Tras corneados, apaleados por las nuevas ideas

Por Luis Reyes

El amor a nuestro país, a nuestros cantones, a nuestras ciudades de nacimiento han alimentado por mucho tiempo el deseo de ser parte del sistema político, a los que somos parte de la Diáspora Salvadoreña.

Muchos seguimos soñando con ser parte de los cambios que nuestro país necesita, para salir adelante y contribuir con nuestras microempresas al desarrollo de nuestro país, para dejar de ser un país empobrecido.

Así como el ser humano es un ente político, los que emigramos también somos entes políticos que queremos ser parte de la historia, que genere mejores condiciones y oportunidades en nuestro país.

Los golpes de la vida, la lejanía de nuestras familias y hermanos, también nos han empujado siempre para querer llevar el conocimiento y la experiencia que adquirimos en otros países a nuestra tierra. La participación política es una de las vías con las que nosotros, la Diáspora, podemos compartir nuestras experiencias con nuestros hermanos.

Sin embargo, actuamos con el corazón y no con la cabeza. Debo admitir, que somos ingenuos al pensar que los políticos de nuestro país tienen interés en hacernos partícipes de cambios o peor aún, que quieren ser impulsores de los cambios necesarios para el desarrollo.

Una vez más, los que creemos en esos cambios, fuimos utilizados. La Diáspora sigue siendo presa fácil y manipulable, que los políticos aprovechan muy bien en tiempos electorales.

Nos sigue pasando. Los candidatos vienen, llegan a nuestras ciudades en Estados Unidos, en viajes que nosotros muchas veces nosotros financiamos, se toman fotos con nuestras comunidades, aprovechándose de nuestra humildad, se toman fotos con nosotros y nos hacen creer que somos parte importantes para el país, y hasta nos llaman amigos…

Y lo peor, vienen a promover cambios sustanciales que nunca llegan. Se aprovechan de nuestras bondades y apoyo, nos engatusan con espejitos… nosotros seguimos creyendo, porque el hecho de que un político nos llame o nos dé su número de celular nos hace sentir importantes, es parte de nuestra ingenuidad y humildad.

Nueva Ideas no fue la excepción. Quienes apoyamos o promovimos su creación, nos entusiasmamos con ser parte de ese gran proyecto, que no solo nos costó tiempo, viajes adentro y afuera de nuestros lugares de residencia, tiempo valioso con nuestras familias, dinero mal gastado, que en muchos casos ni teníamos disponible.

Hoy nuestro esfuerzo terminó en un sueño, como ya nos ha pasado. Con la esperanza de ser parte de los cambios, nos hicieron creer que éramos miembros importantes de un proyecto innovador, de un partido político del pueblo y para el pueblo. Esa fue solo una estrategia más.

Lo horizontal jamás existió. La idea fue horizontal, únicamente para llenar las plazas de los pueblos, tanto en nuestro país como en los Estados Unidos. Lo horizontal fue solo para lograr la participación de miles de personas en mítines que nosotros llenamos con excursiones y buses pagados por la diáspora salvadoreña.

Acarreamos miles de personas de un lado a otro, pagamos refrigerios, pancartas, recursos, con el esfuerzo de muchos hermanos en el exterior. Vendimos camisas, pupusas, tamales, yuca con chicharrón, horchatas en los barrios de Los Ángeles, San Francisco, New Jersey, Washington, D.C., Boston, New York, Virginia, Maryland, y otros lugares de Estados Unidos; para que Nuevas Ideas creciera, según nosotros nos estábamos haciendo historia.

Por nuestros ruegos y a regañadientes aceptaron la representación de 69 personas de la Diáspora. Pero después nos cerraron las puertas y de la forma menos leal, nos sacaron de los espacios que con trabajo creímos haber ganado bajo el sol o enfrentando el frío del invierno norteamericano. Parecía que lejos de vernos como aliados, nos vieron con temor porque pensaron que podíamos convertir al movimiento en el partido de los salvadoreños en el exterior.

