Año nuevo: ¿vida nueva?

Por Julio Herrera 
Desde principios del siglo pasado se invocaba el advenimiento del año dos mil como la cúspide del progreso humano, como el paradigma de la prosperidad y de la armonía de la civilización moderna.
Sin embargo ahora la humanidad comienza el año trece de este nuevo siglo, -y más aún, de este nuevo milenio,- sin que las condiciones de vida hayan mejorado sustancialmente para las clases eufemísticamente llamadas “menos favorecidas”.
Para los indigentes que sobreviven solo para prolongar su agonía cotidiana, ¿qué es un año que nace, y qué es un año que muere? ¡Nada! Para ellos, como dice el Eclesiastés, “no hay nada nuevo bajo el sol”.
Hoy, a principios de este siglo, como a principios del siglo pasado, continúan vigentes las palabras del gran Enrique Santos Discépolo cuando en 1935 dijo en el tango Cambalache: “El mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el quinientos seis, y en el dos mil también”.
Las alturas de prosperidad y de bonanza social que los pueblos habían vislumbrado en el ocaso del siglo veinte producto de cambios sociales se tornaron en abismos de incertidumbre ante la actual crisis financiera mundial y la inminencia de otra guerra mundial.
El siglo XX empezó con oleadas de revoluciones proletarias y planetarias que presagiaban cambiar la historia de la humanidad, y el siglo XXI empezó con tímidos gestos de rebeldía de tumultos populares que, con pocas excepciones, son solo revueltas financieras sin llegar siquiera a revoluciones populares. Son solo revueltas estomacales. Hoy, con la mitigada excepción de Venezuela, Ecuador y Bolivia, ya no se combate a las tiranías: se pacta con ellas a cambio de una mísera supervivencia.
Hoy el sueño anticolonialista de Bolívar y de Martí ha sido reemplazado por el sueño neocolonialista del Tío Sam. El heroico ejemplo del revolucionario pueblo cubano a mediados del siglo es hoy solo un souvenir de museo, como el de la histórica o legendaria revolución francesa.
Y ante esos siniestros augurios, ser optimista es ser ingenuo.
Paradójicamente, lo que impide el advenimiento del nuevo mundo que tanto anhelan los pueblos oprimidos es el Nuevo Orden Mundial impuesto por el mercantilista neoliberalismo, depredador de la humanidad.
Las armas y el dinero son los amos absolutos del mundo moderno. La deshumanización de la humanidad es la afrentosa paradoja del asombroso desarrollo; el hombre moderno, que con su engreída tecnología creyó poder cambiar todas las cosas, terminó cambiado en una cosa al servicio de la tecnología. Hoy la presunta prosperidad económica es una utopía que está basada en el uso y abuso de las cartas de crédito que solo logran esclavizar aún más a sus usuarios tras el sofisma del “progreso, la equidad, la libertad y la democracia”.
¿Pero, ¿qué hubiera sido del pueblo sudafricano y del boliviano si se hubieran resignado al paradigma racista de que sin el gobierno de los blancos estaban condenados a morir en el caos? ¿Y qué hubiera sido del pueblo cubano, convertido en el prostíbulo de los yanquis, si se hubiera conformado con el precepto hegemonista de que sin la “ayuda humanitaria” de los proxenetas yanquis no podría subsistir?
Lo primero que los pueblos subyugados olvidan en su rápido descenso hacia la muerte es su propia historia. Y es por el olvido de sus gloriosas epopeyas que caen en la servidumbre. Pero no olvidemos que es mucho más honorable el mendrugo de la resistencia cubana que la rastrera opulencia de los desertores cubanos en Miami, porque la supervivencia conseguida a cambio de la dignidad es tan abyecta como la riqueza conseguida a expensas de la miseria ajena.
El egoísta y fatalista “Sálvese quien pueda”, antítesis de la solidaridad, no es la solución para los pueblos oprimidos, porque a la globalización de los opresores hay que oponer la globalización de los oprimidos. ¡Resignarnos es hacernos cómplices de nuestros propios verdugos! ¡No es hora de lamentos estériles sino de gritos de revancha, porque sucumbir sin luchar ante las ignominias y depravaciones del poder financiero multinacional es una derrota anticipada, más vergonzosa aún por ser voluntaria!
¡No, los años y los siglos se suceden unos a otros, pero el destino de los pueblos oprimidos debe cambiar, y no esperar que lo cambien los imperios opresores ni presuntos poderes celestiales! El capitalismo vence, pero no convence; a los indígenas precolombinos los colonizadores pudieron deslumbrarlos con espejos, pero al hombre del siglo XXI no se le puede engañar con utopías medievales que solo buscan castrar su dignidad y sus instintos combativos.
¿Año Nuevo? ¡Nuevos combates por una nueva vida! ¡No hay que olvidar que los pueblos unidos jamás serán vencidos!
¿Qué hace falta? ¡SOLIDARIDAD!
 
Julio Herrera escribe desde Montreal, Canadá
Fuente: ARGENPRESS.Info
 

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