Racismo a la inversa en una ciudad multirracial

Cuento corto

Por Nathalia Diaz Álvarez

Él se levantó, tomo su café matutino sin azúcar, así le gusta y pensó que sería un gran día para seguir en su búsqueda de trabajo. Tomó una ducha de agua caliente, su mejor camisa, actitud frente al espejo, practicó un par veces su lenguaje corporal y al final se echó una sonrisa y una bendición, convencido del dicho que dice su madre “Al que madruga Dios le ayuda”.

Sintiéndose invencible atravesó el torniquete del Metro. Esperó 3 a 4 minutos el vagón del tren, tomó sus audífonos y buscó en su playlist una canción que se ajustara a la actitud de esa mañana. Pasó unas cuantas hasta que dio

Nathalia C. Díaz

con la indicada, después observó su entorno, solía hacerlo casi siempre, tratando de averiguar quiénes son esas personas, qué hacen con sus vidas y cuál fue el motivo por el cual eligieron ese vagón.

Su estación llegó, tomó aire. Le gustaba subir los escalones de dos en dos, siguió caminando y moviéndose al ritmo de la música, estaba totalmente sintonizado, siguió las indicaciones a su destino, 3 minutos caminando, como lo indicó Google Maps.

Sobre la cuadra del lugar de destino, observó el espacio, llegó a la puerta, se presentó con la persona del front y esta le indicó que debía esperar unos minutos para ser atendido. Su CV era organizado, lo había diseñado semanas antes, con los debidos detalles, ortografía, y, sobre todo, la experiencia solicitada para el cargo. Su entusiasmo era notable porque creía que estaba en el lugar indicado y ese cargo era suyo, cumplía con los estándares establecidos.

El encargado del establecimiento llegó a la sala de espera, le tendió la mano, le dio las gracias por venir y ofrecerse al cargo que estaba disponible. Analizó su aspecto, le preguntó de dónde era y en dónde vivía. Observó su experiencia y dijo que se ajustaba a lo que estaban buscando, la entrevista no duró más allá de 7 minutos y al final terminó su conversación con un “nosotros te llamamos”.

Agradeció por haberlo recibido y por el tiempo prestado, estrechó nuevamente su mano y se despidió. Cuando iba caminando hacia la salida, le preguntó a una persona en dónde estaba ubicado el baño, le indicó y se dirigió allí.

Entró, se miró al espejo y notó que se encontraba un poco nervioso, sus manos sudaban. Se refrescó la cara y aun tenia firme la idea de que el cargo sería para él, que solo era cuestión de paciencia. Sacudió sus manos, volvió a tomar aire y salió. Nuevamente escuchó la voz de la persona que lo había entrevistado, quien hablaba por teléfono. Sin desear lo había escuchado, para desgracia de él, claramente escuchó: “Su perfil es bueno, su experiencia es tal cual como la buscamos, pero tiene un detalle, es un hombre blanco, según la instrucción y políticas de la compañía solo podemos contratar ciertas razas, lo siento mucho, espero poder suplir esa vacante lo más pronto posible”.

Como si un cuchillo atravesará su estómago, tomó distancia, se resguardó en el baño. No podía creer lo que acababa de escuchar. Creía que su agonía se había acabado, creía que sus preocupaciones habían podido cesar, pero no fue así. En el momento deseó haber sido de esas razas que según contrataban. Dos lagrimas de rabia cayeron sobre su mejilla derecha, tomó por tercera vez aire, su maletín y salió del lugar.

Ilustración: Joey Guidone

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