De piñas, reinas y cortesanas

Foto: Google/quamproperties.com

Por Teresa Gurza

Hasta hace relativamente poco, el siglo XIX, por robar en Inglaterra una simple piña se pasaba un año en prisión.

El portal estadounidense Hechos de la Historia dedica dos recientes artículos a las piñas.

Y advierte que siempre han existido símbolos para señalar los estatus sociales y podían ser

insignias militares,

anillos con sellos

familiares, relojes,

propiedades llenas de

obras de arte,

vehículos caros

o maletas lujosas.

Y que durante unos 250 años, todos estos signos de riqueza y buena crianza fueron suplidos por las piñas.

Porque los siglos XVI y XVII vieron llegar a Europa, procedentes de Asia y el Nuevo Mundo, un buen número de frutas exóticas, siendo la piña la que se asoció con el prestigio; convirtiéndose rápidamente en un lujo, que solo los muy ricos podían pagar.

Eran tantas las ansias por tenerlas, que se empezaron a importar desde algunas colonias británicas pese a que por la larga travesía marina llegaban incomibles.

Hubo tiempos que las piñas fueron como los Rolex. Foto Google.

Y los aristócratas las apreciaban tanto, que con frecuencia la misma piña circulaba, casi podrida, de evento en evento.

Su escasez las hacía aún más codiciadas y una sola llegaba a venderse en el equivalente de 80 euros.

Y para 1770, el dicho “es piña del mejor sabor” era usado en Inglaterra para describir lo máximo entre lo máximo; y los reyes se hacían retratar con una, para mostrar majestad y señorío.

La histeria de las clases medias por tener una piña que presumir, y la costumbre inglesa de invitar para mostrar la riqueza, ficticia o verdadera, impulsaron el surgimiento de casas de comercio que las alquilaban a quienes no pudieran comprar una.

Y en fiestas y banquetes se podían ver sin ser tocadas y menos probadas; para eso estaban frutas baratas que en las charolas rodeaban a las piñas.

Según el doctor Lauren O’Hagan, investigador de la Universidad Escuela de Cardiff, como la piña no se conocía en Europa estaba libre de los prejuicios culturales que acompañaban por ejemplo a la manzana, por su relación con Adán, Eva y el pecado original.

La emperatriz Eugenia rodeada por sus damas de compañía. Foto Google.

Y la exótica apariencia de su dorada corona, se tomaba como manifestación del poder divino de los reyes y su sabor se comparaba con el de la alcachofa, el vino y las trufas, todo unido.

A fines del siglo XVIII los agricultores ingleses empezaron a cultivarlas y contrataron guardias armados para proteger las cosechas y evitar los robos y aunque eso inhibió a muchos ladrones, no fue suficiente para otros.

Y en 1807, un hombre llamado John Godding robó siete y fue condenado a pasar siete años, uno por cada piña, en un penal australiano.

Su importancia fue disminuyendo con los años, porque los adelantos en refrigeración permitieron empezaran a importarse en grandes cantidades.

Otra interesante nota del mismo portal, publicada este 5 de mayo y escrita por Kristina Wrigh, no tiene nada que ver con las piñas, pero como se refiere a otra rareza inglesa como son las damas de compañía de reinas y princesas, decidí incluirla en este artículo.

Me parece increíble que hasta la fecha se considere un honor estar todo el día pendiente de lo que alguien quiera hacer, por más reina que sea.

Y peor todavía ser la reina y tener que pasar dìa y noche con mujeres que duermen junto a ellas en las cámaras reales para despertarlas, bañarlas, peinarlas, elegir su ropa y joyas y vestirlas.

Como dicen sucedìa con Isabel II, fallecida apenas en 2022 y que se afirma contaba con una veintena de cortesanas.

Expertas en la etiqueta real, el trabajo de esas pobres mujeres viene de las tradiciones medievales de entretener la existencia de reinas y princesas leyéndoles, bordando y jugando cartas con ellas y seguramente, oyendo y trasmitiendo chismes.

Incrustadas en vidas ajenas y obligadas a olvidar las propias aunque tuvieran hijos y maridos, sufrìan o sufren porque ignoro si continùan esas absurdeces, penas y humillaciones.

Entre las que no son menores, tener que dejar su país para acompañar a princesas comprometidas con hijos de monarcas extranjeros.

Escenas comunes en las cortes inglesas de hace siglos. Foto Yenteyold.com

O someterse a consultas mèdicas casi pùblicas para saber si esa pancita abultada detectada por algún cortesano metiche, es consecuencia de  tumor, malestar estomacal o pecaminoso embarazo.

Y tras de todo, deben  cuidar que las soberanas duerman solas.

Como en el caso de la reina “virgen” Isabel I, quien para salvaguardar su muy maltrecha reputaciòn tuvo que compatir recámara, con una dama de honor de la entera confianza de la corte.

Y cuidadito con ser demasiado amables o gustarle al rey, como sucediò con cuatro de las esposas de Enrique VIII que empezaron como damas de la reina anterior y acabaron muertas.

 

 

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