En defensa de la familia

CIUDAD DEL VATICANO (VIS).-Antes de rezar el Angelus de la Sagrada Familia el domingo pasado, el Papa recordó a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro que «Dios quiso revelarse naciendo en una familia humana, y por este motivo la familia humana se ha convertido en imagen de Dios!».

«Dios -dijo- es Trinidad, es comunión de amor, y la familia, con toda la diferencia que existe entre el Misterio de Dios y su criatura humana, es una expresión que refleja el Misterio insondable del Dios amor. (…) La familia humana, en cierto sentido, es imagen de la Trinidad por el amor interpersonal y por la fecundidad del amor».

Comentando el Evangelio que narra el episodio de Jesús que a los doce años se queda en el Templo de Jerusalén sin que se dieran cuenta sus padres, y al encontrarlo tres días después les dice que tiene que estar «en las cosas de su Padre», el Papa dijo que «la decisión de Jesús de quedarse en el Templo era sobre todo fruto de su íntima relación con el Padre, pero también fruto de la educación recibida de María y de José».

«Podemos entrever aquí -continuó- el sentido auténtico de la educación cristiana: es el fruto de una colaboración que siempre hay que buscar entre los educadores y Dios. La familia cristiana es consciente de que los hijos son don y proyecto de Dios. Por tanto, no los puede considerar como una posesión propia, sino que, sirviendo en ellos al designio de Dios, está llamada a educarlos en la libertad más grande, que consiste precisamente en decir «sí» a Dios para hacer su voluntad».

Dirigiéndose posteriormente a los participantes en la fiesta de la Sagrada Familia que se celebraba hoy en Madrid, el Santo Padre afirmó que «Dios, habiendo venido al mundo en el seno de una familia, manifiesta que esta institución es camino seguro para encontrarlo y conocerlo, así como un llamamiento permanente a trabajar por la unidad de todos en torno al amor. De ahí que uno de los mayores servicios que los cristianos podemos prestar a nuestros semejantes es ofrecerles nuestro testimonio sereno y firme de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, salvaguardándola y promoviéndola, pues ella es de suma importancia para el presente y el futuro de la humanidad».

«En efecto, la familia -aseguró- es la mejor escuela donde se aprende a vivir aquellos valores que dignifican a la persona y hacen grandes a los pueblos. También en ella se comparten las penas y las alegrías, sintiéndose todos arropados por el cariño que reina en casa por el mero hecho de ser miembros de la misma familia».

Benedicto XVI pidió a Dios que en lo hogares «se respire siempre ese amor de total entrega y fidelidad que Jesús trajo al mundo con su nacimiento, alimentándolo y fortaleciéndolo con la oración cotidiana, la práctica constante de las virtudes, la recíproca comprensión y el respeto mutuo».

«Os animo, pues, a que, confiando en la materna intercesión de María Santísima, Reina de las Familias, y en la poderosa protección de San José, su esposo, os dediquéis sin descanso a esta hermosa misión que el Señor ha puesto en vuestras manos. Contad además con mi cercanía y afecto, y os ruego -terminó- que llevéis un saludo muy especial del Papa a vuestros seres queridos más necesitados o que se encuentran en dificultad».

Después de haber rezado el Ángelus, el Santo Padre se trasladó al comedor de la Comunidad de San Egidio, en el barrio romano de Trastevere, para almorzar con 150 personas entre voluntarios de esa institución y personas necesitadas.

Benedicto XVI compartió su mesa con doce personas, entre ellos una familia de gitanos, un refugiado afgano chiíta, un anciano de noventa años viudo y un joven paralítico de 25 años desde su nacimiento, abandonado por su familia, y ofreció dulces como postre. También repartió regalos a los 31 niños presentes.

«Para mí -dijo el Papa-, es una experiencia conmovedora estar con vosotros; estar con los amigos de Jesús, porque Jesús ama a los que sufren, a las personas con dificultades. Durante la comida he escuchado historias dolorosas y cargadas de humanidad. (…) Estoy entre vosotros para deciros que os siento cerca y os quiero mucho».

«También la familia de Jesús, desde sus primeros pasos, encontró dificultades, vivió el malestar de no hallar hospitalidad, se vio obligada a emigrar a Egipto por la violencia del rey Herodes. Vosotros también conocéis el sufrimiento, pero tenéis aquí alguien que os cuida, alguno incluso ha encontrado a su familia gracias al servicio atento de la Comunidad de San Egidio, que ofrece un signo del amor de Dios por los pobres. Hoy aquí pasa lo mismo que en los hogares: el que sirve y ayuda se confunde con el que es ayudado y servido y el primer lugar lo ocupa el que más lo necesita».

«En esta época de gran dificultad económica -agregó el Santo Padre- todos debemos ser señales de esperanza y testigos de un mundo nuevo para aquellos que, encerrados en su egoísmo, creen que pueden ser felices solos y viven con tristeza o con una alegría efímera que deja el corazón vacío».

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Artículos Relacionados