La cómoda ventaja de Obama para la reelección

Por John González

Más allá de que el ritmo de creación de empleo de diciembre y enero llevó la tasa de desocupación al 8.3 por ciento en Estados Unidos o que las encuestas, como la reciente del Post-ABC, le den una ventaja a Obama de 6 puntos sobre su más inmediato contendor, la tendencia en la percepción de su gestión son indicios no solo de una factible fácil reelección, sino de unos comicios generales con un candidato Republicano muy débil.

Y si bien las primarias Republicanas se han convertido en la prolongación de más de un año de desazón en las filas del partido por encontrar un candidato convincente, la fortaleza de Obama  radica en la tendencia generada desde los primeros días de su gestión de la crisis, y quizá por ello ya no visible a ojos de los analistas. Pero antes de considerar los aciertos del presidente, una narrativa en actos ayuda a recuperar los anales perdidos.

Acto uno: El 20 de enero de 2009 Washington D.C. ofrecía una rara mezcla de júbilo y optimismo con una inocultable incertidumbre y nerviosismo. Los millones de visitantes en la capital celebraban la toma de posesión del primer presidente negro de los Estados Unidos, aunque no podían ser indiferentes a los estragos que causaba el estallido de la burbuja inmobiliaria, la quiebra de Lehman Brothers y la crisis económica. El simbolismo, la inspiración y la destreza mostrada por el nuevo presidente eran excepcionales bazas para recuperar la confianza, superar una crisis de desconocido desenlace y, como añadidura, recuperar buena parte del prestigio del país.

Acto dos: Pero como si el reto no fuera colosal, la oposición republicana, con el Tea Party a la cabeza, se ahorraron el compás de espera y entraron en una inmediata y encarnizada oposición. A pesar de que Obama emprendiera ambiciosas reformas, los resultados tardarían en llegar y hasta parecían comprometidos. Allí estaba la aprobada reforma a la salud, que ningún presidente en los últimos cincuenta años había podido sacar adelante, la reforma financiera, el impedir la debacle del sistema bancario o el rescate de la industria automotriz.

Acto tres: Obama se resistió a la exigencia de una radical reducción del déficit fiscal, y sin aumentar impuestos, con el propósito de evitar una recaída en la recesión, como ocurriera en los años 30. En la batalla, perdió la mayoría en la Cámara de Representantes en las elecciones de noviembre de 2010 y la calificación triple AAA para Estados Unidos, ante su impotencia para forjar un paquete de reducción del déficit fiscal más ambicioso. Su reelección para entonces parecía difícil.

Acto cuatro: Se quedó solo incluso cuando propuso a los líderes mundiales en la cumbre del G-20 en Toronto, Canadá, medidas de estímulo para acompasar las medidas de disminución del déficit. Aunque nunca podrá saberse la hondura de la crisis económica en Estados Unidos, en el evento de que hubieran fallado las medidas iniciales, el contraste de la actual situación económica con la de Europa ofrece un buen termómetro, en tanto que una perspectiva del desempeño de Obama más allá de la coyuntura. El colorario es que mientras Estados Unidos comienza a salir de la crisis y a recuperar plenamente la confianza, Europa está en el limbo y sin una perspectiva próxima de superarla.

La lista de factores a favor de la reelección de Obama comienza a ser cada vez más extensa. La tasa de desempleo empieza a disminuir en forma significativa, con un 8.3 por ciento para febrero, que sorprende a los más ávidos analistas. La Oficina de Presupuesto del Congreso había previsto un 8.9 por ciento de desocupación para fin de año, Moody’s Analytics esperaba una tasa del 8.5 por ciento y la misma Reserva Federal entre 8.2 y 8.5 por ciento.

En segundo lugar, el record de realizaciones del presidente Obama en otros frentes es por demás robusto. Su lucha contra el terrorismo ha tenido triunfos rotundos, al igual que en política exterior y en la recomposición de la imagen de Estados Unidos en el mundo entero. Impulsó un exitoso retiro de las tropas y el fin de la guerra en Iraq, dio vuelco a la difícil situación que heredó en la guerra y el frente Afgano-Pakistaní, ha acertado en la política hacia la Primavera Árabe y la operación en Libia, ha logrado impulsar la apertura del régimen de Myanmar, promover una más activa política de Estados Unidos en el Sudeste Asiático y en el Mar de China Meridional, lo mismo que avanza en el cercamiento a las ambiciones nucleares de Irán.

Y si los aciertos del presidente Obama no fueran pocos, los propios candidatos Republicanos ofrecen hasta ahora más interrogantes que certezas. El mismo Romney no despeja las dudas que genera dentro del electorado más conservador por sus posiciones moderadas, y ya ha cometido dos serios gafes que le pueden costar en la elección general: haber dicho que el “mercado inmobiliario debía haber tocado fondo” sin ayudas del gobierno y que no estaba “preocupado por los más pobres”. Rick Santorum, con posibilidades revitalizadas de alzarse con las primarias tras su triunfo Minnesota, Colorado y Missouri, se refleja como un candidato desconectado del gran elector. Y Newt Gringrich, a pesar de su indiscutible capacidad y versatilidad oratoria, arrastra no pocos problemas personales.

En el nuevo escenario, los otrora implacables voceros del Tea Party y los radicales miembros del Partido Republicano en la Cámara de Representantes han perdido el guion. Lo que parecía iba a ser la acusación más seria contra Obama, de haber sido inefectivo frente a la crisis y de ser el presidente mayor proveedor de cupones de alimentos en la historia estadounidense, pierde lustro aceleradamente.

Si bien no es tiempo para que su campaña eche voladores al aire, Obama ya tiene una considerable ventaja, que con alta probabilidad se irá ampliando con los meses, y al menos podrá emprender su reelección sin acusaciones de no haber nacido enEstados Unidos o no ser cristiano.

*Analista político y consultor internacional en Washington D.C

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