Semana Santa: bostezos modernos

› Por El Lector Americano

(Burke, 18 de abril de 2025)

¿Quién te llamó? —me preguntó mi amiga Adriana—, con una sonrisa pícara.

  • No me digas —retrucó.
  • En serio, él es XX—, le respondí.
  • Que bueno. Cuando vuelva a llamar, avísame para saludarle.

Hace años conocí un famoso actor de TV, cuando yo hacía radio, y desde entonces empecé a comprender por qué algunos tipos merecían el calificativo de «grandes artistas». Para la época en que le conocí, mi amigo actor era mi Groucho Marx, o sea el tipo que me había ayudado a reír y pensar las cosas de la vida a través de la ficción.

Cuando lo vi personalmente, por primera ves, a fines de mi primer año en que salí de Chile, yo estaba muy golpeado por no vivir en Chile. Para entonces no creía mucho en la modestia de la gente famosa: la vanidad del hombre famoso siempre conlleva un grado de soberbia enfermiza a veces. Pero cuando estuve sentado frente a él, y me agradeció de que por fin nos conociéramos (yo traía una carta de un amigo en común en tiempos complejos), lo sentí sincero y muy fraternal.

Lo traté por muchos años, charlando mucho menos veces de las que hubiera querido, pero con XX aprendí que después de treinta años de buen teatro y cine, un tipo genial y amable puede estar más allá de todo, pero nunca más allá de las personas comunes como yo.

Foto cortesía.

Eran tiempos de mucha incertidumbre. A tres años del fin del milenio. De nuevos Tiempos Pos/Modernos, de muchas minifaldas negras, pantalones bien ajustados, y chamarras de cuero. Un tiempo en que alguien —desde Washington DC— había decretado el fracaso de las utopías, el fin de la historia, y las mujeres habían sucumbido a mostrar sus formas gracias a Sex and The City. Y los jóvenes atornillados en sillones de ratán, vestidos de “jeans Fiorucci”, también gastan el tiempo en terrazas, y entre bostezos y modorra, dan una idea de cómo podría llegar a ser el próximo fin de siglo.

Este es un otoño raro, de Semana Santa, de veinticinco grados Celsius, y las terrazas —bares con mesas a la calle— están condenadas a usar ventiladores de pie para los clientes. Los dueños de los bares, con ciega confianza en el boletín del tiempo, seguían alineando, mesas y sillas de mimbre en las veredas, después de haber puesto esos tubos de calefacción en un otoño raro que no llegaba nunca. Casi un error en el calendario sudamericano, pero las sillas, mesas y la protección del frío, en esos días no estaba en el orden climático.

Pero dos semanas antes, el miércoles anterior a la Semana Santa, mientras la TV se preguntaba si las “Pascua” eran fiestas de perdón o contrición, miles de personas bloqueaban las rutas con destino a los balnearios turísticos. Y con un ritmo espasmódico, el feriado de cuatro días había dejado 160 muertos en las carreteras de cercanías e interestatales.

Foto cortesía.

Eso sí, gracias a las procesiones, las fiestas católicas, de Semana Santa, resultaron más «televisivas» en el país profundo. Las ciudades capitales nunca tuvieron mucha fe en la pasión cristiana.

Campesinos del país que nadie ve, “arrodillados» se persignaban en las parroquias de fronteras, y miles de penitentes revivían, descalzos, la pasión de Cristo. En la tapa de los semanarios de la farándula, la religión fue portada: en una encuesta sobre Juan Pablo II, los jóvenes menores de 20 años definían al Santo Padre como un rey europeo.

Por otro lado, el correo trabajó a toda máquina: miles de personas se dedicaron en estas Pascuas a actualizar su correspondencia. De esta época son las cadenas de dinero y buenos deseos que hacían furor, y se trataba de agregar cinco nombres en una lista y depositar unos cuantos pesos en un envío bancario. Así se podían recibir millones o, por lo menos, cartas ingeniosas, para “ayudar” a la caridad cristiana. Como la que sorprendió al periodista Juan José XX ese fin de Semana Santa : «Cadena de la felicidad —decía el sobre—. Y adentro una nota que decía; “Esta cadena ha sido hecha para los hombres cansados, agobiados y agotados. No es necesario enviar dinero. Pero eso sí, mande cinco copias a amigos que sean de su entera confianza. Después, haga un paquete con su esposa, y envíelo al primero de la lista, y coloque su propio nombre en el último lugar. Así, quizás, usted recibirá 15.000 mujeres. Alguna de ellas podrán ser interesantes, o distinta a la suya. No corte esta cadena”.

