Noche de terror en el Castillo de San Felipe

Por Antonio Prada Fortul

El barrio el Espinal en Cartagena de Indias, es uno de los más antiguos de esa ciudad. Se conoce como “Pié del Cerro” por su ubicación frente al castillo de San Felipe de Barajas. El barrio en ese entonces, carecía de pavimento y alcantarillado, las lluvias formaban grandes charcos en las calles que los soles del Caribe cartagenero evaporaban en un caldo hirviente y sofocante en la canícula del medio día.

Terror-BOSQUE camino

Las casas estaban construidas en madera machihembrada con multicolores fachadas y patios llenos de frutales, lugar convocante donde se reunía la familia los domingos después de misa. En una de esas casonas vivía Julián Caicedo.

Tenía diez y seis años, su vida transcurría entre el colegio, pescar en la bahía en celosos botes para capturar pargos, mojarras, jureles y jugar beisbol en el Playón.

Esa noche iba a salir con su novia, para el castillo y meterse en uno de los túneles, como lo hacían habitualmente.

Después de comer, se dirigió a la esquina a esperar a Raquel.

Al llegar esta, Julián agarra amorosamente su mano mientras se dirigen al interior del Castillo.

Arriba en la bóveda celeste, la luna llena de un color amarilloso, indicaba que Ochún, el Orisha del amor y la sensualidad, reinaba esa cálida noche.

Ese recorrido lo habían realizado muchas veces durante el noviazgo.

Con la confianza de siempre, se dirigen a uno de los túneles ubicados al final de la segunda rampa. Siempre iban al mismo lugar por lo cómodo y espacioso de esa garita donde solían amarse.

Cuando estaban en lo más fogoso de abrazos y caricias, los asustó un fuerte tropel que salía de las entrañas del Castillo. Alarmado por esos gritos del interior del túnel y el metálico sonido de los carramplones de las botas al retumbar en el piso, Julián le dice a su novia: ¡Vístete mija que algo pasa allá afuera!

Lo hacen rápidamente y salen de la garita. Al dirigirse a la salida del túnel, escucharon unas voces de marcado acento peninsular que al descubrirlos exclamaron: ¡Allá están los cabrones!

Ante la imposibilidad de salir por encontrarse en la salida los extraños sujetos, se dirigieron al interior de este para esconderse en una de las garitas, extrañamente a esa hora, el sitio estaba iluminado por unas teas ubicadas en las paredes que le daban a esos pasillos una espectral claridad.

Las voces de los perseguidores vestidos a la usanza bucanera, botas de tripulante de bergantín, espadones y sombreros alones, se sentía más cerca.

La pareja huyó apresuradamente y después de una larga carrera, encontró al final del túnel una puerta descascarada, pintada de verde oscuro y entornada, que dejaba filtrar la claridad del otro lado.

Sin pensarlo dos veces, la abrieron e ingresaron a un extraño lugar que parecía del siglo XV. Era un sitio extraño y casi irreal. Detuvieron su carrera, agitados, se dirigieron a una esquina donde estaban unas personas ataviadas con atuendos coloniales. La pareja vivía una terrible pesadilla.

Haciendo un esfuerzo para calmarse, se dirigió a uno de los presentes: ¡Señor, por favor ayúdennos que nos persiguen hombres armados! El aludido miró a la pareja y con refinado acento peninsular dijo sacando de su funda de cuero de cabrito, un delgado florete: ¡De donde coño donde habéis salido cabrones de la puta mierda!

Se alejaron velozmente del hombre con aspecto de pirata que se carcajeaba estentóreamente con sus acompañantes.

Observaron que por el portón que ingresaron a ese lugar, lo hacían los hombres que los habían acosado en el túnel. ¡Allá están! gritaron los perseguidores.

Continuaron su vertiginosa carrera y al doblar por la esquina de una callejuela en penumbras, encontraron una casa con las puertas abiertas. Rápidamente entraron a ella cerrando la puerta tras de sí respirando agitadamente.

 

Raquel asustada, gemía inconsolable.

Julián, la consolaba, desconcertado por la situación en que estaban inmersos. Afuera escuchaban las expresiones rabiosas de los perseguidores.

Por las rendijas de las tablas, notaron que el número de estos había crecido, más de diez personas los buscaban furiosamente.

Caminando por el desvencijado piso de madera siguieron por un corredor que los conducía al patio tapiado con piedras coralinas. Al llegar allí, vieron la puerta por la que habían entrado a ese tenebroso lugar. Tenían que llegar a ella a cualquier costo.

Apresuraron su huída y cuando Julián saltó la tapia rocosa después de Raquel, la puerta del patio se desprendió de sus oxidados goznes con un ruido estrepitoso de bisagras desencajadas y tablones abatidos, enseguida apareció la turba en busca de la pareja. Corrieron a toda velocidad rumbo a la puerta salvadora.

