La increíble historia de la embarazada que sobrevivió al ébola

Adama perdió a su bebé, a su marido y a su padre.
Adama perdió a su bebé, a su marido y a su padre.

Por Agus Morales
La epidemia de ébola ya ha cobrado más de 8.900 vidas en el oeste de África. Algunos afortunados pueden vencer a la enfermedad, pero curarse es apenas el primero de sus desafíos.

Agus Morales, del equipo de Médicos Sin Fronteras en Sierra Leona, relata para BBC Mundo la historia de Adama, la primera paciente que egresó de la nueva clínica para embarazadas con el virus en el país africano.

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«Se quedó embarazada. Unos cinco meses después, contrajo el ébola.

Fue ingresada y perdió el bebé, pero contra todo pronóstico Adama Kargbo, de 18 años, sobrevivió.

Éste es el primer día de su nueva vida, en el que no estuvieron presentes ni su marido ni su padre, porque ellos sí que sucumbieron al virus.

La enfermera Marisa Litster se prepara para entrar en la zona de alto riesgo, donde están los pacientes. Su misión es sacar a Adama de allí: el último test revela que ya ha superado la fiebre hemorrágica del ébola, que ha matado a más de 8.900 personas en África Occidental.

Esto es Kissy, un suburbio de Freetown donde Médicos Sin Fronteras ha construido su último centro de tratamiento en Sierra Leona, el país con más casos de ébola.

Adama
Tras la sesión médica el resto del personal intenta sacar a Adama de la timidez, pero está abrumada. Da las gracias a todo el mundo.

 

«Adama es un caso especial. Fue nuestra primera paciente y hoy será dada de alta», explica la enfermera mientras se enfunda el buzo amarillo que la protegerá del contagio. «Esto es solo una parte del viaje. Un paso enorme será volver a casa y todo lo que viene después del ébola».

Tras el ritual de entrada a la zona de riesgo (ajustar las gafas, asegurarse de que no haya rendijas por las que se pueda colar el maldito virus), el personal sanitario se acerca a la carpa de pacientes de ébola.

Adama está fuera, sentada en una silla de plástico, esperando a que la recojan. Cuando la enfermera Marisa se acerca, Adama apenas gesticula. Se levanta y camina hasta una caseta donde se da una ducha desinfectante: ella ya no transmitirá el ébola, pero la ropa o sus pertenencias quizá sí que estén contaminadas, así que hay que liquidar el virus.

Cuando Adama abre la verja de madera que marca la separación entre los enfermos y el mundo exterior, recibe un tímido aplauso. Al otro lado de la frontera le esperan Roberto Wright Reis, promotor de salud que le ha dado apoyo psicológico durante las últimas dos semanas, y Javiera Puentes, responsable médica del centro.

Ya pueden hacerlo: en seguida la tocan, le agarran de la mano, le pasan el brazo por encima. Mientras caminan por el pasillo de salida dibujado por mallas de plástico naranja, resuena una nueva ovación, la de personal nacional inmerso en la construcción del centro. Adama sonríe y saluda llena de orgullo.

Roberto la coge por la muñeca y alza su mano en señal de victoria. Ébola contra Adama: la ganadora es Adama. El siguiente instante de emoción se produce cuando la joven, como ya es tradición en los centros de ébola, deja la huella en el muro de supervivientes, un rectángulo blanco solo tocado por su mano. Es la primera mancha azul.

Ébola y maternidad

Ya fuera de la que ha sido su casa durante dos semanas, Adama se sienta con Javiera, la coordinadora médica, que le da consejos para su nueva vida.

«El ébola entra en ti y te quita toda la energía, todas las vitaminas. Te has deshecho de él pero aún te sentirás débil durante uno o dos meses. Es normal, le pasa a todos los supervivientes, no pienses que no estás bien», dice la doctora.

