Por Daniel Alvarado Rosas
En Estados Unidos, más de medio millón de peruanos viven sin estatus migratorio legal. Aunque muchos llevan años — incluso décadas— en el país, su vida transcurre bajo la sombra de la incertidumbre, marcada por el miedo, la exclusión y la falta de derechos básicos.
La principal barrera que enfrentan nuestros compatriotas indocumentados es, sin duda, la falta de documentos. Vivir sin un estatus legal significa no tener acceso a un empleo formal, a la seguridad social ni a servicios públicos esenciales. Cada día es una apuesta por mantenerse invisibles ante un sistema que los necesita como mano de obra, pero los margina como ciudadanos.
Estos son los aparatos que usa el gobierno de los Estados Unidos para controlar el movimiento de muchos inmigrantes, como pueden ver no son pequenos y segun ellos, incomodan mucho al caminar y peor para dormir, estos aparatos se los colocan a aquellos que al haber ingresado por la frontera con mexico antes del gobierno de Trump, recibieron un permiso temporal que les permiAria trabajar y circular libremente, aquellos permisos fueron entregados por un deterrminado periodo de Aempo, generalmente por 2 anos, y luego habria que regresar para ser ampliado, ahora con esta nueva administracion de trump, ya no se estan ampliando los permisos temporales, ahora se estan revocando y en el mejor de los casos, los abogados podrian conseguir una extension de hasta un ano para ir a la corte para que revoquen tu permiso.
La gran mayoría de nuestros compatriotas indocumentados trabajan en obras de construcción, de pintura, restaurantes, servicios de limpieza, mudanzas, corte de grama, estos rubros por lo general no requieren intercomunicacion con el publico y el idioma no llega a ser indispensable, ademas los empleadores no verifican la documentación que nuestros compatriotas presentan o tampoco les piden documentos porque pueden trabajar por el dia a dia, les pagan en cash y a fin de año los reportan como trabajos temporales al declarar sus ingresos al fisco. Sin embargo, muchos son víctimas de explotación laboral: jornadas extenuantes y salarios por debajo del mínimo. Muchos temen ser denunciados a inmigración si reclaman algún beneficio.
El temor a ser detenidos y deportados es una constante. Cualquier contacto con la policía —incluso por una infracción menor— puede poner en riesgo la permanencia de una familia entera. Esto ha creado una comunidad que evita denunciar delitos, lo que a menudo genera impunidad y abuso.
A ello se suma la discriminación racial y cultural, que es agresiva al hispano en general como “ilegal”, reforzando prejuicios y barreras sociales difíciles de derribar.
El acceso a la salud es otro gran obstáculo. Sin seguro médico y con miedo a acudir a hospitales, muchos postergan tratamientos hasta que las enfermedades se agravan.
En el ámbito educativo, miles de jóvenes indocumentados —los llamados Dreamers— luchan por continuar sus estudios sin acceso a becas ni matrículas preferenciales, pese a haber crecido y estudiado en territorio estadounidense.
La vida en la sombra deja huellas profundas. La ansiedad, la depresión y el miedo constante a la separación familiar afectan la estabilidad emocional de miles de hogares. Padres que no pueden regresar a su patria a abrazar a sus seres queridos o niños ciudadanos que crecen viendo a sus padres vivir escondidos, son parte de una realidad que pocas veces ocupa Atulares.
A pesar de las promesas políticas y de los intentos de reforma migratoria, miles de peruanos indocumentados siguen sin una vía clara para la legalización. Su contribución a la economía y a la cultura estadounidense es incuestionable, pero su reconocimiento legal sigue siendo una deuda pendiente.
Mientras tanto, con Anúan viviendo, trabajando y soñando —en silencio— con el día en que su esfuerzo y sacrificio sean vistos no como un delito, sino como una muestra de valor y esperanza.
