Mayo otra vez

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› Por El Lector Americano

(Burke, 4 de mayo de 2025)

El perfume presiente un mayo francés. Murió Vargas Llosa y el incienso anual de Semana Santa cierra y abre puertas después de la muerte del Papa Francisco, iniciando la carrera fórmula mística para la puesta a punto de un nuevo modelo Pontífice, ojalá que sea de Asís. Y aquí estoy de vuelta en un presente muy parecido —por revoltoso— a una variante de perfume francés. Y hasta la próxima utopía, y adiós adivinadores y grandes y sagrados existencialistas y divinas ficciones de creer o no, en una Cuarta República.

Y, sí, ni por ser tan leídos podemos prever el nuevo anuncio de una inminente crisis económica e hipotético “Síganme los Buenos” como El Chapulín Colorado. Y en la primera plana digital de Metrolatino DC se publica un renovado manual de acceso (ver ilustración) de  un «password de sobrevivencia del mundo ante la emergencia de aranceles globales». Preparados con el ya mencionado Mayo/París 1968; pero sujeto a cambios por una eventual pandemia o desastres naturales o, ya que estamos, crisis matrimoniales y todo eso… (curiosamente, no se incluyen cortes de luz, redes informáticas, o el arribo de Cometas Halley que nunca se estrellan con nosotros). Y pienso, hay algo sobreestimado en este optimismo de pensar que se puede pedir ayuda. Por eso me imaginé a mí mismo trotando por Burke forever, con audífonos para escuchar mi música, pero me trasladé a mis dieciocho años de edad, con la policía atrás, y la dictadura encima, y entrando al submundo de los exiliados al voleo.

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Y justo leo que: «El nuevo Papa puede ser un hombre santo venido de la industria de la Inteligencia Artificial en plan Estrategias de Control de Gastos y Previsión. Con plan de acción de 100 días claves de lo que ellos llaman; ‘encíclica del reajuste cristiano’ para desarticular conflictos liberales”.

Con este nuevo papado buscan ‘motivar a la clerecía a adoptar medidas proteccionistas’, mientras en los países escandinavos reparten volantes para guardar arenque para el invierno que dura 10 meses al año.

En cualquier caso, se recomienda copia el código/imagen del password dameamor para acceder a la encuesta que determina que el 36% de los ‘Ciudadanos Kane’ no piensa hacerse cargo del AcabóMundo (un 32,9% sí lo ve oportuno y un 11,7% no sabe/no contesta). Y muchos, entre ellos, sienten todo esto como otro gran negocio y lavado de cerebro subliminal para la aprobación de presupuestos militares en ascenso, rearme continental, y propagación del miedo automático, y reflejo como herramienta de control y sometimiento de las masas y…

Por otro lado, las mujeres parecen más curiosas por el asunto que los hombres. Los menos interesados son los jóvenes (tal vez pensando en los capítulos estilo Black Mirror o Sex and the City que les brinda más posibilidades laborales y dejan su casa natal). Eso sí, los más entusiastas son los votantes de la izquierda (a la ultraderecha no le interesa nada, tal vez porque se asume como AcabóMundo). Y así, está izquierda joven acaso inspirada por el eslogan «Seamos realistas, pidamos lo imposible» de París 1968, se relata a sí misma en su retorno desde la aparente muerte política conservadora hasta el triunfo de una nueva “antigua sociedad”, para resistir los varios giros muy agotados. En cualquier caso, el 69% de los encuestados se declara «preparado» para aguantar lo que venga y seguir contando; «con lo necesario para cocinar salchichas enlatadas».

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Y a mí esto me extraña (a veces no) que este nuevo Mayo Francés no incluya o recomiende algún librito rojo de Mao. Algo que distraiga de tanta angustia. Una Biblia, un Corán, o una Torá, digo yo... Lo que sea. Aunque —a la hora del majadero libro que te llevarías a una singular isla desierta— yo siempre pensé en qué título me llevaría y finalmente siempre lo supe: “Viajes con mi tía” de Graham Greene.

¿Por qué? Sencillo en su complejidad sencilla es un novela y un cuento, y es reflexión y ensayo. Un curso práctico para aprender a vivir, y es muy gracioso. Todo en uno. Un libro multi-uso si alguna vez hubo uno así, después de El Quijote, por supuesto.

Pero lo que importa saber —del mismo modo que cada generación busca su Cien años de soledad, para casi enseguida descubrir que García Márquez hay uno solo y no se puede repetir—, es una constante regeneración de los deseos de cambio por siempre jamás.

En otra encuesta del 2019 —más amplia que la de Sachs and Company, y realizada entre tipos de entre 18 y 25 años—, concluyó que el 56% de ellos no tenían dudas en cuanto a que «la humanidad estaba sin sueños» y que se imponía ya no la «cultura de las respuestas vacías» sino que, incluso iba más allá: «la cultura del no estoy ni ahí» (con referentes del tipo Mel Gibson & Co.), donde el “tocó y me voy, que-se-acaba-el-mundo”, ha sido reemplazado por un; “mándame un WhatsApp pero no me llames”.

Por eso muchos los sociólogos han bautizado semejante síntoma de la vida social como: «utopía con final infundado», o la necesidad —patentada por Pedro el Escamoso— de sentirse el último en la historia de la TV popular y nacional, sin nuevas temporadas. Y a partir de ahí, entender la felicidad y convencerse de que este humilde fin de algo será parte de un final más ambicioso. Con espectaculares efectos especiales donde los re/ajustables métodos de aranceles globales funcionan como una cuerda de usos múltiples en una de esas medianoches sin retorno de un nuevo amanecer.

Pero, en verdad, el orden de las cosas pasan por varios lados a la vez: sin admitir la decadencia en cámara lenta (decadencia que va desde el propio cuerpo a la de ciertos sistemas geo/políticos; donde se anticipa un retorno de nacionalista individual, y autosuficientes sálvese quién pueda, junto a un mundo más estrecho otra vez), que deja ver la épica falta de juicio, justo al final de todo.

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Así es, vamos y venimos. Con Mimbre y Ratán, que tan de moda, mucho flujo y nada de reflujo tuvieron un tiempo. Y si me acuerdo de todo esto, es porque estoy escuchando la canción de Joan Manuel Serrat, A quien corresponda, que me pone en biografía, como banda de sonido de mi propia vida. Y eso otro, que señalaba Graham Greene en su librito rojo, donde nos advierte de que la novela ya había sido desactivada como posible fuente de verdad. Y que había que seguir buscando esa experiencia emocional en otra parte… Que ahora ni siquiera necesitamos malas noticias. Nos basta y sobra con los despachos y predicciones, y las alertas del clima.

Así, la vida real como inacabable telenovela-en-serie tercermundista donde, a veces, resulta que aquellos que nos habían dicho que estaban muertos y enterrados vuelven a aparecer como por arte de magia. Con un ilusionismo, desilusionado de ilusiones, y entre lágrimas por el humo negro o el humo blanco del Vaticano.

Y entonces —muy poco claro y muy oscuro— se nos viene un terremoto en Tierra del Fuego, y un apagón de luz, que te cagas, en la península ibérica, y la gente siguió girando. Y coloriendo al cerro, y juntándose, hablando, compartieron como antes, y uno se pregunta: ¿Otro perfume francés en Mayo?

O una vez más… el mundo sigue girando aún sin tu amor, chéri

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