De pronto Enrique se dio cuenta que su vida, como tal vez la de todos, está algunas veces teniendo situaciones en las que en algún lugar, en algún momento, se impone una alternativa: entrar o no entrar, meter o no meter, comer eso o no comer eso, hablar o no hablar, responder o no responder, decir lo que quiere o no decir lo que quiere, decir que si o decir que no. Y así siempre.
Porque también pasó por situaciones donde cada palabra que decía era su vida o su muerte. Como en la época de la dictadura militar, que estaba en la vereda en la mesa de un café leyendo un seminario de Lacan. Pasó un auto de la policía. Lo vieron, pararon y le dijeron: “-Acompáñenos, señor”. Es que les pareció sospechoso. ¡Alguien leyendo!
Estuvo toda una noche en un gran calabozo lleno de gente. Antes de entrar, preguntó si podía llevar con él el seminario que estaba leyendo. El policía lo hojeó con desconfianza y comprobó que no era algo marxista, subversivo.
-“Puede, señor”, concedió.
En el calabozo leía Lacan desesperadamente. Es que estaba con miedo. Años atrás había sido miembro de un grupo de izquierda del que mataron a casi todos. Por eso tal vez podría estar “fichado”, como se decía. O sea que su nombre podría estar en la lista de los buscados.
El calabozo estaba lleno de gente. Durmió algo en el suelo, y a la mañana los hicieron formar fila para entrar en un cuarto donde había tres policías sentados en una mesa. Que le preguntaron:
-“¿De qué trabaja, señor?”
Si decía “psicoanalista” en esa época era peligroso. ”Psicoanalista” se asociaba con “marxista”.
Así que respondió que de psicólogo. Y agregó, para hacerlo más inofensivo: ….”en grupos operativos…”
Apenas pronunció esa palabra uno de los que estaban sentados dio un saltito y repitió: “-…operativos…!!!”, como si hubiese pronunciado una palabra fuerte, una mala palabra.
Es que Enrique no sabía que esa era la palabra con que la policía nombraba lo que hacía cuando iban a buscar lo que en esa época llamaban “delincuentes subversivos” Buscarlos para torturarlos y matarlos.
Por eso trató de aclarar desesperadamente que se refería a la psicología de grupo, no al psicoanálisis, que para algunos policías era considerado subversivo. Psicoanalista/marxista, algo muy próximo.
Entonces concedieron: “-Está bien señor, puede retirarse…”
Y salió a la vida. Los árboles, los pajarítos, las mujeres, el sol.
Situación donde cada palabra suya era vida o muerte.
Y sus situaciones de levante, en que las palabras dichas eran tan distintas. Nada que ver con la posibilidad de la muerte. Eran palabras para levantarse una mina: “-¿Estás solita? ¿Estás esperando alguien? Y si le respondían que no, que estaba solita, les preguntaba:-”…entonces , ¿me puedo sentar con vos?. Vos me hablas de vos y yo te hablo de mi…”
Pero eran siempre situaciones límite, donde aparecía la alternativa del sí o del no. Un “no” que sería como la muerte, que lo haría sentir muy mal, o un “si” que podría ser vida y alegría.
Como cuando era chico y le gustaba acercarse al borde, al límite de los precipicios. Se iba arrastrando para no quedar parado en el borde y así poser caer.
Situaciones límite, siempre entre vida y muerte, por lo que tal vez por eso una vez quiso ser miembro de aquel grupo de izquierda, donde era cada vez más arriesgado pertenecer.
Fuente: ARGENPRESS CULTURAL