Por Néstor Ikeda
Excorresponsal de Associated Press en Washington
Recordarlo como el “Papa del amor” no es una etiqueta vacía
Para el continente americano, y Latinoamérica en particular, el Papa Francisco es mucho más que el primer Papa de la región. Representa un alma latinoamericana al frente de una institución históricamente eurocéntrica.
En tiempos donde los líderes globales suelen apostar por la división en lugar del diálogo, y por los muros antes que los puentes, el papa Francisco ha sido una figura singular de ternura, firmeza moral y sencillez evangélica. Primer papa proveniente de América —y primero también en la historia de la Compañía de Jesús o Jesuita— Jorge Mario Bergoglio no llegó al Vaticano con una agenda política. Llegó con algo más radical: el amor como método, la humildad como regla, y la misericordia como mensaje.
Ya muchos lo recuerdan como el “Papa del amor”. Y no es una etiqueta vacía. Desde el inicio de su pontificado en 2013, Francisco cambió los gestos del poder. Rechazó los palacios, optó por vivir en una modesta casa de huéspedes, viajó en autos sencillos y cargó su propio maletín. Pero más allá de los símbolos, reformuló el tono de la Iglesia. No su doctrina, sino su énfasis: colocó en el centro a los olvidados, a los migrantes, a los encarcelados, a los pobres.
Francisco vivió el amor como acción
Francisco no predicó el amor como consigna. Lo vivió como acción. Lavó los pies a refugiados musulmanes, abrió instalaciones del Vaticano a personas sin techo, abrazó a enfermos, ancianos y fieles LGBTQ con una cercanía que incomodó a los sectores más conservadores de la curia. Fue un médico de campaña en un mundo herido.
Pero su legado más íntimo se siente en América Latina. Aquí están sus raíces: su escuela de vida, su campo de batalla moral, su punto de retorno constante. Como arzobispo de Buenos Aires, su figura no estuvo exenta de controversias. Su rol durante la dictadura militar argentina sigue siendo debatido: ¿alzó suficiente la voz?, ¿protegió lo suficiente?, ¿arriesgó lo necesario? Lo cierto es que de ese tiempo oscuro emergió con una conciencia aguda sobre el precio del silencio y la urgencia de la solidaridad.
En el Vaticano, Francisco llevó consigo el alma del continente. En la encíclica Laudato Si’, incorporó la sabiduría ambiental de los pueblos indígenas. Denunció el consumismo y el privilegio clerical con el fervor de un cura de barrio. Se distanció cuidadosamente de la teología de la liberación, pero conservó su brújula ética: la opción preferencial por los pobres.
¿Cómo debería recordarlo América, especialmente Latinoamérica?
En este sentido, Francisco pertenece al mundo, pero América Latina lo reconoce como propio. Fue el Papa que puso el corazón latinoamericano en el trono de Pedro, y ese corazón sigue latiendo ahí: con compasión, con valentía, con un llamado urgente a la fraternidad humana.
Ya sea recordado como reformista, como pacificador o simplemente como el Papa del amor, Francisco ha dejado a la Iglesia —y al mundo— un legado poco común: el recordatorio de que la grandeza comienza con la ternura.
1. Para los pobres de Latinoamérica, es una voz de dignidad. Se hizo eco de las preocupaciones centrales de la teología de la liberación —injusticia, exclusión y pobreza—, pero lo hizo con una prudencia que lo mantuvo dentro de la corriente principal de la Iglesia.
2. Para los pueblos indígenas de la región, emitió excepcionales disculpas papales por los abusos coloniales y defendió con firmeza la integridad ambiental y cultural de la Amazonía.
3. Para la Iglesia latinoamericana, es un modelo de cercanía pastoral, rompiendo barreras entre el clero y el pueblo. Desalentó el clericalismo y elevó las respuestas pastorales locales, empoderando las voces laicas y los sínodos locales.
4. En política, su postura contra el populismo, la corrupción y la ideología, ya sea de izquierda o de derecha, sigue siendo un recordatorio de que el liderazgo espiritual puede trascender el partidismo.
Históricamente, Latinoamérica debería recordarlo como el Papa que llevó sus preocupaciones, su gente y su espíritu a la escena mundial, no como una figura de poder, sino de ternura profética.