La Leyenda del Tiempo

Por El Lector Americano

BURKE, Virginia 25 de septiembre de 2024.-La sensación de que el tiempo pasa cada vez más rápido no tiene nada que ver con las vacaciones de verano ni con los años que vamos acumulando. Tampoco con la rotación del Sol alrededor de la Tierra. El tiempo pasa, y ya está. Pero últimamente lo reconozco: desde el cambio del milenio, por poner una referencia temporal más o menos repetida, los días, semanas, meses, años, e incluso décadas, se van yendo cada vez más rápido. A lo mejor no lo notamos porque «estamos distraídos». O como dice John Lennon: estamos mirando hacia otro lado”. Y de repente, el tiempo pasa, y también pasa el Cóndor… (el Cóndor pasa… el tema andino…). Como cuándo entre la última vez que hicimos o festejamos algo bueno, y el momento en que nos damos cuenta de que cada vez vemos menos gente, parece una eternidad. Como un tsunami o terremoto, un reloj frenético que procesa acontecimientos sin hora.

¿Ya estamos…? ¿Otra vez?… ¡Uff… se me pasó el tiempo volando…!

¿Dónde estuve yo todo este tiempo?

¿Se acabó el vino?

¿Sobran mujeres frías y quedan cervezas calientes?

Así es… hay tiempo para reflexionar con una cerveza en la mano… ¿este año que hice? … ¿fue la semana pasada que volví temprano o fue la otra? Parece que mucho Ron-Coca Cola y limón no ayuda.

Querer saber,  ¿se trata de apenas de un sacudón de conciencia debido al tipo de vida que llevo, o es algo que se refleja en mi alteración del mundo express?

Lo cierto es hasta ahora, nunca me había preocupado de los niveles de Dopamina en mi cabeza, esa que te da bienestar y placer, y te saca la aceleración progresiva.

Lo cierto —otra vez— es que entre dos instantes perceptibles, siempre hay uno que no vemos, o no sentimos, de la nunca bien ponderada “buena/vida delivery forever”.

El tiempo es veloz, y apenas consideramos la cantidad de pequeñas cosas que hacemos por día. El que usamos para desplazarnos, haciendo diligencias, hoy lo ahorramos vía WhatsApp, email, o transferencia bancaria, o “charlando” por Instagram. Con menos esfuerzo vamos desandando nuestros listados invisibles. Al final los volvemos insignificantes, y lo hacemos anécdotas para contárselo a Pepa Puñales, mi amiga de Facebook.

«Yo mismo con cabellos largos y barbita haciéndome “el revolú” en Baires 1992…» Foto cortesía.

Ficción o realidad. Como en la película, Eterno resplandor (Eternal Sunshine of the Spotless Mind), con Jim Carrey, la vida se puede vivir, quizás, como una narrativa no lineal, de imágenes surrealistas que te transportan a la vida de un personaje a través de la sensorialidad. Allí los recuerdos funcionan con la posibilidad de poder meterse en ellos, como una línea de vida, pero como un lugar para visitar. Los recuerdos se superponen uno con el otro, y van de la mano del anterior modificándolo: como una lluvia, que se aparece en medio de un dormitorio, o una cama en medio de la nieve. De personajes que huyen de una máquina que borra vivencias, recuerdos ocultos, oscuros, o vergonzosos, y por consiguiente alucinantes. En medio de este proceso del olvido, el personaje, eje central del film, quiere detener el nudo de la historia, y entonces empieza a salirse del mapa, incluso de los recuerdos, para que no lo puedan encontrar. El pasado ya no lo identifica en lo más mínimo: como un Yo del pasado en contradicción con un Yo-otro. Y los dos personajes centrales, Joel y Clementine, se borran, pero se vuelven a encontrar, y nuevamente se sienten atraídos. Como una química inevitable, al decir de Julio Cortázar.