El menosprecio hacia la diáspora no fue evidente sino hasta que dejamos de ser útiles, hasta que dejamos de pagar las cenas y los hoteles en los que se hospedaron. Pero aun así, y con ilusión, llegamos a nuestro país para ser parte oficial de la constitución del partido Nuevas Ideas.

Sin embargo, y no sé si los compañeros fundadores se dieron cuenta el día de la firma de las actas, por primera vez conocimos al gran familión y la cherada de Nuevas Ideas, que ahora no solo es parte del acta de constitución, sino que también es parte del gabinete de gobierno.

La diáspora quedó, una vez sin representación política. Sabiendo esto, seguimos siendo ilusos, pensando que éramos parte importante del nuevo orden que generaría cambios en el país. Nunca nos imaginamos que nos negarían el derecho de participación, que habíamos pagado con bondades y con arduo trabajo.

Muchos se aventuraron para participar, la Diáspora y los salvadoreños que están en el territorio nacional, trabajaron con esmero día y noche, sudaron la camiseta con sus comunidades allá en El Salvador y en Estados Unidos, con la esperanza de ser incluidos de verdad en el partido de las Nuevas Ideas.

Ninguno imaginó que los dados estaban cargados desde el principio y nos volvieron a tomar el pelo. Nuevamente, nos utilizaron y nos estafaron, hermanos salvadoreños.

Así como los españoles se aprovecharon de la ingenuidad de nuestros ancestros, los indígenas, y le dieron sus baratijas y sus espejos a cambio de oro; así, la cúpula de Nuevas Ideas nos dio solo sus baratijas y las ilusiones a cambio de nuestro apoyo.

Pero esta nueva desilusión no debe dejarnos vencidos. Aún es tiempo de seguir luchando por nuestras comunidades. Aún es tiempo de seguir trabajando directamente con ellos, llevando la ayuda que necesitan, sin intermediarios políticos.

Aún podemos seguir construyendo cambios, sin ser la escalera que los políticos inescrupulosos que nos siguen utilizando para sus ambiciones personales.

Hoy, los políticos que nos engañaron están en la cúspide del poder. Están embriagados con el poder que tienen, con el poder que el pueblo, es decir nosotros, les concedió, pero estos políticos deben recordar que el poder se acaba en menos de lo que canta un gallo.

Para nuestros hermanos salvadoreños emigrar sigue siendo la única opción que sueñan con un país mejor. Siempre lo he dicho, emigrar debe ser una elección y no la única opción. Puedo asegurar que los inmigrantes, la Diáspora, somos la reserva moral de nuestra tierra; lo hemos demostrado con nuestro trabajo, con nuestra humildad y con nuestras buenas intenciones, sin manchas políticas.

Siempre hemos estado listos para ayudar a nuestros hermanos. Pero de nosotros depende que nos dejen de ver como los ilusos que pueden ser utilizados al antojo de los políticos del momento. La Diáspora necesita estar unida para exigir el respeto que se merece, porque contribuimos con sudor y lágrimas al desarrollo de muchos municipios de nuestro querido país.

Sin nosotros, sin nuestras remesas, sin los salvadoreños que viven en el exterior, el país estaría igual o más empobrecido que otros países como Haití, por ejemplo. Pero de nosotros depende, hermanos de la Diáspora, darnos cuenta que sí somos parte importante y necesaria de los cambios que nuestro El Salvador necesita.

De nosotros depende lograr desarrollar las herramientas que necesitamos, para que los políticos dejen de vernos como los ignorantes que financiarán sus campañas, o que seguiremos influyendo con nuestras familias para conseguirles sus votos y que los llevarán a sus puestos políticos. De nosotros depende dar el primer paso, para generar esos cambios reales que nuestro país y nuestros hermanos tanto necesitan.

DIOS BENDIGA NUESTRO QUERIDO EL SALVADOR.

 

 

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