Una de izquierdas

Por Alfonso Villalva P.

Así. Genérico, equívoco, ambiguo; en plural o singular: izquierdas. Así, como si se tratase de un gentilicio: “Hola, muy buenas, yo me llamo Pepe y soy de izquierdas…” Como si fuese el equivalente a decir soy tapachulteco, houstoniano o bilbaíno. Así, como de pertenencia a un gremio o cofradía: “Hola, yo soy Nora, de izquierdas desde luego…” Como quien diría soy miembro del grupo de hinchas del River, o de la sociedad de ex alumnos de la facultad de ciencias, el club de los búfalos mojados, la asociación nacional de ex vendedores de filtros caseros para agua…, pues.

Se utiliza así, indiscriminadamente, se asimila con la época y por lo que uno puede medianamente aprender en sobremesas, conversaciones involuntarias o inesperadas en taxis, elevadores o algún microbús, en la prensa escrita o electrónica, en las inmaculadas presentaciones de estos maravillosos oráculos del saber moderno que se presentan en directo, en cadena nacional, y generosamente nos indican exactamente lo que debemos de pensar.

Se utiliza el término en esta era de los vuelos de reconocimiento no tripulados; de la negación de nuestra privacidad y el descontrol abismal sin recuperación al que nos enfrentamos cada vez que tocamos el ordenador; en la era de Schumacher “videofilmando” su propia desgracia, el romance en Foursquare y las amistades duraderas en Snapchat.

En esta era utilizamos a las “izquierdas” para designar a los herederos de las ideas draconianas de Stalin, a los que enarbolan las banderas del materialismo histórico (o histérico, como diría Xavier Velasco), a los causahabientes de Lombardo Toledano y a los legatarios postizos del Tata Cárdenas; a quienes no tienen empleo, a quienes quisieran tener empleo, a quienes detestan su empleo; a los disidentes intelectuales, a los alumnos reprobados que exigen diploma sin estudiar; a los señoritos de sociedad que dicen defender a los “pobres pobres”; a la porra enardecida de la UNAM en una final ante el Poli; a los lideres sindicales; a los animalistas, a quienes defienden la equidad de género, a quienes defienden la libertad de elección de preferencias sexuales, ideológicas; al hijo que se atreve a pedir que su voz sea escuchada; a quienes pretenden hacer un plantón, a quienes no; a los detractores de las televisoras, del Museo Sumaya, o al oso polar que bebe Coca Cola.

Reconociendo que es demasiado tarde para saber bien a bien lo que significa el término, pero intentando regresar un poco al aburrimiento de los significados que se encuentran en esos artilugios del pasado denominados libros, podría inferir que una persona que levanta la voz y dice señores, muy buenas, en nombre de las izquierdas quiero gobernar para construir un mundo diferente, al menos debiera incluir en su planteamiento, intención, motivación primigenia, el objetivo de generalizar, democratizar, volver de (o devolver a) la comunidad, las posibilidades de desarrollo humano que genera el conglomerado éste que llamamos Estado. Sí, así de simple, a manera de dividendo personal societario, en términos materiales y espirituales.

Eso es precisamente lo que salta a la vista. No sé si Tú  ya lo notaste, pero me parece que ahora se ha generado un nuevo paradigma tropicalizado a nuestra realidad tenochca, basado en la personalidad ya legendaria de Michael Bloomberg, millonario ex alcalde de Nueva York que decidió asumir el cargo a cambio del sueldo de un dólar al año, por el puritito gusto de enderezar las cosas que a su juicio estaban mal en su ciudad.

Así parece ser por acá, con esta lluvia publicitaria de izquierdas que abarrota las calles y avenidas de la Ciudad de México. Personalmente he detectado al menos veinte cartelones, billboards o anuncios espectaculares (en sí mismo el nombre ya es un escándalo para el caso que nos ocupa). Imagino que habrá más, pero solo puedo hablar de lo que yo mismo he observado –dicen que hay cientos de ellos-. No tengo conocimiento de los mercados de la publicidad exterior, pero según se puede saber, si tu decidieras hoy, por ejemplo, fijar un cartel con tu fotografía sonriente para difundir tu imagen ante amigos o colegas, o generar el impacto deseado ante esa personita especial que te hace crujir la región anterior del duodeno, después de IVAs, impuestos nuevos, y los gastos para su supervivencia, tendrías que afectar tu patrimonio con la módica suma promedio de sesenta mil pesos, por la fijación de un lienzo –uno solo- de proporciones respetables, ya contando gastos de montaje pero excluyendo el “arte” –ese no lo podemos calcular, particularmente si el PhotoShop requiere ser casi cirugía plástica para hacerte ver de respetable sentido estético-, y por tiempo limitado, verás, pues esto de la imagen se tasa por mes.

