La derecha está furiosa en América Latina. Los gobiernos «populistas» del continente le quitan el sueño y, según parece, también la razón. En nuestro país muchos periodistas televisivos que representan muy bien a ese sector conservador pierden la calma con facilidad y la emprenden con insultos y agravios contra la oposición porque, según ellos, «no hace nada» para combatir con más dureza al kirchnerismo.
El que no se quedó atrás, en estos días, es el escritor Mario Vargas Llosa. Se sabe quién es y dónde se ubica políticamente este peruano que es considerado uno de los mayores escritores del llamado «boom latinoamericano», que cuatro décadas atrás proyectó la literatura del subcontinente a nivel mundial, dándole una jerarquía hasta entonces desconocida a través del llamado «realismo mágico». De aquel grupo que deslumbró al resto del mundo (Gabriel García Márquez, Augusto Roa Bastos, Manuel Scorza, Julio Cortázar, José Lezama Lima, Juan Rulfo, entre otros) Vargas Llosa fue uno de los más destacados, condición que se refrendó años después con la obtención del Premio Nobel de Literatura.
En aquellos inicios políticamente Vargas llosa tuvo coqueteos con la izquierda pero bien pronto comenzó a girar hacia el lado opuesto con una intensidad proporcional al dinero que comenzó a ganar. Lo malo de ese cambio fue que pasó a mirar las cosas solamente con el ojo diestro y, tras su frustrado y frustrante intento de ganar la presidencia del Perú, pregonando un liberalismo a ultranza, pasó a demonizar todo lo que tuviera un tinte progresista, por leve que este fuera.
Así ha justificado -y de alguna manera inducido- el magnicidio nada menos que de Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela, adjudicándole una condición dictatorial similar a la que tuviera Rafael Trujillo, el sangriento déspota dominicano de décadas atrás. Para Vargas Llosa «Maduro es un dictador» que solo permite algunos «márgenes en los que la oposición puede moverse todavía», agregando que si estos espacios de legalidad se cierran, «existe la acción del ajusticiamiento como ocurrió en el caso de Trujillo».
La comparación es descabellada. Trujillo fue uno de los dictadores más sangrientos de América Latina, y murió en una emboscada tendida por sus opositores. Era odiado por el pueblo, impuesto por la fuerza de las armas y antisocialista convencido; Maduro ha sido elegido democráticamente por el voto popular y es el presidente legítimo de Venezuela
En la mejor sintonía con la propaganda norteamericana Vargas Llosa no reconoce ni uno de los logros (educación, salud, vivienda) del gobierno venezolano y entiende que su presidente merece lisa y llanamente la muerte. Su evaluación de cualquier actuación gubernamental se basa en el régimen económico que aplique; cualquier amago de estatismo o intervención en la economía de mercado merece su rotunda desaprobación que llega, como se ve, a justificar la violencia.
Este tipo de manifestaciones son recurrentes en este gran escritor y mediocre político. Algún tiempo atrás dijo respecto a la Argentina, que la nación iba en franco retroceso y que la única solución que le quedaba es «no volver a equivocarnos con el voto». Para el escritor los años del cavallo-menemismo fueron de dicha y progreso. Dijo también que el nuestro es «un país indescifrable que pasó de ser próspero a caótico» y empobrecido por sus políticas populistas, con frases francamente agraviantes para el matrimonio Kirchner.
Por cierto que todo artista tiene derecho a manifestarse en línea con su pensamiento, pero el caso de Vargas Llosa alcanza un extremo lamentable, sino peligroso, porque conlleva el mismo totalitarismo que dice combatir y parece evidenciar el fanatismo de los renegados, que los impulsa a descalificar cualquier cosa que no coincida con sus ideas.
Fuente: LA ARENA/ARGENPRESS.Info