Después se supo que un marido, cortó la cadena, y recibió a su mujer de vuelta.

Algo similar, otro conocido de Juan José XX recibió 18 mujeres: “Unos días después fue a su entierro, pero el finado tenía una sonrisa en sus labios que jamás le había visto en su vida», —decía con gracia el periodista.

Viernes Santo. Dos imitadores de distintos tamaños durante estos días provocan las risas de los peatones de la ciudad. Uno de ellos mide un metro treinta y es una pequeña réplica de Carlos Menem: es un actor de origen tunecino, que trabajó en Estados Unidos, en la serie Hawai 5-0. El programa Viaje con ellos lo puso al aire por la TV Pública. Con traje azul, y fumando habanos cubanos, es entrevistado por una actriz que imita a Marilyn Monroe, y funge como una periodista oficialista. El Menem enano tuvo el 67 % de la audiencia televisiva. El semanario Siglo XXI  le dedicó su tapa con un título lacónico: «Lo que te achica es el poder».

El otro imitador es de tamaño normal: una réplica de Vladimir Putin, más joven y con ojos menos fríos de pescado que tiene hoy. Este Putin vende DVD de la colección James Bond. Y en su y y da unas dedicatorias que dicen: «Regalo de Valentina Tereshkova», y remata diciéndole a los clientes que estos vídeos son auspiciados por el departamento de tráfico de la Metro-Goldwyn-Mayer.

En canal de TV, pero privado, anuncia para el fin de Semana Santa, el estreno de Emanuelle, la película “hot soft” que más de cien mil capitalinos vieron, durante la última dictadura, viajando una provincia frontera, Ciudad del Este en Paraguay. Ya casi nadie recuerda que aquellos viajeros fueron llamados «la ruta caliente» por la prensa de la dictadura.

—¡Vaya vaya! —me dice ahora un taxista mirando por el espejito—. ¡Si no pasan esta gran película seríamos como ser del Tercer Mundo!

Tercermundista, en esos años, se había convertido en un insulto.

Conseguir un trabajo es o no ser del Tercer Mundo.

Una obra pública puede ser o tercermundista o de país desarrollado.

Una fila en la parada del bus de más de tres personas es definitivamente del Tercer Mundo.

El país está limitando la inmigración pero toleran a miles de trabajadores clandestinos, porque es mano de obra barata.

—¡Ey! No hay trabajo para tantos, eso hay que decirlo- me dice el taxista levantando la voz.

Foto cortesía.

De casi todos los sectores sociales califican positivamente el plan económico neo y ultra liberal del gobierno menenista, aunque ignoran un detalle: más de cinco millones de desocupados.

-Que no son cinco, serán apenas cuatro millones-, responde exaltado el taxista.

Los años pasan y un importante sector de la sociedad de esos años -¿la mitad? ¿el cuarenta por ciento?- vive dentro del circuito económico legal, y gana más de seiscientos dólares por mes y se amontonan en las autopistas por la Semana Santa. La otra parte simplemente está marginada de la economía, viven al día, o en el desempleo, y está compuesta en su mayoría por jóvenes, mujeres y muchos profesionales que deberán estrenar su diploma conduciendo una camioneta de reparto, o un carro de alquiler.

Juan Carlos Camus, sociólogo e investigador de Harvard, escribe en la prensa grande: «Mejor no pensar ni en la vejez ni en la muerte. La única muerte que hoy está bien vista es la que te toque con una bomba nuclear. Así los que la van a ver, y los mirones, quedarán totalmente eliminados. Son años en que viven día y noche ante la TV, aunque esté desenchufada. Todos quieren poseer algo de una imagen latente de porvenir, a cualquier precio».

Más tarde, en una vuelta al mundo en tres horas, en las terrazas del otoño caliente, las chicas vestidas de negro adivinan que sus padres fueron algunas vez jóvenes e inmorta-les. Las chicas tienen la mirada extraviada y lánguida, y el rostro alargado como un cuadro de Picasso, y emiten cada tanto pequeños ruidos guturales. Piensan en un “crush” o un levante para terminar la tarde caminando por la Avenida Libertado, tomando la sexta cerveza y deseando dormir el Domingo de Resurrección hasta las cinco de la tarde.

Cristo sana. Cristo salva…

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