Desde chica fue educada para ser honesta. Sus padres, muy católicos, siempre le enseñaron como tenía que comportarse una mujer para no pecar. Tener pensamientos puros. No provocar a los hombres. Polleras largas. Siempre correcta.
Y siempre tuvo un cura que le daba clases de religión. Por eso no dudaba de la existencia de dios.
Tuvo un solo novio, con el que se casó. Y sexo, solo después del matrimonio por iglesia.
La rotura de su himen fue dolorosa y sangrienta, como correspondía.
Su marido, muy católico, antes de conocerla tenía programado ser sacerdote
Siempre se esforzó en comportarse bien. Nunca fue adúltera. Nunca lo traicionó.
Y recordaba siempre lo que aquel cura le decía: que no solo eran importantes los actos, lo que se hacía, sino también -y sobre todo- lo que se pensaba y sentía en el momento de hacer algo. Porque hacer el bien con rabia, ayudar alguien odiando al que se ayuda, eso era pecado. “Amarás al prójimo como a ti mismo”, siempre le recordaba aquel cura. Por eso siempre se esforzaba en sentir sentimientos buenos.
Solamente salió de casa para vivir con su marido.
Como una vez quedó viuda volvió a casa de sus padres.
Pero una vez sus padres murieron en un accidente de auto y quedó sola. Sola y sin dinero, ni para comer.
No tenía profesión porque no llegó a terminar el secundario. Y nunca había trabajado.
Decidió, entonces, hacer el bien ayudando adolescentes y púberes a iniciarse sexualmente (“debutantes” como los llamaba) por lo que también recibiría un pago justo por su trabajo pedagógico. Era educarlos en el sexo. La primera maestra. Por eso nunca quería sentir nada con ellos. No era el goce de una que le gustaba coger no importaba con quien. Era el amor y el interés pedagógico que sentía por esos chicos. Hacerlos debutar para que inicien su camino de hombres. Un trabajo pedagógico por el cual recibía sus honorarios.
Pero con el tiempo fue apareciendo un problema. Inevitable. Comenzó a quedar vieja. Los hombres la buscaban menos por la calle, lo que era tener menos plata para comer. Empezó a sentir hambre.
Hasta que, de otra manera, retornó a su pasado religioso. Entró a vivir como monja en un convento.
Ahora sería una mujer correcta solamente para dios.
Gustavo E. Etkin escribe desde Bahía de San Salvador, Brasil
Fuente: ARGENPRESS CULTURAL