sus amistades lo conocían con el sobrenombre de “Dos Colones”. Nelson llegó a Estados Unidos escapando del conflicto armado en su país natal de El Salvador, trayendo en sus espaldas su pasado y en su bolsillo un billete de su país de dos colones. Debido a su desconocimiento del idioma solo pudo conseguir trabajo como ayudante de cocina en Maryland. Al sentir la ausencia de las amistades y su familia, solía ir los fines de semana al barrio latino en busca de amigos con quien conversar.

Fue en uno de aquellos días de fin de semana cuando él andaba solo por la calle 16 algo deprimido y desorientado. De repente, se encontró con un amigo apodado “La Bruja” que lo invitó a subir a su nuevo auto y le dijo: “Mira ahora que tengo conectes, podemos comprar mota en vez de cerveza o las dos cosas. Dame 20 pesos para ir a comprar”. “Ok, Dos Colones”, Nelson asintió. Tras largo tiempo de espera La Bruja regresó y le trajo crack. Fue en ese momento el preludio de su infierno. Solo le bastó probar una vez para quedarse pegado en su mente y regresar a buscarlo de nuevo así durante 18 años.

Por designios del destino y en circunstancias poco normales Dos Colones de un momento a otro se convirtió en un adicto a la pipa. Pasó de ser un buen empleado en Maryland a homeless: un desamparado, un vagabundo y adicto en el barrio latino de la capital del imperio: Washington DC. Fue en esas circunstancias cuando conoció a otro homeless y se hicieron buenos amigos. Ambos vivían y fumaban en el Castillo, una casa de tres pisos, abandonada y con estilo inglés ubicado en la calle 16.

El nombre de aquel homeless era nada menos que Guillermo Descalzi, periodista peruano muy conocido en el ámbito internacional de la información televisiva. Tanto era la fama que le perseguía a Descalzi que Dos Colones no le prestaba atención de lo que le decía la gente sobre él cuando andaban de aquí para allá, hasta que le preguntó. “Un día nos pusimos a platicar en el Castillo y me decía que había entrevistado a docenas de presidentes y me empezaba hablar de la guerra cuando lo enviaron al Golfo Pérsico. Fue allí donde él empezó con las drogas junto con los soldados”, relató.

Nelson pasó 18 años fumando pipas de crack desde aquel día. Comenzaba a buscar dinero desde muy temprano para satisfacer su necesidad de fumar. Si no encontraba optaba por sacar cosas de la tienda 7 Eleven para venderlas después. En una madrugada lluviosa vio en la guantera de un carro 40 dólares. Tras cogerlo se dirigió al barrio de los afroamericanos en la calle 14 con la Park Road a comprar drogas.
Dos colones: Who’s working here?
Drug dealer: Me, how much do you have?
Dos colones: Big forty
Drug dealer: Let me see the money

Luego de mostrarle el dinero, los vendedores de droga se lo quitaron y le empezaron a golpear. Lo golpearon tanto que le desfiguraron el rostro. Adolorido y ensangrentado se dirigió al sótano donde vivía. Cogió un espejo tirado sobre la cama y se miró así mismo. Al verse se asustó y no podía creer lo que le estaba pasando. Viéndose y cogiéndose la cara comenzó a recordar la buena familia en donde había crecido, su madre, sus hermanos y los buenos momentos que pasaba con ellos. Sus épocas de estudiante universitario, su El Salvador querido junto con todo su pasado se desvanecía tras notar que algunas lágrimas comenzaron a dejar marcas en su cara y con voz temblorosa empezaba a hablar consigo mismo: “Caramba este soy yo?, Dios mío, ¿qué me está pasando? ¡Qué fea esta vida!”.

Al mismo tiempo Nelson recordaba lo que le dijo su profesor de la universidad, Ladislao Pérez Mejía: “Si quieres que se cumpla un sueño, o cambiar una realidad escríbelo con tu propio puño y letra en un papel todos los días”. Y así lo hizo. Gracias a ese consejo, Nelson Reyes cambió. Más aún cuando días antes de aquella golpiza y envenenado a mas no poder vio de lejos a su amigo Guillermo Descalzi cuando lo rescataron del mismo lugar donde Dos Colones se encontraba. Tras verlo partir, le sobrecogieron sentimientos encontrados. Alegría porque alguien le dio una mano para ayudarlo y tristeza porque él seguía allí. Dos Colones pensó alguna vez que jamás saldría de ese estado, porque creía que no era nadie. Luego de aquel episodio, los vecinos del barrio latino nunca más lo vieron más haciendo cosas malas. Ni borracho, ni drogado, ni sucio.

Su determinación para escribir todos los días aquel consejo de su profesor y su voluntad de cambiar pudo vencer al crack. En la actualidad ya lleva once años limpio de drogas y alcohol. Para no recaer, Dos Colones no olvidó cómo jugar ajedrez en su natal El Salvador y aprendió más leyendo un libro del gran ajedrecista ruso Boris Kasparov. Alterna jugando al ajedrez en el parque de Dupont Circle y asistiendo al grupo Renacer Hispano, donde recibe orientación para mantenerse alejado del vicio. Se gana la vida realizando todo tipo de trabajos, desde recados hasta mantenimiento de casas. La última vez que me lo encontré, Nelson me confesó que nunca supo lo que andaba buscando por aquel mundo sórdido de las drogas. Sin embargo, sí recuperó lo que había perdido: su fe. Dos Colones se montó en su bicicleta y se desvaneció entre la multitud del barrio latino.



