Que se vayan todos… y se fueron…

Por Carlos Alberto Parodíz Márquez
(Marzo de 2008. A la Merello y los que se fueron con ella)
El sol pelaba castañas en el patio sevillano. El mediodía se abatió dispuesto a clausurar la navidad a fuego lento. No me quejo. El y yo tenemos buena relación, algo en general difícil para con el resto.
La pareja de calandrias competía impiadosamente con los zorzales, el canto fue, por momentos, implacable pero como dijo el alemán epiléptico, “sin música, la vida sería un error”
No hubo telefo/mensaje, esta vez. Yon golpeó en clave de fa, el vidrio esmerilado de la puerta.
-Feliz Navidad-, anunció cauto aunque previsible y formal. Gruñí, porque todavía la penumbra decidía sobre mi razón. Acostumbro en estos casos, hacer silencio. Es lo que mejor me sale.
-Se fueron todos, la última fue “Tita”, cerró la puerta y apagó la luz – y añadió, – exiguo como los alimentos que no llegan donde deben llegar; como los medicamentos, que se quedan por caminos errados, cuando deben ir rumbo a los hospitales y salitas; como los “peajes”, que los desocupados pagan por un “Plan” a funcionarios, punteros, referentes o camaradas, con respecto y con respeto, a la muerte de la Merello.
Como me queda cómodo, seguí con mi mirada perdida la sombra de la mujer dorada quien, no sé porqué, planeó para quedarse entre las rosas bicolores. En el cielo, una nube con forma de ángel si estos tienen forma, ejercía misterio y ministerio.
En la tierra o no tanto, el águila desde el poste de luz próximo, acechaba o dudaba sobre el camino a seguir, nada nuevo. No era el pájaro nacional, en estos tiempos es la mosca. Es sí, patrimonio local, casi barrial y su recorrido incluye fidelidad, una de las pocas que conozco.
El pasillo cerámico, sepia oscuro, amortiguó sus pasos, no los míos porque estaba descalzo.
El Absolut Diet cin jugo de naranja más hielo granizado esperaba, lo hacía junto al plato rojo cargado de trozos de pan de cebolla, tostados y untados con salmón, rociados por salsa tártara. Obsequio del vasco vía, parece, de la dueña del Alfa gris, expresión de deseos no sé si buenos, para sus permanentes usuarios, nosotros.
Como siempre él no reparaba si me interesaba su charla, ni si guardaba algún margen para la curiosidad por conocer razones de su presencia.
-Ella fue la última de la fila. No se privó de nada. Llegó invicta a los noventa y ocho. Nunca se enfermó-, agregó como al pasar, fortaleciendo la sospecha de que Favaloro le dio albergue -nada transitorio por cierto-, quizás para descifrar el milagro de las resistencias.
Pensé en su afirmación, pero me expulsó de la cavilación, mientras trasegaba metódico el tentempié.
-Me parece que desde ahora tendremos que arreglarnos solos. Los “maestros” y “maestras” de la gente se han marchado. Nos quedamos sin la palabra. Sin el ejemplo. Sin el rezongo. Creo que no vale la pena enumerar, cuantos se fueron este año. Lástima que se fueron ellos. La “Tita” eligió el día y se dio el lujo de regalarse una noche buena-, apuntó en tono quedo.
-¿Y entonces? -, fue mi mayor despliegue de lucidez.
-Tal vez ha llegado el momento de hacernos cargo de nosotros-, dijo.
-Tal vez sin papá ni mamá abandonemos la comodidad que alguien resuelva nuestros problemas-, aumentó la apuesta.
-Tal vez ya ni Dios ni la Patria, tengan tiempo de demandarnos-, se burló al advertir mi pesadumbre.
-Tal vez empecemos a vernos las caras de verdad y a interesarnos, por las dudas, sin quejarnos-, agregó, decidido a martirizarme. Además yo iba por el cuarto Absolut que había dejado de ser Diet y transportaba hielo, como una foca herida, por lo tanto podía seguir hablando, sin objeciones.
-Tal vez no quede tiempo para la soberbia y nos anarquice el respeto profundo, no formal-, esto sonó con enojo. A él la anarquía lo puede, mal. Claro que requiere un tópico, hablar de su idea de la anarquía.
Pensé, algo dudoso en mi estado, que un balance de año es quimérico. ¿Por qué? Solo se puede considerar si aprendemos a contener los opuestos. Todo sucede al mismo tiempo y por opuestas razones. Alguien nace y alguien muere y en ese milagro reside, a pesar nuestro
La resistencia a aprehender las señales.
-¿Por qué tropezamos con la misma piedra, cuando deberíamos tener los dedos ampollados de repetir el accidente?-, pregunté contemplando el fondo blanco de la copa de cristal, con forma de grulla transparente.
-Deseo que aprendamos a pedir perdón. A admitir cuando nos equivocamos. A decir no sé, cuando haga falta. A dar sin preguntar. A regalar aquello que es preciado para nosotros, no comprando con lo que nos sobra. A olvidar cada cosa que hagamos por los otros. A caminar uno al lado del otro. Agradecer cada día a quien sea y vivirlo como una aventura. A dejarnos de joder, de una vez, por todas-, dijo todo esto sin ponerse colorado. Me miró fijo, brindó en silencio, por el año que se viene y por el que se va, bebió su trago de una y se fue sin saludar. Es vasco, nada puedo hacer.
Carlos Alberto Parodíz Márquez escribe desde Alejandro Korn, Buenos Aires, Argentina.
Fuente: ARGENPRESS.CULTURAL
 

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