Yo comencé a ver los carteles de nuestro muy particular Bloomberg endémico a principios de este año. Muy amarillos como siempre y transmitiendo el mensaje de pluralidad que se encuentra fácilmente el la foto de un solo individuo. ¡Pero que generosidad! Verás, un ciudadano de izquierdas que convencido de que el puesto al que aspira podrá revertir los efectos perniciosos de la marginación a más de 54 millones de mexicanos, presumo que ha quitado de su economía familiar, de su patrimonio personal, vaya, del futuro de sus hijos, al menos hasta ahora, la friolera de un millón doscientos mil pesos mensuales (obviamente después de  IVAs, impuestos nuevos, y los gastos para su supervivencia) solamente por los veinte cartelones que el arriba firmante ha observado. Imagine la generosidad pues estimaría que ha decidido acercar su rostro altruista a cuanto ciudadano pueda, así que solamente habrá que multiplicar para tasar el tamaño de regalo que estamos recibiendo con tanta humildad. Ya ni pensar en los tiempos en los que se utilizaban recursos provenientes del partido político para promover la imagen, la personalidad y la campaña de una persona que una vez cumplidas sus aspiraciones tendrá un puesto de liderazgo bien remunerado. Esos tiempos se han ido. Nadie más quitara recursos al presupuesto que debieran ser invertidos en el desarrollo nacional.

Y todo con el ánimo Bloomberguiano desinteresado de luchar por las inequidades sociales, revertir la tendencia de la brecha de ingresos, generar empleos bien remunerados y hacer de nuestros barrios sitios libres de discriminación, bullying, violencia… Wow, si mi hipótesis fuera cierta…, imagínate si el de la foto del cartel asume algún puesto de elección popular o de decisión ejecutiva. Seguramente nuestra realidad cambiaria. Adiós PIB sin crecimiento, el milagro mexicano redivivo… Algo así como lo que esperamos recibir con esa otra campaña audiovisual y de foto fija que proviene desde Tuxtla Gutiérrez diseñada solamente para generar bienestar con la modestia de costumbre. Nunca en beneficio propio, verás, siempre por los pobres…

Los que saben también dicen que un aula escolar equipada, electrificada, y con servicios sanitarios en cualquier municipio de la República que generara condiciones y esperanza de educación y desarrollo a niños, padres de familia, y maestros, pudiera costar el equivalente a tres o cuatro carteles mensualizados, como los que hoy han fijado las izquierdas.  Los que saben también dicen que hay hambre, que seguimos muriendo de disentería, que a lomos de la Bestia se sigue transportando por todo el sureste, muerte, vergüenza y extorsión. Los que saben dicen que hay otras prioridades distintas a la publicidad.

¡Pero hey! Las izquierdas mexicanas. Si. Tu ya las conoces. Olvídate de las ligas, los grupos de choque, los bloqueos en Oaxaca y los plantones en Reforma. Responsables, modernas, generosas. Solo buscan la acción y la inversión en la gente, toda, pero con especial énfasis en la que está menos favorecida. Claro. Todo financiado por sus ahorros cuidadosamente ponderados durante largas vidas de trabajo. Izquierdas que no buscan quemar en leña verde al rico por el hecho de serlo y por el resentimiento de ellas no serlo, sino promueven la acción responsable de la justicia para que no haya impunidad, la confección de mejores leyes más equitativas, más incluyentes, que garanticen libertad y Derechos Humanos, el progreso y que no castiguen el éxito. Izquierdas que lo lograran porque no persiguen objetivos personales, porque no promueven personas con cargo al dinero de los demás, porque ellas no tienen más beneficio que la satisfacción del deber cumplido.

No es lo mismo poner ceros a la derecha de un número, que del otro lado. Dicho de una manera menos científica, que no te den gato por liebre a la hora de acomodar los famosos ceros, ya sea a favor o en contra. Como este es un país de instituciones, leyes y responsabilidad, a la cuenta personal del rostro de los carteles –o de los clips chiapanecos- no se agrega nada más que a la izquierda –correcto-. Es una acción post moderna de altruismo financiero.

No son ideas trasnochadas traducidas en sofismas insulsos, no son recursos públicos utilizados para fines partidistas, no es la ambición de tener un cargo público ni alguna inclinación de megalomanía. Es la legítima aspiración a estar disponible a la hora de sumar por ti, por el vecino caído, por la víctima de la violencia, por los damnificados de las inacabables desgracias naturales, a la hora de sumar, si, así, con esa misma sonrisa que ves en estos y en todos los demás carteles de hoy, de ayer, de siempre, de todos los colores –colorados, tricolores, albiazúles y amarillos-, que te confirman, mas allá de cualquier duda razonable, que ellos siempre, pero siempre, seguirán sumando a tu favor, claro, con un cero a la izquierda.

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