Una revolución propia

Foto cortesía

Por El Lector Americano

Desde Virginia, 11 Abril de 2024 

Digo. La soledad  parece que te corta, pero muchas veces también te defiende de la tontería de estos días. Y estoy pensando cuando más ganas tengo de hacerme de una cúpula que me rodee y me separe de todo lo fatuo, lo que me acorrala y me insiste para que me rinda. Y lo cierto es que, hasta hace poco, de lo insoportable era ver como la arena del desierto dejaba todo blanco cuando llovía en Túnez, o de lo mal que conducían los tunecinos en la carretera 9 yendo a Carrefour (carriles sin líneas redux). O la espera de que terminaran los eternos días del fin del Ramadán: eso de exigirse de comer cordero o cuscús, y atracarse de dulces, chao dieta club. Pero sí extraño los compases de la música pagana en Gammarth discoteca-pecado mortal. Me duermo otra vez…

Grrr… Hasta hace unos días me puse a ver una serie Netflix forever: Suits, así se llama, donde un dúo, un trío, o un cuarteto de abogados defienden como tiburones el honor y el billete de los ricos, los cuales hablan de un millón de dólares como si fueran monedas. Abogados bonitillos, vivarachos, algo idiotas con tic’s emocionales, y la Meghan Markle —culito parado— que, imagino, defendieron a los Trump de la vida. Todos ellos bien vestidos defendiendo el ultra interés del billete, más largo que ‘la mano que mece en la cuna’. ¿Es esta la televisión realista de estos tiempos?

Me adentró en mi cúpula pero antes leo la prensa seria, y me doy cuenta que hablan en serio con la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial  (“revival” del integrismo musulmán como malos conocidos). O como dijo bien el candidato Trump: “la mejor inmigración debiera ser de Dinamarca porque es un país bonito”. Y las perlitas de Putin/Zelensky/Macron, y últimamente Milei desde Argentina, que enviaría soldados a Ucrania, y los matarán a todos, lo cual incluye a todos nosotros. Así es, pues los sicópatas de la OTAN ya están hablando como si nada de, la Destrucción Mutua Asegurada (MAD), que es una doctrina de seguridad nacional y estrategia militar. La cual dice que el uso de armas nucleares por parte de un atacante contra un defensor con capacidad de contraataque nuclear resultaría en la aniquilación total de ambos.

¡¡¡Joder!!! Oye, mejor me quedo en mi encierro cúpular, porque el famoso MAD, nos dice todos seremos radiactivos en quince minutos. Y los israelíes que no paran la sangría, porque no hay un alto al fuego, sino un fuego cada vez rápido y más caliente en Palestina (¿Se meterá Irán?). ¿Seguirá subiendo los niveles del Mar Mediterráneo, y aumentando el calor en el Sáhara?

Lo digo: realmente son muy parecidos métodos de Israel contra los palestinos, como las matanzas orgiásticas del general Erwin Rommel en el desierto otra vez. Rápido pienso en el futuro: harían falta la construcción de refugios e instrucciones a los niños sobre cómo viene la mano en Europa, y en todas partes también. O será que nos hemos vuelto demasiados patanes y pacifistas, y confundimos el deseo de no tener enemigos con la realidad de tenerlos, pero más bien lejos. No sé, no sé… me empiezo a acordar de la película de Stanley Kubrick, Full Metal Jacket”, y me veo yo mismo armando mi fusil y, ya que estamos, una bombita atómica y conocer el verdadero Bing Bang, donde no quede nada, y ¡zas! me despierto, convencido que lo que tenía que hacer era irme lejos para no hacerme ¡Pum!

Foto cortesía.

