La visita papal…

Por Teresa Gurza

Es una lástima que el gobierno y las televisoras, se hayan apropiado del Papa Francisco durante su reciente visita a nuestro país.

Con tanta propaganda, información superflua y grititos histéricos, la televisión nos hizo casi odiar su estancia; además de que el movimiento de pañuelos como en corrida de toros, parecía que pedía la oreja del Papa, o a lo mejor el rabo de Peña Nieto.

Lo cierto es que clérigos y políticos, se vieron realmente ridículos en sus muestras públicas de devoción.

¿Qué querría demostrarnos, por ejemplo, el Presidente al comulgar televisado en la Basílica? ¿será que quiere que los mexicanos pensemos que no es pecador corrupto ni mal casado?

¿Y que ansiaba probar su mujer al actuar primero, como partiendo plaza en una fiesta que no era la suya, y luego enjugando lágrimas de su llanto emocionado? Si es sincera su pena por el dolor de los pequeños cancerosos hospitalizados en el Federico Gómez, ¿porqué entonces llevó a la ceremonia con el Papa a hijos de funcionarios fingiendo que son ahí atendidos? Ser primera dama no es suficiente para adueñarse del religioso, y alardear ante los niños «Yo te voy a traer al Papa».

Cierto que a las iglesias pueden entrar los que quieran, pero ¿qué tenían que hacer en lugares preferentes de la Misa que Francisco celebró en la Catedral de Morelia, personajes como el expresidente Calderón que lleva en su conciencia decenas de miles de muertos y desaparecidos? ¿o el narco, o servidor de narcos, Rodrigo Vallejo?

Y para qué hablar de las violaciones al Estado laico por parte de funcionarios de un país, en el que no todos son católicos; del furor por arrodillarse, de las besaderas al anillo y de los esfuerzos por acercarse con el afán de pedir bendiciones personales o para medallitas; como lo hizo la Procuradora Arely Gómez.

En cada una de sus actuaciones, nuestros políticos confirman que son inmunes a lo que sucede a su alrededor; o que, como dicen en algunos lugares de Sudamérica, tienen cuero de cerdo y piel de elefante que todo resiste, porque ni ellos ni los jerarcas católicos se inmutaron ni se sintieron aludidos, por lo que el Papa les dijo en su cara; que no fue poco.

A los primeros entre otras cosas, les espetó que el privilegio de unos pocos se vuelve terreno fértil para la corrupción y el narcotráfico y que no basta con modificar leyes, sino que debe haber voluntad de cambio.

A los segundos les ordenó, no participar en pactos por debajo de la mesa, no sentirse faraones ni estar al servicio de los poderosos y decirse las cosas «de frente, en la cara y como hombres»; me puedo imaginar la de intrigas que habrá oído y la de chismes que le habrán llevado, para que haya tenido que llegar a decirles eso.

Pero, unos y otros le aplaudieron como locos; tal vez de miedo a que siguiera hablando o porque creyeron que los estaba alabando.

El Papa dijo muchas cosas, pero calló otras. No habló de los desaparecidos en Ayotzinapa, Veracruz y otros tantos sitios; y tampoco de los curas pederastas.

Se fue medio anunciando la renuncia del cardenal Rivera al obispado de la Arquidiócesis de México; pero sin aclarar eso que advirtió de una tregua de doce horas acordada en Chihuahua.

Su visita dejó a la clase política satisfecha y a la jerarquía católica encantada; pero frustrados a muchísimos mexicanos sin los privilegios necesarios para poder verlo más de cerca; además de que miles lo pasaron mal, por el exceso de vallas oficiales; porque sin ningún respeto, los invitaron para después desinvitarlos o se les obligó a estar horas esperándolo bajo el calorón y sin agua ni comida.

Tanto despliegue de seguridad, dejó a las colonias desprotegidas y exhaustos y urgidos a los policías y soldados, a los que se vistió con camisetas blancas.

Menos de dos horas antes de que regresara el Papa desde Michoacán, vi en el trayecto de Río Churubusco a la Nunciatura que la mayoría de los policías cerradores de calles, comía o mascaba chicle y tiraba ahí mismo los envoltorios; y que varios hacían pipí sobre los troncos de arbolitos, ya de por sí desmejoradísimos y sin follaje.

Y por Dios santo, que poca previsión la de los prelados obsequiosos y los políticos devotos al no tener a la mano, un bloqueador para untárselo al Papa; y evitar que se fuera de México con un tono entre morado obispo y rojo cardenal, en la cara y en la calva.

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