Sociedades enfermas y socialismo real

Por Jaime Richart

Ante todo he de decir que cuando me muestro tan severo siempre con la marca “España” es porque este país se pasa su historia regida por incompetentes o mediocres; nunca aparece esa España lúcida y asombrosa que permanece ordinariamente en la sombra y que sólo una vez, y perdió, estuvo dispuesta a disputar su destino contra batallones de necios…

Hace muchos años, durante la dictadura, mantuve una estrecha relación con un alto funcionario de la embajada de la Unión Soviética. A lo largo del tiempo fuimos intercambiando impresiones y filosofía acerca de su sociedad socialista, y la mía capitalista. Eran tiempos en que los estragos de la desigualdad social eran imputables todavía al capitalismo industrial. No sé qué hubiera dicho ahora al presenciar los del capitalismo financiero…

Naturalmente su visión del mundo, como la del pueblo ruso y países del entonces llamado telón de acero, eran las propias de una filosofía o doctrina muy meditadas y conformes a una conciencia social muy evolucionada. Nada que ver con la irracionalidad brutal economicista del capitalismo asentada en una mentalidad infundida a Europa principalmente por el pragmatismo anglosajón y potenciada por las favorables condiciones de conquista del continente norteamericano y posterior expansión de la estadounidense tras la segunda guerra mundial.

Desde los tiempos de la primera ministra británica Margaret Thatcher, que no creía en la existencia en la sociedad y sí sólo en la de los individuos (luego reforzada su doctrina por los ensayistas mediáticos estadounidenses con los hermnaos Kaplan a la cabeza), se viene fraguando a ojos vista el proceso del desarbolamiento del Estado que terminará acabando en manos privadas. Y cuando se habla de privatizar no se está pensando en vofiar el objeto de la privatización a un individuo aislado con algún mérito, sino a grupos de personas, sociedades mercantiles lo más anónimas posible o a auténticas mafias; proceso que ahora está perfilando el virtual desmembramiento de las sociedades «rescatadas» principalmente mediterráneas…

Una de las cosas más resonantes de aquellas conversaciones que recuerdo es la idea que los soviéticos tenían precisamente de la sociedad yanqui. Para ellos la sociedad estadounidense era una sociedad «enferma». Ellos, tampoco es que creyesen estar en posesión de toda la razón -me decía-, pero tenían por valor incanjeable el esfuerzo de todos por lograr una sociedad menos desigual en todo aquello que es posible evitar. Entendían que salvo en cuanto a las diferencias físicas, todo lo demás es corregible, subsanable y compensable.

La iniciativa privada no debía dejarse a la voluntad o el capricho del individuo aislado. Debía ser encauzada hacia el bien colectivo y vigilada por el Estado. El ajuste entre la producción de lo básico y el consumo era la piedra angular del socialismo real. Esta sociedad, la occidental, por el contrario, ese ajuste lo confía al resultado del choque de las fuerzas económicas o, por mejor decir, de la conjunción de la astucia y de la fuerza prácticamente descontrolada de los individuos económicos ordinariamente consorciados.

Ambas maneras de entender el mundo marcaban la distancia entre una sociedad verdaderamente avanzada y otra empecinadamente inmadura. En ese sentido la sociedad estadounidense era, en efecto, una sociedad enferma de desigualdad, enferma de incultura, enferma de deshumanidad…

Pues bien, España, después de 40 años de dictadura real, ha seguido ciegamente la misma senda de la veleidad, el mismo camino de informes y abstractas fórmulas del mercado que no son si no luchas entre predadores y depredados, entre los organizados y sus víctimas, entre la idiosincrasia de los pueblos de potente inteligencia colectiva y los pueblos de débil inteligencia organizativa.

Las leyes del mercado, esas a la que se fía todo y parecen arreglarlo todo, ceden ante la idosincrasia de los pueblos. Cada idiosincrasia, al margen de las leyes económicas y de las leyes positivas correctoras, produce resultados sumamente diferentes. La economía de un pueblo que vive la mayor parte del tiempo de su vida entre el trabajo y su casa, que combina lo viejo y lo nuevo, la tradición y el progreso, el consumo y el ahorro, tiene poco o nada que ver con otro que sólo busca el modernismo en lo nuevo y en el despilfarro del dinero prestado… Las conductas económicas de uno y otro Estado, de unos y otros ciudadanos han de producir resultados económicos sumamente diferentes. Y las de la sociedad hispana es lo que ha provocado ruina y gravísimos desequilibrios; una sociedad poco preparada y peor organizada que, como nuevo y ridículo rico, no ha sabido asimilar el dinero prestado por los países de la Europa Vieja.

Durante estas tres últimas décadas, en este país que parece enloquecer, ni los gobernantes ni los bancos ni las clases sociales poderosas han sabido relacionar causas y efectos, ni calcular las consecuencias del consumo excesivo. Han ignorado los estragos que a la larga o a la corta causa la ambición desmedida propiciada ya de por sí por el propio sistema. Todo eso es lo que ha ocasionado el desbarajuste económico y social que ha vivido este país tanto en la época de gasto manirroto como en la de las presentes y futuras restricciones que hacen retroceder a la sociedad de nuevo tres décadas.

Esta sociedad, la española, estuvo primero enferma de miedo y de cobardía durante la dictadura, luego, ya en la democracia, enferma de frenesí hipotecándose y comprando a plazos, y luego, hoy, después de un periodo de perplejidad y otro de indignación, enferma de depresión profunda porque el Estado y las Autonomías y los ciudadanos empujados por ellos, se han gastado todo y no puede pagar a quien le prestó….

A salvo extraordinaras personalidades, casi todas anónimas, España en su conjunto es una sociedad enferma en el sentido a que mi amigo ruso se refería al hablar de la estadounidense.

La curación no existe. Mejor dicho, la curación sólo puede llegar a través de la implantación de otra columna vertebral que se llama socialismo real. Mientras éste no llegue, el país seguirá descomponiéndose, la economía irá dando tumbos, y no sólo aquel bienestar ficticio y pasajero vivido durante al menos dos déadas se habrá acabado, si no que no habrá atisbos de una sociedad razonablemente feliz: el fin último de toda política, de toda economía y de toda filosofía social; fin que aquí primero han prostituido los políticos, los asesores económicos, los magnates de la banca y de la empresa y prácticamente toda la sociedad institucional, para acabar absolutamente corrompido. En definitiva, una sociedad enferma del viejo mal combinación de la codicia y el cretinismo…

(Salir al paso del socialismo real coon el pretexto de que fracasó desde la caída del muro de Berlín, es otra puerilidad más. Es evidente que China ha desarrollado el plan del comunismo, y está a la cabeza de la economía mundial con una libertad progresiva de mercado y gradual de la sociedad, de acuerdo con el plan inicial).

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