Tiempos de fuga. Hoy vivimos corriendo, y hay que resolver “las cosas” de taquito (rápido y sencillo) para que se vuelva algo común y natural. Como en la película, Eterno resplandor, ya no podrás percibir la diferencia entre todo lo que nuestro cuerpo debe hacer, y lo que hace. Hoy nuestra mente trabaja con menos sobresaltos, es cierto. De hecho seguimos apurándolo con más acciones, siempre virtuales, pero al final es simple sobreactuación. Una especie de fiebre del «déjà-vu» que nos cubre y afecta.

¿Qué dispositivos y aplicaciones nos impondrán las tecnologías para apartarnos del contacto real?

¿Hasta dónde seguiremos re programando nuestra vida diaria?

Preguntas al azar… y ante la catarata de hechos cotidianos, acotando funciones mentales e instaurando una narcótica sensación del olvido. Como “un cero negativo” de vivencias que apenas quedarán registradas en la memoria del corto alcance. Antes de que puedan pasar a la etapa intermedia de un trauma, y la recordemos con cierta perspectiva, vienen otras vivencias y se superponen… ¿cómo… qué dije? …

Ayer no más. Pienso en mi padre, y antes de que mi mente construya una instancia evocadora, me veo sellando su nombre en mi memoria. También el teléfono de casa que nunca necesité memorizar: 641 2247. Porque ese hábito de direcciones, números telefónicos, nombres de amigos, las neuronas no necesitaban memoria, era información inherente. Capacidad para navegar con pausas, y entre “sinapsis”, la memoria amorosa de un tiempo que se fue. Como la posibilidad de querer algo, la disponibilidad, y la ansiedad, donde la teta de la monja, era la teta de la monja. Lo demás era pura displicencia. Como lo es hoy fotografiar todo, todo el tiempo, y después postear todo en las redes.

¿Qué tapamos con eso?

¿Qué sentimiento de vacío ahí?

¿Qué miedo nos pone en pausa y hace que todo se acomode al entramado de la imagen digital?

Mmm… tarea para la casa.

Foto cortesía.

Tiempo de arcano. ¿Esto no será cuestión de los astrólogos pos cuánticos que han hecho nuevas interpretaciones en tradiciones milenarias? Quizás a lo mejor se trate de vivir en la no-certeza y pensar en varios planos, lo cual nunca será una sensación erótica, por decir algo. Todo parece signado por los 15 minutos de fama de Andy Warhol. Un “rapidito”, pero del otro, el del contenido. O es el pensamiento, poco habituado a salirse de su ritmo, también acusa recibo: produce “burbujas de olvido” (y no Burbujas de amor, a lo Juan Luis Guerra), por eso estamos obligados a actualizar con frecuencia cierto pensamiento, y memoria, la mala onda que a veces nos pasa. Y todo después se reconfigura en su andar hacia arriba. Después, con toda esa velocidad de las buenas vibras, te toca hacerte consejero existencial o “coaching” para que percibas tus propios cambios, y para los otros. Porque es verdad, hasta los átomos del cuerpo se modifican. Y una de las novedades de esta Era —palabra que designa el presente signado por algo— nos permitirá vivir muchas vidas en una sola, y así exhibir períodos de nuestro pasado como si hubiesen sido vividos por otra persona. Yo mismo con cabellos largos y barbita haciéndome “el revolú” en Baires 1992…

El intelecto y las nociones del tiempo.

Zzzzzzzzzzzzz

Todo vuelve a uno. ¿Puede que un lagrimeo anuncie que algo anda mal? No, no es tan así. Es apenas un malestar, un estar mal pero un poquito. Si es cierto es que uno gravita en la sensación de que está pasando todo demasiado rápido, pero lo negamos. Veo un clásico del cine, bueno, la película Tiempos Modernos de Chaplin, y allí veo, como si fuese un chiste, la historia de un hombre en una esquina rota. Toda la acción de este clásico bordea la vida del hombre y la modernidad, y el hombre es un espectador de lo que vive. Ya no es el centro. Pero claro, después de ver la película, te quedas claramente haciendo una pausa dramática: porque una cosa es estar al borde viendo que el mundo cambia, y otra parecida, pero muy distinta, es el precipicio del fin del hombre como centro de todo. Porque el tiempo se acaba, y lo demás es puro verso.

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