El joven reducía su marcha para no dejar rezagada a su novia a la cual asía por una de sus temblorosas manos, estaban cerca y los acosadores saltaban la tapia que los separaba de los perseguidos.

Llegó al portón cerrándolo tras de sí. Había perdido la noción del tiempo transcurrido desde su ingreso al Castillo, estaba cansado pero debía salir pronto de ese lugar. Escuchaba los golpes del aldabón, apresuró el paso sabiendo que pronto sería derribada y efectivamente, poco después, escuchó el estropicio de las hojas abatidas al caer en el suelo del túnel por las embestidas de los perseguidores que no estaban dispuestos a dejarlos escapar.

La luz que iluminaba el pasillo del túnel titilaba dándole al entorno un aspecto tenebroso y espectral.

A lo lejos apreció una débil luz que entraba por la boca del túnel, los pasos de sus perseguidores se sentían cada vez más cerca.

Sabía que era imposible escapar del hostigamiento de esos espectrales seres.

Julián, en caballeroso y hermoso gesto dijo a su amada: ¡Huye Raque, corre en busca ayuda que yo los detendré!

Agarró una tea que se encontraba en su cuna y esperó la embestida de los agresores mientras retrocedía hacia la salida.

Uno de los atacantes se adelantó y con su filosa cimitarra lanzó el tajo asesino. Ágilmente atravesó la tea en el sendero criminal del acero deteniéndolo.

El arma toledana, le produjo una herida en la cabeza la cual empezó a sangrar. Dispuesto a vender cara su vida, lanzó un patadón al español, que se agachó adolorido por el golpe propinado en “la parte innombrable del cuerpo”.

Agarró Julián la cimitarra caída y sin vacilar, cercenó con el acero la cabeza del español, la que hizo un ruido sordo al caer sobre las graníticas losas.

Al detenerse el miembro decapitado, giró emitiendo una risa maligna.

El joven se aterró al ver la cabeza acomodarse en el huérfano cuello del español.

El espectro al sentir de nuevo la cabeza en sus hombros, lanzó una risa pavorosa y el joven miró en el fondo de esos ojos malignos, toda la maldad del mundo, sintió en sus piernas, el orín de su cuerpo que empapó la entrepierna de su pantalón.

Decidido a morir peleando, mientras retrocedía hacia la salida del túnel asestaba mandoblazos con la cimitarra lanzando gritos de terror.

La turba se apretujaba en el pasillo del túnel tratando de sobrepasarse entre sí para acabar con el joven, que luchaba con valor decapitando sus perseguidores.

Cuando sintió cerca la claridad de la entrada, corrió a toda la velocidad, a pesar de su rápida carrera, sentía la respiración fétida, el olor a miasmas y humedad de cementerios que emanaba de los espantosos espectros que tenía tras de sí.

Tenía énfrente la salida, amanecía y al encontrarse a pocos metros, sintió unas manos atenazando con fuerza sus pies impidiéndole todo movimiento y haciéndolo caer en el suelo de rocas graníticas y milenarias cuando ya sentía la luminosidad del sol y el fresco de la mañana cartagenera acariciando su cuerpo.

Haciendo un gran esfuerzo, logró voltearse y pudo sentarse en el empedrado suelo; desde esa posición, empezó a tirar lances violentos con su cimitarra mientras retrocedía lentamente, clareaba rápidamente y a lo lejos se escuchaban unas voces provenientes de las faldas del Castillo.

Cuando pudo cortar los brazos que agarraban sus pies, la turba de españoles asesinos que lo perseguía, se abalanzó sobre el esforzado y valiente joven, el cual como resultado de la fuerte impresión, del cansancio y del terror originado por la situación que estaba viviendo en esos momentos cayó desmadejado y sin sentido con medio cuerpo fuera del túnel.

Raquel presa de terror pudo salir corriendo a toda velocidad de la Fortaleza.

No sentía cansancio, estaba aterrorizada, tenía su cuerpo empapado de sudor.

Desde que salió del Castillo San Felipe de Barajas donde reinaba el espanto, empezó a lanar gritos aterrorizados.

Eran las cinco de la mañana, sus familiares la buscaron toda la noche al igual que a Julián, Raquel asustada contó lo sucedido y la multitud se dirigió al túnel donde esa joven pareja había pasado la más terrible experiencia de sus vidas.

Al llegar los vecinos y familiares al túnel, encontraron a Julián desmayado, su mano derecha asía fuertemente una cimitarra antigua tenía el cabello completamente blanco, canoso por la terrible impresión recibida esa noche terrífica, sus pies estaban asidos por las óseas manos de dos cálcicos esqueletos peninsulares ataviados con las vestiduras características del siglo XV, que los tenía fuertemente agarrados.

El sol Caribe, entraba a raudales por el túnel misterioso disipando toda sombra.

Antonio Prada Fortul escribe desde Colombia.

Fuente: ARGENPRESS CULTURAL

 

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