Le pide que no mantenga relaciones sexuales sin protección durante tres meses, porque el virus sobrevive durante un tiempo en los flujos vaginales y el semen. «No te quedes embarazada ahora, estás muy débil. Se abre un nuevo periodo en tu vida en el que tienes que cuidar de ti misma. Duerme y come bien», recomienda la doctora.

La tasa de mortalidad de las embarazadas con ébola es objeto de discusión. Según un estudio en la República Democrática del Congo, el 95% de ellas murieron, pero la muestra era muy pequeña y no se pueden sacar conclusiones. Las probabilidades de que la madre sobreviva son más bajas de lo normal, pero el pronóstico para el feto es mucho peor.

Tras la sesión médica, el resto del personal intenta sacar a Adama de la timidez, pero está abrumada. Da las gracias a todo el mundo.

«Me siento bien. Estoy contenta porque me han dado de alta, así que rezo a dios para que los demás también sean dados de alta», desea. Durante su estancia, los equipos se han volcado en ella. Le llevaban su plato favorito, sopa de pimientos, pese a que está fuera del menú estándar.

«Aún no sé qué cocinaré a partir de ahora», dice Adama. Los trabajadores la acompañaban largas horas y charlaban con ella desde la zona de bajo riesgo, que se comunica con la de los pacientes a través de una red de plástico naranja. «Me gusta estar fuera, para tomar aire fresco», sonríe.

«Cuando esté mejor, quiero ir a la universidad, estudiar Contabilidad y trabajar en un banco», explica.

La vida después del virus

En realidad, Adama no puede volver a su casa. Está acordonada por una cinta y en cuarentena, porque la familia casi al completo ha contraído el ébola.

Trabajadores de la salud con los trajes protectores contra el ébola
El ébola ha matado a mas de 8.900 personas en Sierra Leona, Liberia y Guinea.

 

Su madre, una hermana y un hermano están ingresados en un centro. Su hermano Abu Bakar, que no se contagió, es la única persona que la ha visitado mientras luchaba contra el virus.

Finalmente se decide dejarla en casa de una de sus tías, en Waterloo, a una media hora en coche del centro de tratamiento. El estigma es el primer enemigo al que Adama tendrá que hacer frente.

Durante el trayecto, va acompañada por una persona especial. Es Hawa Turay, una de sus exprofesoras.

El destino quiso que se reencontraran en el centro, donde Hawa trabaja de promotora de salud. «No podía creer que fuera ella, con ébola y embarazada de varios meses. Me quedé muy triste porque pensé que no sobreviviría. Cuando llegó estaba débil, no podía hablar. Ahora es la primera embarazada que ha sobrevivido en nuestro centro. Se le ve bien, está contenta, pero la situación no es fácil para ella, ha perdido muchas cosas», dice Hawa mientras el todoterreno de MSF avanza por las bacheadas carreteras de Sierra Leona.

A su llegada al pueblo de Waterloo, los vecinos la observan sin inmutarse: no saben qué está pasando. Adama recibe abrazos del personal de MSF para mostrar a la comunidad que ya no es contagiosa, pero casi nadie presta atención. Pronto llega en motocicleta el hermano de Adama, Abu Bakar, que en los próximos días intentará llevársela a su casa.»Estoy contento por mi hermana, de momento se va a quedar aquí», anuncia.

Mientras los demás discuten de pie sobre su futuro, Adama se sienta majestuosamente en una silla de plástico fuera del porche de la casa. Las gallinas y las cabras rodean cuerdas de tender la ropa.

Se sienta como cuando pasaba las horas muertas fuera de la carpa de pacientes de ébola, como cuando recuperaba la energía perdida tras perder a su bebé, como cuando contemplaba el paisaje ajena a los otros pacientes charlando a su lado.

Se sienta como cuando ganaba la partida al ébola en silencio, robándole minutos, horas, días.

Se sienta como cuando buscaba paz al aire fresco, como a ella le gusta».

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