Mi fuga. Ahora. Me doy un pase solito, y sigo al sol… y de forma tangencial y algo cínica, empiezo a irme cada vez más lejos. Bueno, me adentro en mis pensamientos pacifistas leyendo un libro ficticio cuyo título es: “Me cago en la leche y todas sus guerras”. Claro, es uno de esos libros que, además de haber sido escrito no se cuándo, también es de ciencia ficción, pues se desarrolla en un espacio y un tiempo de un mundo aparte. Que se manifiesta como una narración en dos planos: donde un hombre arranca de un mundo jodido, y se pone, te coloca, con su relato, en una realidad inocua y frustrante. Y pasan muchas cosas, ya tú sabes, y de repente el protagonista, llamado Gabo Márquez, cuando por fin creyó haber encontrado la clave para hacer comulgar su mismo pasado —guerra entre rusos y ucranianos/ locura de Hamas/matanza israelí a los palestinos/ gobiernos de mierda en casi todos los países centrales—, termina yéndose otra vez, quedándose más solo que Kung-Fu. Y para concluir esta reseña, y la joda, el libro nos deja un final inconcluso y fallido, como postal para que recordemos las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, que lanzaron ayer no más los buenos de hoy, o los malos de ayer, ¡ay no sé!

Me baño y me arreglo para fundir lo mejor de mi, pero no del todo realista, pero siempre muy melancólico, al sur de la frontera, al costado del Mediterráneo, con mis alucinaciones desatadas y en ocasiones perplejas. Cierro los ojos.

Abro los ojos. Vuelvo a la realidad gracias a France 24, y todo es una catarsis durante el panorama de noticias. Aunque todo ha sido manipulado —como lo ha sido siempre—, hacer noticias de algo normal como si fuera urgente, viajes de ida y vuelta (cruce de fronteras, policías de fronteras, barreras de fronteras), como un tema que tengo atragantado en mi cabeza. Porque así han ha sido mis últimos nueve años. Como lo pude ver en los camellos de Túnez, verdaderos animales parlantes, que impulsados por el todopoderoso, Alá, van y vienen desde hace cinco mil años. O como esa chica tunecina (es decir: muy rara a la vez que irresistible) que va monologando en trance acerca de su otro yo, y su otra vida en una ciudad lejana, que pareciera limitar con las locaciones de la Guerra de las Galaxias, allí en Matmata. Y, por supuesto: esa chica desaparece y, por lo tanto, resulta imposible de olvidar. Bueno, así es el encierro a veces.

Como en todos lados. Vi a ese chico/hombre melancólico hasta el tuje, escandalosamente psicoanalizado que deja chico al mismo Freud. Ese oteador de chicas Magas en las cafeterías parisinas, ese sabio enano, siempre escuchando, “I will survive” de Cake, cortesía de YouTube Music. Pues bien, ese chico fue/es el encargado de seguridad de Fukushima y Chernobyl. Exacto: un joven más allá de las regiones con sueño liviano. Y —acaso consecuencia y beneficio de mi madurez—, es también una de las más automáticas pero, también, mejores formas de de seguir “Sobreviviendo” pero sin Gloria Gaynor. Aquí mis costuras entre lo obvio y lo lógico son casi invisibles. Como el fugitivo que soy para recuperar la sonrisa aquella, lejana, pero no por eso menos vívida y revisitable de mi juventud. Que de una vez por todas empiece, y acabe, mi camino de regreso a casa. Que siempre es un país extranjero.

Yanko Farias. Foto cortesía.

Cartón lleno. Y cuando creo que ya soy totalmente feliz, en mi auto exclusión, me llega noticia del mosquito que te da ‘dengue hemorrágico’ importado desde el Amazonas, y se me despierta la interrogante: ¿A alegría, não é que era brasileiro? Al final ahora sé que no moriré con un ¡Pum! sino con un ‘Pssss’. Y sigo leyendo con soslayo, cada vez más convencido de no ser un escritor. Y es que en el tiempo en que se demora en escribir uno un libro, oye, se podrían leer tantos libros mejor escritos… y mientras me bebo un vino portugués de 8 dólares, me convenzo que de ahora en más seré el mejor lector posible, atajando y absorbiendo la vida de otros, para olvidarme de ser un eterno escritor en transe.

De otra tierra. Al final escribir es como un misil que puede dar, o no, en el blanco, mientras que lector siempre servirá, como el poema Rosa Blindada de Raúl González Tuñón, contra todo pronóstico reencontrarse con la buena política. Porque desde que soy yo no hay tiempo, hay solo palabras, desde donde la órbita el encierro no necesariamente es negativo sino que, casi siempre, libera al que está compungido de amor.

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