Desde El Salvador hacia Virginia, un migueleño huye de las maras

Autoridades del condado de Arlington, Virginia, buscan rescatar a jóvenes en riesgo e incluso a aquellos que recientemente han pasado a ser parte de las pandillas, entre ellos muchos salvadoreños.
 
Por Carmen Rodríguez
Del campo a la gran ciudad, así fue el cambio que tuvo la vida de Romeo, un chico de 10 años, cuyos padres emigraron hacía Estados Unidos para forjarle un mejor futuro. Pero los planes cambiaron, ser pandillero en El Salvador en lugar de reconocer el trabajo de sus padres traían consecuencias que no se imaginó.
Desde que las pandillas proliferaron tanto en El Salvador como en Estados Unidos, la historia de los migrantes salvadoreños que dejaron sus tierras, hijos y familias en busca de una mejor vida es diferente.
El padre de Romeo partió desde el oriente salvadoreño en 1997, las heridas de la guerra aún estaban abiertas y muchos al igual que este hombre decidieron buscar mejores oportunidades en el norte del continente, sin importarles las condiciones legales.
Cinco años después, cuando el chico ya había crecido lo suficiente, su madre, emprende camino para juntarse con su esposo, para trabajar juntos y enviarle dinero a la abuela materna con quien se quedó Romeo. El sueño era que el chico sería un hombre con una carrera.
Junto a Romeo, en casa de la abuela en San Miguel, vivían también dos de sus primos. El tiempo pasó rápidamente y  los chicos empezaron a crecer. Sus padres continuaban trabajando y enviando dinero para proveerles de lo necesario.
 
El camino fácil
Poco antes que el chico cumpliera los diez años, decidió dejar de ir a la escuela, lo mismo hicieron sus primos y empezaron a juntarse con pandilleros. “Hacíamos lo que la mara hace en El Salvador…” dice sin entrar en detalles de cómo gastaba su tiempo junto a sus «amigos».
El dinero que sus padres enviaban para la escuela se lo gastaba con la pandilla y como nadie le presionó para que regresara a la escuela no le importó, su abuela apenas se enteraba de lo que sucedía fuera de casa.
“La policía nos perseguía, porque nos tenían bien ´vijiados´. Andábamos en la calle, no me gustaba que nadie me dijera nada y como estaba con mis primos, para los tres las cosas estaban bien”, recuerda Romeo.
Un día –dice-varios policías los siguieron y cuando los alcanzaron les dieron a él y a sus primos una paliza, sin ninguna razón aparente, según el chico solo porque les habían identificado como pandilleros.
Con menos de diez años, los tres primos pasaban sus días entre la cancha del pueblo donde vivían en San Miguel y las calles, gastando el dinero que sus padres ganaban trabajando de limpiar casas y en la construcción, creyendo que la vida de sus hijos mejoraba.
“Estuve detenido varias veces en las bartolinas, solo porque era de la mara… me agarraban por gusto porque las veces que me detuvieron no estaba haciendo nada, lo que pasa es que ya era cosa de los policías”, agrega.
 
La migración y la pandilla
Romeo viajó un día a San Salvador para visitar a unos familiares y hacer otras diligencias, ese día en la tarde su abuela se comunicó con él para avisarle que su primo había muerto. La pandilla contraria le disparó y se creyó que la intención era asesinar a los tres primos.
Inmediatamente los padres del joven se enteraron, empezaron a moverse para llevaro a EE.UU. Reunieron el dinero necesario y uno de sus tíos se encargó de llevarlo ilegal hacía el Washington para evitar que su suerte fuese igual a la de su primo.
El chico de diez años cruzó el desierto como todos los que van en busca de su sueño americano, con la incertidumbre de no saber qué iba a hacer al llegar a Estados Unidos para vivir con sus padres si estaba acostumbrado a no tener disciplina.
Romeo llegó a Arlington, en Virginia, cuando recién cumplía los diez años y pensó que las cosas podían ser diferentes. Pero la poca relación, que tenía con sus padres y la barrera del idioma con al que tuvo que enfrentarse, lejos de mejorar su disposición al cambio empeoró.
Además, un día, mientras estaba en la cancha jugando con unos amigos, cuando un grupo de pandilleros se le acercaron y le dijeron que sabían que llegó hasta Estados Unidos huyendo de la posibilidad de ser ejecutado por los pandilleros con los que tuvo problemas.
Pero también se le acercaron otros pandilleros, que eran miembros de una clica de la misma pandilla a la que pertenecía en El Salvador, “me empezaron a rifar y hacerme las señas que sabemos… y me dijeron que si no respondía a la pandilla, los otros que sabían de la muerte de mi primo, me iban a matar”.
La historia se repetía… dejó de asistir a la escuela, pero con la diferencia que los profesores llamaban a sus padres para informarles que no asistía, la comunicación con sus padres estaba perdida y no quería escucharlo.
 
Respuesta de las autoridades
Como Romeo, hay muchos otros chicos que no solo huyen de las condiciones en las que viven en Centro América y llegan a Estados Unidos para revertir las pésimas condiciones y mejorar su calidad de vida junto a sus familias.
Pero a medida que las comunidades latinas fueron creciendo y con ellas también las pandillas y su forma de operaciones, las autoridades determinaron que era importante hacer algo para evitar que el problema creciera.
El condado de Arlington creó el Equipo de Respuesta e Intervención de Pandillas, (GRIT, por su siglas en ingles) que se encarga de identificar, recuperar e intervenir con jóvenes que están en situación de riesgo en las comunidades latinas con mayor número de habitantes.
Según los directores del NOVA Regional Gangs Task Force y Services at the Arlington Country Court, Ray Colgan and Earl Conklin, las instituciones de seguridad determinaron que era necesario una estrategia de prevención diferente a las estrategias del combate a las pandillas para recuperar a los jóvenes en situaciones de riesgo.
Con esta iniciativa el condado presta mayor atención en la prevención de las poblaciones en riesgo, porque las autoridades consideran que no basta con el castigo, ya que se deben promover oportunidades de integración para todos los miembros de las comunidades que forman parte.
El condado invierte dinero federal para promover programas deportivos y torneos de futbol entre los mismos jóvenes que reclutan luego de ser reportados por los maestros o los vecinos, o la misma familia para evitar que el riesgo de convertirse en pandillero sea mayor o en el peor de los casos lograr que deje de involucrarse en actividades ilegales relacionadas con las pandillas.
Además durante el verano, las autoridades se encargan de promover la contratación de jóvenes en pequeños o medianas empresas para mostrarles el valore de trabajo, de responsabilidad y para mantenerlos ocupados.
Según datos del condado, la estadía de una persona en prisión representa gastos de hasta 31 mil dólares por cada detenido, mientras que el promedio de inversión de este proyecto ha sido de $3 millones provenientes de fondos del estado.
Fuente: La Página

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