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› Por El Lector Americano
(Burke, 16 de abril de 2025)
Volviendo de atrás y yendo hacia adelante, miro una cita con ojos bien abiertos de mucho Friedrich Nietzsche: «Quien lucha con monstruos que se cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti».
Y entonces me adentro a mí mismo, y no me reconozco. Y me digo, así habló The American Reader, porque no me da el cuero para ser Oscar Wilde. Y el recuerdo mi primer ascensor, me devuelvo a mi niñez del sube y baja, y pensé: así debe ser volar en avión. Como prologando el gusto de irme y venir, y volviendo a Nietzsche, reconsidero el ascenso del ascensor de niño, y siento que lo único que quiero —a fecha de hoy— es mirar a otra parte. Y vivir en otra parte.
Noches blancas. Vivir en Burke, es pasar la noche como algo inexplicable. Digo, en una zona arrítmica y ansiosa de mi corazón izquierdo está Virginia: y Burke es uno de las arterias que te hacen insomne en el Estado de Virginia: aquí se duerme poco. Es demasiado silencioso. Cuando apago la luz de casa, a las 21:00 hrs., es muy inquietante, como recordar ese ascensor infantil o una sentencia de Nietzsche, que te invita a estar más insomne. En ambas casos -de rotundo albedrío- no tengo claro, no estoy del todo seguro si tengo que ignorar o no esto que digo. Porque estas ideas pueden estar referidas tanto a la noche, que aún no ha sido puesta a punto o, lo contrario, al día no está listo para hacerse noche. Una disyuntiva que produce vértigo y, por lo tanto, decido enfrentar este tipo de dudas con Melatonina 10 mg. Así salgo y cierro ese ascensor infantil, que no era avión, y asciendo (cierro los ojos para evitar ser perturbado por mi propio espejismo), y bajo a escribir lo que haga falta.
Y, claro, al final termino hablando con una amiga, las noticias de ayer… esa de los aranceles, que no dan tregua. Y recuerdo, los 100 años de El Gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald. Un libro que trata sobre relaciones amorosas, pero también sobre el dinero, la lucha de clases y el retrato de la gran depresión económica de Estados Unidos. De cómo es que devino la noche, el día, y la noche otra vez, y más de veinte años de necesidades colectivas, y que ya nadie se acuerda en Estados Unidos. Pero sobre todo, el libro habla de las relaciones de las personas con el dinero que, como dice la canción: “money money money”, con Lisa Minelli y Cabaret, certifica el materialismo fetiche del dinero.
Como sabemos, siempre hay un principio y un fin, y todo insomnio siempre trata de un rollo existencial y certero: la parte económica de la vida. O como lo dijo el sabio Bill Clinton del mundo siglo XX: «It’s the economy, stupid». Y hoy los aranceles en la torre del insomnio.
Jugar por jugar. Y el año que viene (y este también) debemos estar seguro que la parte económica de la vida será un axioma. Una verdad verdadera del cual todos hablarán. También un cambio de timón, con viento de popa, que se llevará puesta a la economía global en los cálculos sin calculadora por parte de El Gran Hermano, de este mundo casi pos capitalista. Y solo esto, será una coartada perfecta a la hora de subir los precios y… claro, esto también explica porque voy menos a Costco, y que el modelo “arrasemos con todo que algo quedará”, no es una entelequia, sino, pregúntenle a los haitianos que algo aún les queda.

Había una vez. Serán buenas noticias para los robots del futuro..: nuestro mundo conocido quizás nunca lo fue, sino que siempre fue un juego de Ruleta de alto riesgo, de un mundo girando sin amor. Y si el cansancio mental es consecuencia directa del mal uso del suelo, y las redes sociales son cada vez más antisociales, ahora sabremos que estamos a punto de caramelo para la siguiente la etapa de “verdadera antipatía mundial” cuando lleguemos a septiembre enfrentándonos con sinceridad. Y los supuestamente justicieros del buen capitalismo pase a ser más “a degüello” por medio del “transfer Money”.
¿De verdad —de creer que esto es una reivindicación histórica— el mundo terminal se conforme con tan poco? Esto me pregunto, y vuelvo olímpicamente a Scott Fitzgerald quien, alguna vez dijo: “Hay que acercar la silla al borde del precipicio y te contaré una historia» y, ya que estamos, «Muéstrame un héroe y escribiré una tragedia». Y todo mal en los años 20, 30, 40… que es más o menos ayer pero que nadie recuerda. Todo muy trágico con poco o nada de heroísmo… más cerca del la línea del borde, que define estos últimos tiempos, de “mi tiempo (a)fuera”.

Workingman’s. Y aquí sigo. En Burke (en el insomnio me tomé dos horas de sueño para asegurarme tener mi identificación por si “la migra” me detiene cuando vaya al baño de casa). Porque la cosa es así: los mediáticos y especialistas en lo que sea, ponen nervioso a uno, ¿y si la gente de migraciones me manda a El Salvador para que Bukele me la clave? Porque el Código Bukele no es un galimatías: ese que dice que mientras no andes por allí terminado a mano (tatuajes), los “canas de la migra” no te harán nada. Es decir, te apretarán algo pero un poquito no más. Pero si te toca ir al país más seguro del hemisferio: el código dice lleves harta vaselina para que no se te irriten los cachetes de tanta contra/natura, que tanto le gusta al Nayib.
Por otro lado, ¿se dieron cómo se mira Bukele el espejo de El Gran Hermano? El tipo debe pensar, ¿qué pasaría si todos los planes de Mister Smith le salieran bien -más allá de las pérdidas de Wall Street- y al final dos millones de salvadoreños se terminen regresando de golpe a su tierra? Y mientras Nayib se hace una selfie, se debe decir: mejor no pensar en nada. Y deja atrás la no-ficción y se concentra en la ficción de hacerse de un país bien carcelario.
Y ahí vamos, ahí sigo: despierto a las 5:00, recién facturado sobre el precio de negocios globales sin equilibrio. Cansado de hablar de amor sin saber amar, con mis ojos como el espejo del alma de mi ascensor privado cuando soñé volar. Miro hacia abajo, después miro desde arriba. Y despierto dándome cuenta que el mundo no cambió nada.